El costo emocional de vivir entre malas noticias
Un nuevo estudio del Hospital Clínic de Barcelona demuestra que la exposición constante a noticias negativas impacta en la salud emocional. Una reflexión sobre cómo el entorno informativo afecta nuestro bienestar y la mirada con que interpretamos el mundo. Escribe desde Madrid Fernando Gentile.
Vivimos en una era donde la información fluye sin pausa. Lo que antes era un ejercicio puntual de informarse, hoy se ha convertido en una exposición constante. Y aunque el derecho a estar informados es esencial, cada vez es más evidente que la sobreexposición a noticias negativas tiene un costo emocional y social que apenas comenzamos a dimensionar.
Un estudio del Hospital Clínic de Barcelona demostró que el consumo excesivo de noticias negativas aumenta los síntomas de ansiedad y depresión. Cuando lo único que se escucha, lee o ve son malas noticias, el mundo parece más hostil de lo que realmente es.
Nuestro cerebro está diseñado para sobrevivir, no para ser feliz. La mente busca peligros para anticiparse a ellos, y ese mecanismo -útil en otros tiempos- hoy nos mantiene en alerta constante. Las noticias negativas actúan como disparadores de ese sistema primario: cuanto más las consumimos, más las buscamos. Como enseña la psicología del comportamiento, la repetición construye hábito, el hábito moldea pensamiento y el pensamiento define comportamiento. Y lo que repetimos no son solo acciones, sino también emociones y conversaciones.
Hay medios que repiten y desarrollan noticias negativas todo el día. Entiendo que por el morbo social sean las que más rating dan, pero si lo único que consumimos son malas noticias, terminamos viviendo emocionalmente dentro de ellas.
Así como los algoritmos de las redes nos muestran más de lo que miramos, nuestro cerebro nos devuelve aquello a lo que más atención prestamos. Si lo que observamos y comentamos es negativo, el cerebro lo refuerza y lo magnifica.
La neurocientífica Jill Bolte Taylor lo experimentó de forma literal: tras sufrir un derrame cerebral en su hemisferio izquierdo -el del diálogo interno-, perdió momentáneamente esa voz mental, y descubrió una paz profunda que antes no conocía. Lo relató en su libro "Un ataque de lucidez". Su historia recuerda que el silencio interior puede ser tan sanador como la información exterior.
El psicólogo Daniel Goleman demostró que nuestras emociones influyen directamente en cómo pensamos y decidimos. Por eso, cuidar nuestra "dieta informativa" no es ingenuidad: es inteligencia emocional.
El sentido de escribir sobre esto es simple: que dejemos de boicotearnos. Que además de elegir lo que leemos, vemos y escuchamos, también comprendamos el impacto que tiene la forma en que se informa y se comunica. No puede ser tratada una misma "mala noticia" durante todo el día, como si fuera una serie por capítulos.
Necesitamos que los medios informen, pero también que inspiren. Que junto a los hechos duros, den espacio a las historias que construyen comunidad, que muestran empatía y mérito. Y que como sociedad, generemos demanda por buenas noticias, las que llegan al corazón, las solidarias, las que reflejan respeto, responsabilidad y amabilidad.
La responsabilidad de cambiar esto no es solo de los medios: también de cada uno de nosotros, al elegir qué mirar, qué compartir y qué repetir. Porque así como la negatividad se multiplica, también lo hace la esperanza. Y si empezamos a practicarlo, seguramente nuestra vida -y la de todos- será al menos un poco mejor.