La percepción de lo imperceptible: un mundo casi desconocido de gratificaciones

¿Hay más de cinco sentidos? Eduardo Da Viá desarrolla su teoría en este fenomenal texto: "El negacionista parte de la base de que sólo existen cinco sentidos, y es aquí donde yo pongo sobre el tapete la posibilidad de que sean más, sin poder precisar, en honor a la verdad cuántos y cuáles".

Eduardo Da Viá

Creo que todos tenemos una idea bastante clara del concepto de percepción, sin embargo no está demás transcribir la definición de la RAE: "Sensación interior que resulta de una impresión material producida en los sentidos corporales".

Vale decir que sería sinónimo de sentir con el significado de captar mediante uno o más de los cinco sentidos de que estamos provistos.

Pero a mí me parece insuficiente esta definición de la percepción como mero resultado de la estimulación sensorial, y creo que la captación de lo aparentemente imperceptible, es una parte fundamental, del inmenso universo de lo sensible, pero a mi juicio muy pocos son los que lo advierten, perdiendo así la oportunidad extraordinaria de disfrutar de un mundo de gratificaciones que están al alcance de la mano.

No faltará seguramente el negacionista que sostenga la imposibilidad de percibir lo imperceptible por cuanto sería un típico contrasentido, pero de ser así le respondería que su amplitud mental es muy reducida dado que al parecer parte de la base de que todos percibimos lo mismo cuali y cuantitativamente, lo cual desde ya no es cierto y si no pensemos simplemente en la definición de una tonalidad de color en la gama del rojo al azul y decidamos si es rojo o es azul. En el resultado, lo sabemos, habrá discrepancias.

Además, el negacionista parte de la base de que sólo existen cinco sentidos, y es aquí donde yo pongo sobre el tapete la posibilidad de que sean más, sin poder precisar, en honor a la verdad cuántos y cuáles.

Oído, Vista, Olfato, Gusto y Tacto. En general todos tienen una idea bastante clara del significado de cada uno de estos términos, excepto con el tacto; la idea inmediata es la de tocar con las manos o los dedos, pero esto es una parte del significado, ya que el sentido del tacto está referido a la sensación despertada por el contacto de cualquier parte de nuestro cuerpo con otra o con un cuerpo u objeto externo, o inclusive con cambios térmicos ambientales sea calor o frío, o con variaciones de presión ejercida sobre nuestra superficie corporal.

Hablar de la percepción de lo imperceptible nos lleva casi inmediatamente al tema de la percepción extrasensorial, vale decir la que no se percibe a través de los sentidos clásicos sino de otro u otros no definidos ni demostrados.

También se vincularía con la llamada percepción subliminal, vale decir que el estímulo tiene una intensidad menor a la necesaria para despertar la sensación del color o del sonido etc.

Aquí las cosas son más claras y hay numerosos ejemplos, sobre todo en el terreno del mercadeo, de la utilización de estímulos por lo general visuales, de tan breve duración que la mente consciente no los registra pero sí lo hace la parte inconsciente para finalmente quedar grabada e influir en nuestra decisión de adquirir el bien objeto de la propaganda. Incluso ha sido discutida la legalidad de tales procedimientos, y en nuestro país el Código Civil y Comercial, prohíbe la propaganda subliminal

Suponiendo en forma optimista la acatación real de esta norma legal, cosa que no creo porque el ingenio del hombre para burlar sutilmente la ley no tiene límites, nos quedaríamos con lo extrasensorial; pero antes un ejemplo de cómo sortear la ley: en los EEUU de América, cuando se promulgó la ley prohibiendo la propaganda de cigarrillos, la firma Marlboro, patrocinadora de uno de los equipos de Fórmula Uno, ideó un ingenioso logo utilizando código de barras y los típicos colores rojo y blanco, pintado en los costados de cada automóvil, bien visible y que claramente evocaba la palabra Marlboro. Era a todas luces una propaganda subliminal.

Volviendo a la percepción extrasensorial, ésta incluye la telepatía (comunicarse de mente a mente sin usar los sentidos normales), la clarividencia (percibir o adivinar hechos lejanos o futuros) y la precognición (ver el futuro).

