La perestroika y el glasnot de Milei

Los objetivos que solo parece entender Javier Milei, y para los que busca un equipo ejecutor. Las fechas de "vencimiento de plazos" que le pone una oposición que suena, pero que resulta una letanía ante la fuerza que consigue en forma directa de "la gente".

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Los eslóganes que adoptan los gobiernos muchas veces terminan jugándoles en contra. A veces se ponen unos objetivos altísimos que no logran satisfacer y se ven obligados a cambiarlos por otros ejes motivadores, ante la desmotivación generada por su frustración en los hechos o su propia incapacidad de gestión, de resolución de problemas o simplemente, por la recolección de rechazos a su paso, por más manija marketinera que se le aplique a su accionar.

Así, el gobierno de Alberto Fernández empezó llamando a la "reconstrucción" de la Argentina, partiendo de la premisa de que antecesores, quienes gobernaron con Mauricio Macri, habían demolido al Estado. No hablaremos de cómo se autoinfringieron daño criticando hacia atrás (escupiendo hacia arriba, bah) sino que nos detendremos en el uso de la palabra "reconstrucción".

Les sonará: al asumir el control de Rusia tras el fracaso soviético, Mijail Gorbachov inició un proceso al que le llamó, precisamente, "perestroika", "reconstrucción".

Junto con ello inició lo que se llamó "glasnot", que significó "apertura". El hombre de la frente manchada, un excomunista reformista que dio de baja al stalinista conservador Konsantin Chernenko (y que visitó Mendoza en 1992, dio una conferencia y se reunió con el gobernador Rodolfo Gabrielli y sus ministros, menemistas todos), inició el proceso de liberación de su nación del control autoritario del régimen que marcó al mundo con la Unión de Repúblicas Socialistas Sociéticas, la URSS.

¿Puede compararse aquel proceso con el actual de Javier Milei? Sería aventurado comparar las situaciones abiertamente y con pretensiones de generar una analogía. Pero, en todo caso, sí sirve en lo simbólico, porque lo que Milei se propone, de acuerdo con su discurso, es romper con el costumbrismo estatista y catalizador de izquierdas y derechas iniciado con el golpe de Estado de 1943 por el general Juan Domingo Perón.

Milei no cree haber sido votado para intentar hacer "algo" en 4 años asignados constitucionalmente, sino para concretar una "revolución". Cuando se habla del nuevo gobierno argentino, inclusive, hay que escucharlo solo a él: su "equipo", por llamarlo de algún modo, es un elenco amorfo y sin consistencia, que hasta podría resultar descartable si es que el jefe del Poder Ejecutivo mantiene su obcecación y lo acompaña el poder, sin demasiadas traiciones internas.

De tal modo que sí podría hablarse, en sentido figurado, de un intento por "reconstruir" y por "abrir" a la Argentina, entendido desde su propia concepción de la situación que se vive y de su proyección en torno hacia dónde debería encaminarse.

Las herramientas de una "revolución" como la que propone, claro está, no pueden hallarse disponibles por completo en la Constitución que elaboró y se puso en marcha hace 171 años, su admirado Juan Bautista Alberdi. De allí que recurra a los grises existentes y a forzar interpretaciones, para lo cual no cuenta con "tropa" propia ni podría confiarse en su figurativa mención a "las fuerzas del Cielo".

Allí, entonces, radica el nudo gordiano que debe desatar Milei: cómo, en cuánto tiempo, con qué recursos de todo tipo, incluyendo los políticos internos y externos, podrá avanzar. O no: con qué tiempo cuenta para que su impulsivo ideario "perestroiko" y "glasnotista" cuaje y no se desinfle.

Ya están los que le ponen fecha de vencimiento en marzo, y hasta los que apuestan -como ha sucedido con todo gobierno desde 1983 hasta ahora- a las teorías conspirativas. Pero solo Milei y su nexo directo con la sociedad que está sufriendo las medidas de blanqueamiento de la irrealidad anterior que toma su gobierno, gente que hasta es capaz de justificar ese padecimiento, tienen el secreto de lo que viene. Lo demás, no deja de ser una letanía de un poder anticuado que no termina de extinguirse, pero que pocos registran, salvo sus beneficiarios de siempre que ven alterada su comodidad ante una nueva realidad.

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