Vendimia de oportunidades perdidas
El cine argentino, prisionero de un ombligo porteño, ignora su historia universal del mundo vitivinícola. Por Marcela Muñoz Pan.
El encanto del champán, es una comedia romántica ambientada en un viñedo francés, que utiliza la tensión entre el mundo corporativo y la tradición familiar como telón de fondo para explorar temas de ambición, cansancio emocional y la búsqueda de un propósito más allá de la productividad. Dirigida y escrita por Mark Steven Johnson, protagonizada por Minka Kelly y Tom Wozniczka. La protagonista Sydney Price, una ejecutiva ambiciosa ejecutiva ambiciosa neoyorquina es enviada a Francia con el objeto de comprar el Chateu Cassell, una bodega familiar tradicional francesa al bode de la quiebra, obviamente al mejor estilo cine pasatista, conoce al Henri Cassell, hijo del fundador, que encarna un perfil más calmo y con alguna conexión con su herencia. Para ponerle, digamos, un poco más de onda, ella en ese proceso de transacción económica, descubre un mundo interior desconocido.
Es decir, es una película donde el discurso de la rentabilidad y las jerarquías económicas influyen en las relaciones personales y oh sorpresa la protagonista se da cuenta que toda esa vorágine supuestamente rentable no sustituye al afecto.
Más allá de su envoltorio de comedia romántica navideña, la película, las películas, que tienen como protagonistas los vinos, el champagne, son una publicidad gratuita de sus destinos turísticos, culturales, históricos (La Toscana, Borgoña, Napa Valley) etc. pero las hacen, las venden. Siguen posicionando la cultura de lo heredado, lo ancestral. En Argentina, con tantos lugares que nos identifican con el terruño y sus vinos que andan por todo el mundo, ¿cómo es posible que no se hayan producido series, películas sobre nuestra verdadera identidad que trasciendan las fronteras? Algunas como por ej.; "Vino para robar", es una comedia policial, donde las bodegas son un mero marco geográfico. No he visto ninguna donde se cuente la llegada de los inmigrantes y el comienzo de la industrialización del vino. Hoy que está en picada, podría alguna mente brillante pensar como piensan los de afuera, en rescatar esa industria (vitivinícola) venida a menos, contando historias atrapantes entre viñedos, con un amor imposible, un amor posible, o del estilo simple y plano del "El encanto del Champagne", sin caer en el cine argentino siempre enfocado en el drama social, político o costumbrista de Buenos Aires, las provincias siempre quedan sin escenario, salvo el de fondo y sin caer en el esnobismo de ir a una bodega para mostrar el look, pagando fortunas para almorzar y degustar un vinito, pareciera que todos los que muestran sus pasiones bodegueras o vínicas, quedan ahí, en la nada. Mendoza ha tenido grandes poetas y narradores sobre nuestra industria madre, que bien podrían poner en relieve, me imagino a Susana Bombal, Eliana Abdala, Alicia Dúo, Mercedes Fernández, por nombrar algunas, y sin olvidar a nuestra querida Liliana Bodoc si estuviera viva, claro está, les piden un guion para una serie o película, sería un éxito. Los directores del cine argentino buscan guionistas porteños, todo pasa por Bs As y ahí está gran parte del problema, es como si todas las películas francesas o italianas sobre el vino fueran sólo en Roma o París. Champagne es una región vinícola del noreste de Francia, guste o no la película es territorial, pasatista o no es territorial, ñoña o no es territorial y está en la plataforma más grande Netflix.
Si los directores de nuestro cine nacional también reflejaran un poco de lo que sucede en el interior en relación al universo vitivinícola, el mundo entero nos conocería, porque el vino es así: Universal. Tenemos buenos directores, escenarios naturales que son joyas patrimoniales, excelentes actores, músicos, fotógrafos, guionistas, ¿qué más falta? Existe una paradoja de la identidad en el cine argentino: tenemos un producto de exportación universalmente reconocido y cargado de historia: el vino, pero nuestros creadores lo han ignorado sistemáticamente como eje narrativo principal, prefiriendo la autoconsagración en géneros ya saturados. Es una ceguera cultural y una renuncia al potencial patrimonial que podría trascender nuestras fronteras.