Esos términos fueron definidos en la década de los años 30 por JB Rhine, quien fundó el campo científico de la parapsicología.

Aseguraba que podía demostrar la existencia de percepción extrasensorial pero, de acuerdo a los estándares modernos, sus experimentos no estaban bien controlados y numerosos estudios posteriores no han podido demostrar científicamente la veracidad de lo sostenido por Rhine.

Yo me inclino a pensar que la respuesta pasa por la sensibilidad de cada sentido en cada persona.

Pongo por ejemplo el caso de nuestro famoso Daniel Barenboim, en ocasión de un programa televisivo en el que daba clases de perfeccionamiento a pianistas destacados.

En una sesión, un ejecutante realizó una interpretación brillante y al finalizar el Maestro lo felicitó diciéndole que la ejecución había sido perfecta, pero que su música era todavía algo "dura" y debían trabajar para ablandarla; no contento con ello hizo su propia ejecución que me pareció idéntica a la del joven, pero que el novel intérprete si captó la diferencia, tan sutil que solo la sensibilidad del oído de ambos podía explicar.

Fue a mi juicio una clara percepción de lo imperceptible.

Hay dos lugares en el mundo, que al visitarlos después de años de pensar en hacerlo, me produjeron la misma sensación: una especie de conexión intangible, no corporal, como si yo mismo me integrara como uno más de la población en sus momentos de esplendor, y donde solo quedan restos de las construcciones que hicieran los originarios, y que en el momento de la visita, el contacto de mi mano con esas vetustas piedras resabios de pasada grandeza, aún ensambladas bajo la forma de paredes de baja altura y delimitando áreas que la arqueología ha podido determinar a qué edificio del conjunto pertenecía cada una, fue el detonante para percibir mucho más que una piedra.

El tacto en sí me revelaba solamente piedra, trabajada rústicamente para mejor montaje, pero piedra al fin.

Sin embargo la percepción global de las ruinas en sí, del espacio y el silencio que parecía renunciar a su condición de tal y comenzaba a relatarme los hechos allí ocurridos y de los que se había erigido como celoso guardián. Algo había ocurrido para que el silencio hablara y yo me sintiera gratamente transportado a un pasado muy remoto, que conocía por la lectura pero que no imaginé que algún día iba a poder interactuar con él.

El Tacto, en este caso fue el gran disparador: tocar las piedras me llevó a percibir las inaudibles palabras del silencio. Fueron instantes maravillosos que aún me estremecen cuando los recuerdo.

Los lugares fueron las ruinas de Quilmes en Tucumán y el Santuario de Asclepios, Dios de la Medicina para los griegos, allá en el lejano Epidauro en medio del Peloponeso.

Fue en Grecia donde me sucedió por primera vez, y años más tarde, en Quilmes, esa extraña sensación de paz atemporal que percibía y que me conectó con el lejano Santuario griego porque eran absolutamente similares. Me pareció, ver los pacientes internados en el Abaton, especie de sala de internación para varios pacientes donde se practicaban las curaciones bajo influencia de drogas etc.

Probablemente la tan deseada presencia en esos mágicos lugares, exacerbaron al máximo la sensibilidad de mis sentidos, los mismos cinco de todos los días, pero con sus capacidades funcionando a un nivel que nunca había experimentado.

Había podido percibir lo imperceptible, y no creo haya sido producto de una extra sensorialidad transitoria, sino que fueron mis ya muy traqueteados sentidos los que despertaron de su letargo pre senil, contaba yo con 59 años, para vibrar como en plena juventud; aunque no descarto que para que tal fenómeno ocurra habría de haber transitado una buena parte de la vida para que la serenidad y la introspección propia de la edad madura me ayudaran a captar lo inaprehensible

Lo mismo me ocurre con la montaña y más específicamente con mi querido piedemonte, en el que me inmiscuyo con frecuencia y a veces, solo a veces creo percibir una lejana y triste letanía que yo interpreté como el llanto del piedemonte y sobre lo cual publiqué un pequeño ensayo no hace mucho.

Confieso que mi audición ha disminuido para los sonidos comunes, pero advierto con sorpresa que eso sonidos habitualmente imperceptibles, si es que existen, puedo escucharlos con claridad.

