El presidente debe ser, parecer y dejarse de joder
El episodio de la fiesta en Olivos no tiene disculpa posible por una sencilla razón. Necesitaría escuchar las millones de vivencias que pisoteó con un gesto que para él puede resultar menor, pero que trae de regreso momentos dolorosos de millones de personas.
Es personal. Por eso no se puede perdonar lo que hizo Alberto Fernández y por eso sus disculpas -a las que intentó darles un toque de humanidad- no son aceptables desde ningún punto de vista. Es personal porque el presidente nos apuntó a cada uno de nosotros durante la cuarentena y nos amenazó como si fuéramos delincuentes.
Cuando se transforma en algo personal, tenés la posibilidad de que alguno te disculpe, pero no podés asegurarte de que todos lo hagan, y la única forma en que tu disculpa sea válida es cuando todos las aceptan. No sos cualquiera, sos el presidente de la Nación, el que pone las normas, el que nos culpó durante toda la cuarentena por los contagios y el que está obligado, por una cuestión moral (y también legal) a dar el ejemplo sin cometer "errores".
El presidente tiene que ser y parecer, tiene que cuidar que todo su mensaje tenga coherencia, porque en el momento que no la tiene genera incertidumbre y desconfianza en la población. El manejo de la pandemia -por lo menos desde el punto de vista comunicacional- es pésimo, por lo que no debería extrañarnos que todo el aparataje del Estado siga haciendo aguas en la materia, pero uno espera -por lo menos- que sea con algo de respeto.
La disculpa del presidente estuvo lejos de ser un acto sentido, pareció una acción impulsada por los asesores (que claramente son muy malos) para desligarse del hecho. Sin embargo, la forma que eligió para hacerlo nuevamente fue desacertada y hasta cobarde. Pareciera que nadie habla con el presidente antes de hacer una declaración, sumando otro episodio polémica al culpar a su pareja, en circunstancias que el presidente no puede estar desinformado de lo que ocurre en Olivos. Si realmente no sabía, aunque lo dudo, es una falta igual o peor que hacer una fiesta en medio de las restricciones más estrictas.
La disculpa no es válida porque no es un "error", como dijo Cafiero. Un error es fallar en el intento de hacer las cosas bien, pero en este caso directamente se saltó la norma, lo que lo transforma en una falta o un delito.
Aunque para el presidente es un tema menor, claramente no lo es para el ciudadano de a pie porque toca la fibra íntima de todas las familias que sufrieron en demasía las restricciones, porque se entra en la intimidad de cada hogar y cada palabra resulta una burla que hace aún más dolorosa cada vivencia.
Por eso hay millones de razones para rechazar la disculpa presidencial. Hay tantas razones como personas que enterraron a un familiar que murió en soledad. Tantas razones como hijos que no pudieron despedirse de sus padres o padres que no pudieron darle el adiós a un hijo. Tantas razones como padres que no pudieron llevar un plato de comida a sus casas y que no calificaron para un IFE con el que se llenan la boca, pero que resultó insuficiente.
Si hay o no un juicio político es una cuestión que se verá y que seguramente se utilizará en medio de la campaña para uno u otro sector. Sin embargo, aunque el gobierno quiera ponerlo al nivel de una venganza política, al nivel de los que caminamos la calle no lo es, sino que se trata de un reclamo justo y necesario.
Acá lo que pasó es una falta de respeto gigante de parte de la primera autoridad para con todos los habitantes de la Argentina. La militancia lo perdonará por convicción o necesidad, pero el ciudadano que actuó de manera honesta en cuarentena (ni siquiera con perfección, pero sin apuntar con el dedo), seguramente le perdió el respecto a quien debe ganarse día a día la confianza de los que no lo votaron y confirmar que la decisión de los que lo hicieron fue la correcta.