Malargüe, 75 años y la pregunta desnuda: ¿qué más vamos a esperar?
En Malargüe, el tiempo de la promesa y la celebración se ha agotado. Escribe Horacio Marinaro.
Malargüe ha finalizado el periodo de la doble cara. Por un lado, la democracia cumplió su rito con el recambio de diputados nacionales, más los recambios legislativos provinciales y municipales, prometiendo una nueva hoja de ruta; por el otro, la ciudad celebró sus tres cuartos de siglo de vida con bombos y platillos más los discursos con mucha hipocresía
Ambos objetivos, cargados de esperanza y euforia, sirvieron de perfecta cortina para ocultar una verdad incómoda: el tiempo de la promesa y la celebración se ha agotado, dejando atrás el ánimo para enfrentar la pregunta básica: ¿Es ahora el momento de poner en marcha las promesas y construir el futuro soñado y tantas veces prometido?
La pregunta del título, ya no es una invitación a la reflexión, sino una acusación directa a la inacción histórica. Con el malestar de la resaca de la fiesta y el eco de los discursos aún frescos, el departamento se enfrenta al espejo de una realidad que exige más que buenas intenciones.
El tiempo de la campaña terminó. La ciudadanía se pregunta: ¿Qué acciones inmediatas se implementarán para aprovechar el potencial de Malargüe?. Tras haber renovado el mandato y haber honrado a 75 años de esfuerzo, ¿cuándo será el momento de dejar de esperar y comenzar a hacer?. ¿Si no es ahora, cuando?
Destaquemos que el proceso electoral no fue solo un cambio de nombres, sino la manifestación de una voluntad popular que espera respuestas concretas a los desafíos históricos del departamento como desarrollo económico, infraestructura, empleo joven, etc.
El principal desafío que Malargüe no puede seguir postergando, es la parálisis de su matriz productiva, un problema crónico que condena a la juventud al desarraigo. Décadas de vaivenes políticos nos han dejado con un potencial geológico, turístico y energético casi intacto, o mal aprovechado.
La grandilocuencia del discurso sobre del desarrollo minero, la promesa de la diversificación agrícola, y el potencial turístico de alta montaña siguen siendo placas para la campaña, mientras que las inversiones reales y los marcos regulatorios estables para impulsarlos brillan por su ausencia.
El resultado es evidente, Malargüe produce egresados universitarios y técnicos, pero no produce empleo de calidad para retenerlos. Es una inercia peligrosa que vacía al departamento de su capital humano más valioso, volviendo a preguntar a sus nuevos líderes y a sus ciudadanos más influyentes: ¿Esperaremos a cumplir 100 años para dejar de ser una promesa y convertirnos en una realidad productiva?
El sueño de Malargüe como polo de desarrollo regional se desmorona ante la realidad de su infraestructura precaria y su aislamiento logístico. Es inadmisible que un departamento con el mayor potencial minero, petrolero y turístico de Mendoza opere bajo condiciones del siglo pasado.
La Ruta Nacional 40 al sur, columna vertebral de la integración con la Patagonia y nexo crucial para el comercio, se mantiene en un estado de deterioro que la convierte en un riesgo y un obstáculo económico. A esto se suma el déficit en servicios esenciales: el acceso al gas y la capacidad eléctrica son históricamente insuficientes para atraer industrias de gran escala, y el debate por el gasoducto parece estar eternamente atrapado en la burocracia.
Los proyectos viales, los servicios de saneamiento y la conectividad digital dejan a vastos sectores de la población, especialmente en la zona rural, en una ciudadanía de segunda categoría. Si las nuevas autoridades no logran romper con esta deuda de infraestructura, Malargüe seguirá siendo solo un inmenso mapa de potencialidades y nunca el motor de crecimiento que está destinado a ser.
Los 75 años no pueden ser solo fuegos artificiales. Deben ser el motor para el "segundo gran comienzo" del departamento, honrando a quienes lo construyeron con planes a largo plazo. Si el evento incluyó la extracción o la colocación de una cápsula del tiempo, usarlo como una metáfora: ¿Qué Malargüe le estamos dejando a las futuras generaciones?
"Malargüe ya celebró su historia y eligió su futuro. Los meses de espera, de promesas y de festejos han terminado. El tablero está limpio y la partida, el verdadero desafío de la gestión y el desarrollo, comienza ahora. La respuesta a la pregunta del título no puede ser la inacción. Es hora de actuar".
De la Inacción a la Exigencia, "¿Qué más vamos a esperar?", no es solo una pregunta a la clase dirigente, sino un llamado de atención a la propia comunidad. La esperanza de cambio no puede recaer solo en los funcionarios. Cámaras de Comercio, uniones vecinales, instituciones educativas y el ciudadano común deben ser parte activa de la vigilancia, la propuesta y la ejecución.
Definitivamente, la verdad es simple y desnuda: Malargüe no puede permitirse el lujo de otra gestión de transición o de otra década de "esperar que las condiciones mejoren". El calendario marcó un nuevo inicio de ciclo político y el reloj histórico sonó sus 75 campanadas. Ambos eventos son la última advertencia.
La pregunta "¿Qué más vamos a esperar?" debe ser respondida, NO con un plan de marketing o un decreto, sino con hechos concretos e innegables, aunque al gobernador le moleste "siempre la misma pregunta". A la clase dirigente se le exige audacia, consenso y la valentía para tomar decisiones que incomoden el statu quo. A la sociedad malargüina, por su parte, se le pide terminar con la pasividad: es hora de que la exigencia cívica reemplace a la resignación, fiscalizando las promesas y participando activamente en la construcción de su propio futuro.
El tiempo de la espera ha terminado; la hora de la acción y la refundación de Malargüe es, irrevocablemente AHORA!!!.