Tenemos en casa la suerte de contar con una gatita aquerenciada, propiedad de un vecino, pero que evidentemente le apetece más interactuar con nosotros en vez de hacerlo con sus dueños.

Huraña al principio, fue acortando distancias y perdiendo el típico temor de los gatos ante el menor movimiento o sonido, hasta que, en la actualidad, viene casi todos los días y espontáneamente se encarama en mi regazo, pone sus patitas en mi pecho y me mira a los ojos mientras disfruta de mis caricias en su suave lomo o barbilla, y a poco comienza a ronronear a la vez que los tremendos ojazos color turquesa claro se le van entrecerrando como si el mismo Morfeo le bajara suavemente los párpados.

Lo que yo percibo no es solamente un gato adormilado, sino una conexión con esa otra vida, cuya intimidad desconozco pero que evidentemente se vincula con la mía a través de nuestros respectivos sentidos. Creo que ambos percibimos lo imperceptible y es ciertamente maravilloso, además de excepcional.

Solamente había tenido la misma experiencia con otro gato, un bastardo renegrido, tan negro como inteligente y cariñoso, de nombre Iñaqui para más datos, hijo putativo de un gran amigo, que no podía ocultar sus celos al ver a su preferido acariciarme como a él.

Quizás la más intensa, la más sublime, la más perturbadora de las experiencias sensibles sea la que se da entre dos personas al comienzo de una relación amorosa que está destinada, sin saberlo los protagonistas, a perdurar en el tiempo.

En mis épocas las chicas estaban vigiladas de cerca por una especie de Guardia Suiza montada por la madre como comandante, el padre, e inclusive los hermanos mayores en calidad de correveidiles.

El cerco dificultaba mucho las posibilidades del contacto físico, y no me refiero ni por ensueño a las relaciones sexuales sino a la simple toma de la mano o un beso furtivo y temeroso en ocasión de una visita familiar. Pero no hay valla que no ofrezca un punto de debilidad que permita al osado Romeo estirar un brazo hasta llegar al superficial contacto de un dedo de cada uno de los incipientes novios, entrelazados bajo el bulto de los abrigos, o en la parte inferior de un paquete anodino enviado por la madre de él a la de ella, y entregado en presencia de la misma. Claro que la pulcritud en la vestimenta y el suave efluvio a Aqua Velva fluyendo del sonrosado rostro del mandadero, delataba al olfato avizor de la progenitora, las verdaderas intenciones del educado mandadero.

Pero ese fugaz contacto digital establecía de inmediato, cual si fuera un cable coaxial, un intensísimo flujo de información en ambos sentidos, desaparecían los testigos y ambos protagonistas se revelaban tal cual eran en realidad, sin las ataduras sociales y con una aseveración de reciprocidad en los sentimientos que aportaba paz interior y felicidad a cada uno de los actores.

¿Qué había sucedido? Muy simple, habían percibido lo imperceptible, mediado solamente por el contacto físico de dos dedos.

Tuve la enorme suerte de experimentarlo a muy temprana edad, quince años, y contra todos los pronósticos, aquellos dedos furtivos, cubiertos por una piel elástica, firme y suave; hoy, deformes, ásperos y machados por el tiempo transcurrido, sesenta y cinco años; siguen aferrándose entre sí para darnos mutua seguridad al caminar o simplemente para volver a conectar el coaxial.

Desde hace unos pocos años, la ciencia en su infatigable progreso ha logrado captar una parte imperceptible de la naturaleza, utilizando cámaras de luz ultravioleta. Decenas de pequeñas criaturas, insectos, arañas, diminutas ranas y cangrejos de vida nocturna y nunca vistos por el hombre, han revelado su alucinante presencia, en lugares donde durante el día no se advierte ánima viva.

Vale decir, la ciencia ha aumentado notablemente la sensibilidad de sus instrumentos y con ello ha podido percibir lo que hasta ahora era imperceptible, de la misma manera pero sin ayuda tecnológica, se me ocurre que una exacerbada sensibilidad de nuestros sentidos, en ocasiones muy especiales, puede hacernos percibir lo imperceptible

EL AUTOR. Eduardo Atilio Da Viá es médico, lector y asiduo colaborador de Memo.


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