No hay marketing territorial, no hay. Es Requete feo.
El cine argentino, prisionero de un ombligo porteño, ignora su historia universal del mundo vitivinícola.
El encanto del champán, es una comedia romántica ambientada en un viñedo francés, que utiliza la tensión entre el mundo corporativo y la tradición familiar como telón de fondo para explorar temas de ambición, cansancio emocional y la búsqueda de un propósito más allá de la productividad. Dirigida y escrita por Mark Steven Johnson, protagonizada por Minka Kelly y Tom Wozniczka. La protagonista Sydney Price, una ejecutiva ambiciosa ejecutiva ambiciosa neoyorquina es enviada a Francia con el objeto de comprar el Chateu Cassell, una bodega familiar tradicional francesa al bode de la quiebra, obviamente al mejor estilo cine pasatista, conoce al Henri Cassell, hijo del fundador, que encarna un perfil más calmo y con alguna conexión con su herencia. Para ponerle, digamos, un poco más de onda, ella en ese proceso de transacción económica, descubre un mundo interior desconocido. Es decir, es una película donde el discurso de la rentabilidad y las jerarquías económicas influyen en las relaciones personales y oh sorpresa la protagonista se da cuenta que toda esa vorágine supuestamente rentable no sustituye al afecto.
Más allá de su envoltorio de comedia romántica navideña, la película, las películas, que tienen como protagonistas los vinos, el champagne, son una publicidad gratuita de sus destinos turísticos, culturales, históricos (La Toscana, Borgoña, Napa Valley) etc. pero las hacen, las venden. Siguen posicionando la cultura de lo heredado, lo ancestral. En Argentina, con tantos lugares que nos identifican con el terruño y sus vinos que andan por todo el mundo, ¿cómo es posible que no se hayan producido series, películas sobre nuestra verdadera identidad que trasciendan las fronteras? Algunas como por ej.; "Vino para robar", es una comedia policial, donde las bodegas son un mero marco geográfico. No he visto ninguna donde se cuente la llegada de los inmigrantes y el comienzo de la industrialización del vino.
Hoy que está en picada, podría alguna mente brillante pensar como piensan los de afuera, en rescatar esa industria (vitivinícola) venida a menos, contando historias atrapantes entre viñedos, con un amor imposible, un amor posible, o del estilo simple y plano del "El encanto del Champagne", sin caer en el cine argentino siempre enfocado en el drama social, político o costumbrista de Buenos Aires, las provincias siempre quedan sin escenario, salvo el de fondo y sin caer en el esnobismo de ir a una bodega para mostrar el look, pagando fortunas para almorzar y degustar un vinito, pareciera que todos los que muestran sus pasiones bodegueras o vínicas, quedan ahí, en la nada. Mendoza ha tenido grandes poetas y narradores sobre nuestra industria madre, que bien podrían poner en relieve, me imagino a Susana Bombal, Eliana Abdala, Alicia Dúo, Mercedes Fernández, por nombrar algunas, y sin olvidar a nuestra querida Liliana Bodoc si estuviera viva, claro está, les piden un guion para una serie o película, sería un éxito. Los directores del cine argentino buscan guionistas porteños, todo pasa por Bs As y ahí está gran parte del problema, es como si todas las películas francesas o italianas sobre el vino fueran sólo en Roma o París. Champagne es una región vinícola del noreste de Francia, guste o no la película es territorial, pasatista o no es territorial, ñoña o no es territorial y está en la plataforma más grande Netflix.
Si los directores de nuestro cine nacional también reflejaran un poco de lo que sucede en el interior en relación al universo vitivinícola, el mundo entero nos conocería, porque el vino es así: Universal. Tenemos buenos directores, escenarios naturales que son joyas patrimoniales, excelentes actores, músicos, fotógrafos, guionistas, ¿qué más falta? Existe una paradoja de la identidad en el cine argentino: tenemos un producto de exportación universalmente reconocido y cargado de historia: el vino, pero nuestros creadores lo han ignorado sistemáticamente como eje narrativo principal, prefiriendo la autoconsagración en géneros ya saturados. Es una ceguera cultural y una renuncia al potencial patrimonial que podría trascender nuestras fronteras.
No hay marketing territorial, no hay. Es Requete feo