Gustavo Gutiérrez (1928- 2024): voz de un tiempo, voz de un continente

Teólogo católico peruano. Ha estudiado filosofía y teología en Lovaina, Lyon y Roma y ha sido uno de los fundadores y quizá el mayor de los promotores de la Teología de la liberación, escribiendo en esa línea algunas de las obras cristianas más significativas de la segunda mitad del siglo XX.

Xabier Pikaza

Una vida llena de Dios y de humanidad

Ha vivido básicamente en Perú, donde, por presiones de la jerarquía, no ha podido enseñar de un modo consecuente en la Facultad de Teología de la Universidad Católica, ni ha podido fundar escuela. El año 1998 ha ingresado en la Orden Dominicana desde donde realiza una intensa labor testimonial y cultural al servicio de lo que siempre ha sido pasión: que la teología pueda ser voz de libertad para los pobres.

Se le considera fundador y primer representante de la Teología de la liberación, no sólo por la obra de ese nombre, publicada por primera vez en Montevideo (1969), sino por su trayectoria personal, al servicio de un pensamiento cristiano que se arraigue en la realidad social cristiano y que esté comprometido al servicio de una liberación de los hombres, desde la perspectiva de la Iglesia. Gutiérrez ha elaborado su pensamiento en un contexto de cristianismo establecido que ha sacralizado de hecho las estructuras existentes de colonización (siglo XVI-XVII) y después de opresión generalizada.

De esa forma ha querido pasar de un cristianismo "sacral" (que legitima desde Dios el orden existente, para anunciar un Reino de Dios que vendrá de forma trascendente en el futuro) a un cristianismo "social", que anuncia y prepara el Reino de Dios en este mismo mundo. Frente a un orden "fijista", donde se supone que las estructuras sociales existentes (que oprimen a los pobres) han sido queridas por Dios, en su forma actual, Gutiérrez propone un cambio de estructuras económicas, sociales y políticas, desde el evangelio, para servicio de los hombres (y especialmente de los pobres).

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Su propuesta y proyecto, vinculado a los diversos movimientos de promoción social y de concientización que estaban surgiendo en América Latina, vino a presentarse como un programa de transformación del pensamiento y de la vida cristiana, en una línea práctica, no teórica. Había sonado la hora de un cambio mayor en el pensamiento y en la vida de los cristianos.

Teólogo sospechado

Es normal que muchos aplaudieran y secundaran la propuesta de Gutiérrez, mientras que otros muchos se sintieron amenazados, no sólo en un plano social, sino incluso en un plano eclesial. No se trataba de un pequeño cambio de matices, sino de una orientación distinta de toda la teología y la vida cristiana. Se trataba de poner la "praxis" (el compromiso activo) en el punto de partida de la reflexión y de la vida cristiana.

Se iniciaba un camino "epocal", un giro copernicano. Muchos cristianos se dieron cuenta de que se estaba poniendo en marcha un movimiento imparable de transformación cristiana, en un plano práctico y teórico. La mayoría de los cristianos del pueblo de alegraron del cambio. Algunos gobiernos que apoyaban el orden social existente (y las doctrinas de seguridad nacional) tuvieron miedo. En el mismo Vaticano fueron muchos los que tuvieron miedo de los cambios y, entre ellos, el Cardenal Ratzinger, que velaba por la ortodoxia tradicional.

Un intento de condena

El año 1983, El Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió a la Conferencia Episcopal de Perú unas Observaciones sobre la Teología de Gustavo Gutiérrez, de tipo crítico, en las que le acusaba de los siguientes "errores":

a. utilización de un método de interpretación marxista de la realidad, abandonando la filosofía clásica de la escolástica;

b. una lectura selectiva y parcial de los textos bíblicos, identificando de una forma poco crítica el símbolo religioso de los pobres de Yahvé con los explotados sociales del capitalismo moderno;

c. una noción reducida y poco exacta del término "Reino de Dios", como si ese Reino se edificara a través de unos medios económicos y políticos y se abandonaran los aspectos más específicamente religiosos de la iglesia.

En la primavera de 1985 los obispos de Perú fueron convocados a Roma, para tratar del "asunto Gutiérrez" y el Cardenal Ratzinger ejerció sobre ellos una fuerte presión para que le condenaran.

Yo vivía por aquellos meses en Roma y puedo recordar la emoción con que algunos venerables obispos peruanos (nada partidarios de audacias teológicas) me contaron su oposición al intento de Ratzinger, añadiendo que no tenía sentido "obligarles" a condenar a un hermano creyente comprometido con los pobres. Gutiérrez no fue condenado, pero tuvo que escribir y escribió una Respuesta a las observaciones que le habían enviado (está publicada en R. Jiménez, Teología de la Liberación, Bogotá 1986).

