¿Nos quedaremos sin agua?

El geólogo Eddy Lavandaio aborda un tema que habitualmente llena la agenda de preocupaciones, muchas veces sin el conocimiento suficiente sobre el tema.

Eddy Lavandaio
Geólogo. Matrícula COPIG 2774A. Miembro de la Asociación Geológica de Mendoza.

A menudo vemos, leemos o escuchamos diversas conjeturas y hasta pronósticos acerca de la escasez de agua que sufrirá la humanidad en el futuro. Hay quienes vaticinan sequías catastróficas y otros que predicen que las futuras guerras serán por el agua.

Cuando se hacen esas aseveraciones suelen mostrarse pueblos y comunidades de diferentes partes del mundo que carecen de un servicio que les provea agua potable. Familias enteras se sacrifican yendo a lugares distantes para traer unos baldes de agua a sus viviendas y no faltan las postales de niños tomando agua sucia. En casi todos los casos no se trata realmente de falta de agua, sino que no se hicieron las inversiones necesarias para construir las obras de captación y de distribución que harían falta para administrar y satisfacer las necesidades de esos pueblos.

Por ejemplo, unos años atrás, en un reconocido programa televisivo de Buenos Aires se mostraba a ciertas comunidades del norte argentino que carecían de agua. Pero los periodistas del mismo programa pusieron en evidencia que esa gente vivía encima de un acuífero subterráneo que podía proveerles agua a todos. Lo único que faltaba era hacer pozos, poner bombas y elementos de distribución.

Por otro lado, no faltan quienes asocian el tan mentado "calentamiento global" con un futuro más seco, pronosticando una disminución de las precipitaciones y un aumento de la desertificación. Este tipo de pronóstico no parece tener mucho asidero porque si hubiera un aumento de la temperatura media de la atmósfera posiblemente se provocaría una aceleración del ciclo hidrológico y, como consecuencia, las precipitaciones serían más frecuentes.

No debemos olvidar tampoco que el comportamiento climático responde a cambios cíclicos que influyen en la variabilidad meteorológica y en la distribución geográfica de ciertos fenómenos. Así lo explicaba el Dr. Ricardo Villalba en una nota del diario Los Andes titulada ..."Aseguran que la falta de agua es cíclica", (Suplemento Fincas, 04/06/11) describiendo como "se suceden ciclos húmedos y ciclos más secos con una variabilidad muy alta". Por eso, una región puede tener muchas precipitaciones durante un ciclo y sufrir sequías durante el ciclo siguiente.

En todos los pronósticos agoreros parece haber un convencimiento latente de que la cantidad de agua va a ir en disminución. Esto no es así porque la cantidad de agua del planeta es siempre la misma y vale la pena explicar de qué manera se distribuye y, sobre todo, qué parte de ella es la que estamos usando hasta ahora.

Según datos del Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR, Lamarca L., 2015, cuadro adjunto) en la Tierra hay 1386 millones de kilómetros cúbicos de agua que, expresados en metros cúbicos, serían 1.386.000.000.000.000.000 m3.

Además, ese volumen permanece constante, esto quiere decir que el agua puede cambiar de lugar (atmósfera, hidrosfera, seres vivos) y de estado (sólido, líquido, gas), mediante lo que llamamos ciclo hidrológico, pero en general su volumen no aumenta ni disminuye.

¿Nos quedaremos sin agua?

Las variaciones que percibimos localmente entre las precipitaciones de uno y otro año responden al comportamiento cíclico del clima de la región, como ya se mencionó antes.

Es importante explicar que el 96,5 % de esa enorme cantidad de agua está en los océanos. Si le sumamos los reservorios subterráneos de agua salada, se concluye que un 97,4 % del agua del planeta es agua salada. Así, entonces, la que llamamos "agua dulce" solo es algo más del 2,5 % del total, que serían unos 35 millones de kilómetros cúbicos.

