Más allá de las ilusiones, ¿somos todos peronistas?

Gustavo Coronel analiza en esta columna de opinión de su autoría da cuenta de la pulsión populista en algunas fuerzas argentinas.

Gustavo Coronel

Hace unos cuantos años, allá por 1972, Perón declaro: "Mire, en Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes (en referencia al periodismo) entienden por liberales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas". "Y entonces, ¿dónde están los peronistas?", preguntó un periodista... "¡Ah, no, peronistas somos todos!", respondió Perón.


Bullrich, la Milei posible

Tal parece el caso del ex mediático devenido en candidato a presidente Javier Milei quien alguna vez y fiel a su estilo en el programa Club de Los Viernes aseguró que "Argentina fue víctima del proceso de populismo salvaje que impuso una bestia llamada Juan Domingo Perón que empezó con esto de la redistribución de la riqueza y la justicia social y todas esas atrocidades" y a la vez calificó a Carlos Saúl Menem como el mejor presidente de Argentina desde el regreso de la democracia.

A la luz de los acontecimientos, razón tenía el historiador francés Alain Rouquié, al decir que el mejor invento de Perón fue "el anti peronismo" y es que la explicación de por qué el peronismo se mantiene vivo y camuflándose constantemente.

Las similitudes son sorprendentes y fácilmente identificables para quienes se dispongan a hacer simples ejercicios de memoria:

Juan Domingo Perón en los años de posguerra aplicó un modelo estatal "industrial y nacional", porque en esa época todo indicaba que para ese lado había que girar y para para esto, las "ideas de izquierda" debían reinar entre los militantes de aquella época; pero en los años 70, el contexto se modificó drásticamente, la guerra fría se debilitaba y Estados Unidos ganaba posiciones, entonces Perón no dudó en optar por un modelo que se acercara al gigante del Norte, a cambiar de ideología y diseñar su política económica hacia la derecha más reaccionaria, entonces el líder de la gran masa del pueblo movió rápidamente a sus funcionarios de izquierda y dio un giro más que pragmático a su programa de gobierno original.

Por otro lado, la figura del expresidente Carlos Saúl Menem siempre produjo opiniones enfrentadas, muchas personas defendieron entusiasmados la implementación de sus medidas económicas de reforma y ajuste estructural de los años 90, mientras muchos otros se opusieron y cuestionaron con dureza esas "medidas neoliberales", pero si se observa con detenimiento se puede entender fácilmente que las medidas político-económicas implementadas durante ambas presidencias de Menem (desde 1989 hasta 1999), estas fueron acordes a un clima de época; las privatizaciones buscaban atenuar un tremendo déficit fiscal y la apertura comercial pretendió disciplinara al mercado interno y con esto se controlar la inflación.  

Menem, el primer Milei

Actualmente, de la mano de Javier Milei, la promesa de abolición del Estado, la ilusión de dolarizar, sin recursos para hacerlo; generando la falsa idea que si hoy logras ingresos por $ 100.000 los tendrás por 100.000 dólares y la solución casi mágica de la erradicación de la "casta política", son poco menos que inviables, chocan con la realidad y pretenden la populista idea de un héroe luchando contra un adversario imaginariamente construido.

Nadie, como Carlos Menem y el actual Javier Milei, pueden representar tan fielmente el estilo pragmático, oportunista, demagógico y peligrosamente carismático de Perón.

La realidad de que la valoración positiva sobre los candidatos presidenciales sea, en todos los casos, menor a la imagen negativa, no debe sorprender a nadie. Si a la gente no le interesan los candidatos, será por lo poco que ellos se han interesado por sus votantes.

El riesgo que implica este rechazo y falta de interés (salvo honrosas excepciones de políticos honestos y competentes, que los hay, más allá de sus ideologías políticas), es el descrédito de la política como actividad. La política no es, como algunos creen, con resignación aprendida, un mal necesario; sino un instrumento fundamental al que ninguna sociedad puede obviar sin esperar pérdidas muy importantes en materia de institucionalidad y de los derechos y obligaciones que la misma debe garantizar. El verdadero peligro no es la política sino por contrario su desaparición, aunque parezca incluso ilógico en un país donde los partidos mayoritarios se han convertido en aparatos burocráticos y autosuficientes y que en consecuencia no tienen como propósito beneficiar a sus representados.

En redes sociales y algunos medios distorsionan y utilizan los hechos y dichos políticos y esto tiene un precio muy alto que la frágil democracia argentina está pagando muy caro al haber destruido la confianza que los ciudadanos deberían tener en sus instituciones y que ha sido sustituida por esa especie de escepticismo que revelan las encuestas. Entonces aparecen supuestos gurúes que atribuyen a la política la culpa de interferir en la vida de los ciudadanos, que padecen el injusto abandono de las instituciones y aprovechando esa lógica de inmediatez que requieren las redes logran en la audiencia la inclinación a ilusionarse con simplistas diagnósticos y falsas promesas.

Este combo de simplificaciones, del que se nutre el discurso anti político, el mismo que propone la ilusión de que la verdadera libertad individual puede realizarse fuera de los límites de la política, es característico del populismo y las características de este tipo de relato son la negación de toda complejidad y la simplificación de los problemas hasta la caricatura. Para el populista todo se soluciona mágica e inmediatamente haciendo desaparecer al malo.

De lo que se trata es de reformular la política y renovarla, afrontando seria y decididamente las dificultades, lo que no equivale a recurrir a quienes prometen oportunistamente soluciones fáciles e inmediatas.

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