Gutiérrez mantuvo su compromiso eclesial de base y así, con el paso de los años, ha venido a convertirse en una figura venerable de la teología y del pensamiento católico, un hombre reconocido a quien han galardonado con los más diversos premios: Es Caballero de la Legión de Honor (Francia); Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Marcos de Lima y miembro de la Academia Peruana de la Lengua.

El año 2003, junto con el periodista polaco R Kapuscinski, recibió en España el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (el más significativo en un país de lengua castellana) por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por ser modelo ético admirable de tolerancia y de profundidad humanística. A pesar de esas distinciones, no ha logrado un reconocimiento básico en su iglesia diocesana de Lima (Perú), donde su vida y obra se ha mirado con sospecha. Para mantener su libertad y para encontrar un espacio de fraternidad solidaria en la Iglesia, como ya he señalado, el año 1998, ingresó en la Orden de Santo Domingo, viviendo de ordinario en la comunidad de Lyon, en Francia.

Teología y realidad social

El rasgo más significativo del pensamiento de G. Gutiérrez está en su forma de entender el método teológico. La teología de occidente, a partir de su encuentro con el helenismo, en el siglo IV, se ha venido desarrollando como una "ciencia teórica", que vincula la aportación bíblica con el pensamiento teórico, en el plano del conocimiento, dentro de una visión sacralizada y jerárquica de la realidad. Ha sido en el fondo una teología para el sostenimiento del orden establecido, tanto en plano político como económico.

Pues bien, la teología de la liberación no comienza con elementos teóricos, sino observando la realidad y adentrándose en ella, de un modo comprometido, al servicio de la causa de Dios, como hicieron los profetas y como hizo, de un modo especial, Jesús de Nazaret, que no era un teórico, sino un mensajero y promotor del Reino de Dios. Para eso, sin olvidar el aporte de la filosofía, la teología de la liberación se sitúa, más bien, en la línea de las ciencias sociales, no para dejarse manejar por ellas, sino para conocer mejor el mundo real y para transformarlo, a partir de la escucha de la Palabra de Dios. En ese campo puede apelarse (y a veces se ha apelado) al análisis del marxismo, pero no como filosofía teórica (o como metafísica atea), sino como herramienta de análisis social y de conocimiento de la realidad.

El marxismo no ha sido, por tanto, un presupuesto ni un punto de partida, sino una posible ayuda para el mejor conocimiento de la realidad en un plano económico y social (no metafísico, ni religioso). La palabra central de la teología de la liberación no proviene del marxismo, ni de ninguna teoría sociológica, sino de la experiencia bíblica, es decir, de la Palabra de Dios, tal como resuena en el Éxodo en la voz de los Profetas, de un modo especial, en la vida y pascua de Jesús.

Eso ha permitido que la teología deje de estar en manos del pensamiento establecido (al servicio de la sacralidad de un sistema que se entiende como expresión de la voluntad de Dios), y pueda desarrollarse como ciencia práctica, al servicio de la expansión del evangelio y de la liberación de los hombres. En esa línea, como introducción al pensamiento de Gutiérrez recojo algunos pasajes de su obra clásica, donde pone de relieve la unión que existe entre Dios-Trinidad y los pobres. La opción liberadora a favor de los deriva de la misma experiencia de Dios.

«Liberación del hombre y crecimiento del Reino se encaminan hacia la comunión plena de los hombres con Dios y de los hombres entre ellos. Tienen el mismo objetivo, pero no se dirigen a él por caminos paralelos, ni siquiera convergentes.

El crecimiento del Reino es un proceso que se da históricamente en la liberación en tanto que está significa una mayor realización del hombre, la condición de una sociedad nueva, pero que no se agota en ella. Realizándose en hechos históricos, liberadores, denuncia sus límites, sus ambigüedades, anuncia su cumplimiento pleno y lo impulsa efectivamente a la comunión total. No estamos ante una identificación. Sin acontecimientos históricos liberadores no hay crecimiento del Reino, pero el proceso de liberación no habrá vencido las raíces mismas de la opresión, de la explotación del hombre por el hombre, sino con el advenimiento del Reino, que es ante todo un don... En Cristo y por el Espíritu, la globalidad del proceso liberador alcanza su pleno sentido» (cf. Teología de la liberación, Salamanca 1972, 238-240).