Como ya sabemos el "agua dulce" es la que usamos los seres humanos. Sin embargo una parte significativa de ella está en un estado que no nos permite usarla. Es la que se encuentra en forma de hielo principalmente en los casquetes polares y, en mucho menor medida, en los glaciares, representando un 1,75 % del total. En consecuencia, si del total del agua del planeta restamos el agua salada y los hielos, llegamos a la conclusión de que el agua que viene usando la humanidad es solamente cerca de un 0,77 % del total. Si, leyó bien, es menos del 1% de toda el agua del planeta.

Cuando se habla de escasez, es poco frecuente que se haga una correlación seria entre el consumo de agua y el aumento de la población. Y ese debería ser el primer elemento de juicio a tener en cuenta.

Por ejemplo, según los datos de los censos de población, en 1970, la provincia de Mendoza tenía 973.075 habitantes y en 2022 ya se había llegado a 2.043.540 habitantes. Es decir que la población se duplicó en 50 años.

¿Cuáles son las consecuencias de esa duplicación?

La demanda y el consumo actual de agua por parte de la ciudadanía es el doble que hace 50 años, y, de la misma manera, el consumo de alimentos se debe haber duplicado también. En consecuencia, también tiene que haberse duplicado la demanda de agua para producir alimentos habida cuenta de que los alimentos producidos contienen entre 60% y 90% de agua.

Entonces, no es que haya menos agua sino que hay más gente y más actividades que la consumen. El doble de lo que se consumía hace 50 años.

La llamada "escasez de agua" (que los más refinados denominan "stress hídrico") es simplemente un "enorme aumento del consumo" para un recurso que, salvo las variaciones cíclicas, se mantiene constante.

Este mismo análisis puede hacerse para cualquier otro lugar del mundo porque la expansión demográfica ha ocurrido de la misma manera en todas partes.

Localmente, en donde la demanda está por encima de la cantidad de líquido disponible, puede solucionarse el problema con canales o cañerías que aportan agua desde sitios donde es más abundante o se explotan acuíferos subterráneos para equilibrar oferta y demanda. En otros casos, para compensar el déficit hídrico se desaliniza agua de mar.

En el norte de Chile, por ejemplo, hace ya unos cuantos años que la industria minera usa agua de mar y la ciudad de Antofagasta hace lo mismo para proveer agua domiciliaria. En otras regiones, generalmente caracterizadas por una gran densidad poblacional, también se desaliniza agua de mar para uso domiciliario, como en Israel y en algunos países de Europa.

Vale la pena mencionar que, a la latitud de San Juan y casi pegada a la frontera con la Argentina, la mina de cobre Pelambres tiene prevista la provisión de hasta 800 litros por segundo de agua desalinizada, también captada desde la costa del Pacífico. A partir de esta mención no sería nada descabellado pensar que en el futuro las minas de cobre de la Cordillera de San Juan contraten un servicio similar, importando agua desde la costa chilena.

Sabiendo que el volumen de los recursos hídricos del planeta es constante y considerando que la evolución de la tecnología ofrece soluciones para compensar el déficit existente en algunos lugares, incluyendo el aprovechamiento del agua de los océanos, debemos entender que en el mundo hay agua de sobra para toda la humanidad y no será necesaria ninguna guerra para disponer de ella en el futuro.

Hoy ya tenemos cables que, traspasando fronteras, llevan energía eléctrica de un país a otro. También hay caños que, de la misma manera, transportan y distribuyen combustibles a varios países. Con esta realidad a la vista podemos imaginarnos un futuro con un mayor aprovechamiento del agua de mar (o de otros reservorios), con conductos que vayan de un país a otro transportando agua para proveer a los lugares donde haya escasez.

En definitiva, y para resumir todos estos comentarios con una conclusión final, digamos que en el mundo hay agua en abundancia para el presente y para las generaciones futuras. No falta agua. Falta inversión en tecnología para administrarla y proveerla de un modo más equitativo para el uso racional de toda la humanidad y terminar con las demandas insatisfechas que hoy afectan a muchas comunidades.

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