«La iglesia está en un mundo escindido en clases sociales antagónicas, tanto a escala universal como a nivel local. Presente en nuestra sociedad, la iglesia no puede pretender ignorar un hecho que se impone a ella, más todavía, que está dentro de ella. En efecto, los cristianos son hombres pertenecientes a clases sociales opuestas. Los cristianos son hombres pertenecientes a clases sociales opuestas, lo que significa que la comunidad cristiana misma está atravesada de parte a parte por esta división social. No es posible hablar de unidad de la iglesia sin tener en cuenta las condiciones concretas de su situación en el mundo...

En un mundo radicalmente escindido la función de la comunidad eclesial es luchar contra las causas profundas de división entre los hombres... Los caminos que llevan a acoger en la historia el don de la unidad en Cristo y su Espíritu atraviesan parajes no eclesiásticos. Nace así un nuevo tipo de ecumenismo» (Ibid 258-262).

Un testimonio nada sospechoso. 

Gerhard L. Müller, que ha sido Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la fe y que es ahora una de las voces críticas más duras contra el Pontificado de Francisco, publicó ha publicado en diversos medios una reflexión a favor de G. Gutiérrez. Müller ha sido catedrático de Teología Dogmática en la Universidad Ludwig Maximilian, de Munich y es autor de Dogmática: teoría y práctica de la teología (Herder 1998) que se ha difundido entre los medios tradicionales de la Iglesia. Por eso, su testimonio sobre G. Gutiérrez puede ser más significativo.

«La teología de la liberación está para mí unida al rostro de Gustavo Gutiérrez. En el año 1988 participé junto con otros teólogos de Alemania y Austria... en un curso con esta temática, que tuvo lugar en el ya entonces famoso Instituto Bartolomé de las Casas. En aquel momento yo llevaba ya dos años enseñando Dogmática en la universidad de Munich. Como profesor de Teología me eran naturalmente familiares los textos y los representantes conocidos de este movimiento teológico, surgido en Latinoamérica, pero sobre el que se discutía en todo el mundo, sobre todo a raíz de las observaciones en parte críticas de la Comisión Internacional de Teólogos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de las declaraciones en 1984 y 1986 de la Congregación misma, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, nuestro actual Papa Benedicto. Con el seminario dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la reflexión académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia con los hombres para los que había sido desarrollada esa teología. Para mi propio desarrollo teológico ha sido decisiva esta inversión en el enfoque de prioridad de la teoría a la práctica hacia un proceder en tres pasos "ver, juzgar, actuar".

Los participantes en ese seminario llegábamos abarrotados de innumerables conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la teología de la liberación y por eso discutimos ante todo sobre el análisis de la situación a la que se le reprochaba una ingenua cercanía con el marxismo. Nos eran familiares las declaraciones de la Conferencia del episcopado latinoamericano de Medellín y Puebla. De ahí el debate de si en esas declaraciones se pretendía hacer del cristianismo una especie de programa político de liberación, en el que, en determinadas circunstancias, se tolerara incluso la violencia revolucionaria contra personas y cosas.

Algunos sospechaban que la teología de la liberación servía para legitimar la violencia terrorista al servicio de la legítima revolución, mientras que otros la usaron como argumento para ese fin. Lo primero que nos enseño Gustavo fue a comprender que aquí se trata de teología y no de política. En línea con las grandes encíclicas sociales de los papas, Gutiérrez marcó también de forma clara la diferencia entre teología de la liberación y ética social católica. Mientras que la ética social se fundamenta en el derecho natural y pretende asegurar las bases de un estado social y justo apoyándose en los principios de personalidad, subsidiaridad y solidaridad, la teología de la liberación es un programa práctico y teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del hombre» (cf: www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=36660 ).

El pensamiento de G. Gutiérrez

Se ha convertido en uno de los lugares de referencia fundamentales de la teología de segunda mitad del siglo XX y de comienzos del XXI. Lo que él ha propuesto y pensado forma parte del mejor tesoro del pensamiento cristiano de la actualidad. Entre sus obras básicas:

  1. Hacia una teología de la liberación (Montevideo 1969); Teología de la liberación (Salamanca 1972);
  2. La verdad os hará libres (Lima 1986);En busca de los pobres de Jesucristo (Lima 1983);
  3. Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo (Salamanca 1984),
  4. El Dios de la vida (Lima 1982);
  5. Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, una reflexión sobre el Libro de Job (Salamanca 1988);
  6. Dios o el oro de las Indias (Salamanca 1990).

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