La imperdonable continuidad de Fernández

Cristina Kirchner fue quien fundamentó en 2001 la "necesidad" de que "Fernando de la Rúa renuncie y se llame a elecciones en 90 días". Hoy sostiene a su testaferro político, cuando debería hacerse cargo, como vicepresidenta que es, del desastre en que se ha sumido a la Argentina.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Cuando un empleado no funciona, hay herramientas legales para pedirles que deje su puesto. Se le indemniza y chau, a probarse en otro lugar o en otra cosa. Nadie tiene la obligación de someterse al anclaje de su insolvencia. Él tampoco tiene por qué sufrir el hecho de estar en un lugar en donde se muestra como incapaz.

El peronismo entendió esa teoría a nivel institucional en el año 2001 cuando precipitó la caída del presidente Fernando de la Rúa. El diario Página/12 publicó en aquel diciembre que hasta "la esposa del gobernador y senadora, Cristina Kirchner, pidió públicamente la renuncia de De la Rúa y comicios no más allá de noventa días".

El recorte de aquel diario (clic para leerlo completo):

De tal modo que, entendido como "golpe" o no, como salida democrática, se comprendió -en alianza con sectores del propio radicalismo- que el Presidente no estaba en condiciones de seguir en funciones.

Sin embargo, la vara no se aplica de igual modo para unos que para otros.

Días atrás, un Juan Grabois "disconforme pero no tanto" con el gobierno de su fuerza política, lo que hizo fue amenazar al próximo gobierno -en caso de ser de Juntos por el Cambio u opositor al actual- de que si continuara siendo igual de desastroso que el actual, lo derrocaría en "un año y medio", con movilizaciones. Rememoró el 2001 al señalar que el futuro presidente "se irá en el helicóptero", aludiendo al caso de De la Rúa (aunque también podría estar recordando al de María Estela Martínez de Perón que en 1976 se fue en igual transporte).

Grabois se sumó al coro de dirigentes que advirtieron que el peronismo se considera "el dueño de la pelota" y que, si pierde el partido, le importa un pepino el fair play y se llevarían la pelota, además de dinamitar (término muy en boga) la cancha y las tribunas.

Hoy no resulta difícil darse cuenta de que quien resulta absolutamente insolvente, aun para sus partidarios, es el presidente Alberto Fernández. Resulta insoportable aguantar el desmoronamiento de la clase media, la consolidación de la indigencia, el avance de la pobreza que se verifica en la Argentina tras el paso por el poder del triunvirato que el abogado porteño integra con Cristina Kirchner y Sergio Massa.

Y hay remedios institucionales: es la propia vicepresidenta quien podría releer su actitud ante De la Rúa en 2001 y hacerse cargo, de una vez por todas, ya no solo de haber elegido a Fernández como su testaferro para la Casa Rosada, sino de pedirle un paso al costado y gobernar de cara a la sociedad.

Cristina Kirchner ha peleado en la trastienda con su escogido y también con el socio Massa, y los gritos se han escuchado en todo el país. Pero esa no es la forma de sacar adelante a la Argentina, sino asumiendo las responsabilidades de la hora, en lugar de mandar a su hijo Máximo a disfrazarse de opositor.

Es imperdonable que Fernández diga las cosas que continúa diciendo, ya sin ninguna legitimidad social. Es insólito creer que el voto de 2019 vale para siempre y considerarse, de tal manera, "un gobierno popular" ya que todos los indicadores dan cuenta de su efectiva impopularidad.

¿Por qué nadie le pide la renuncia a Fernández, y le otorga oxígeno a las instituciones de la república con los remedios institucionales que la propia Constitución ofrece? ¿Por qué sí Cristina Kirchner consideró aplicarlo a otro mandatario, como el mencionado caso de De la Rúa y no ahora?

La irresponsabilidad del triunvirato gobernante puede empujar a la democracia al abismo, ya no solo a un presidente.

Es que 40 años después de reconquistada la posibilidad del voto popular, lo que crece es la antipolítica y lo hace de la mano de los que tienen la conducción del Gobierno y la vida partidaria, tal vez por egoísmo ante el agotamiento de su propio liderazgo, y la incapacidad de haber construido alternativas evolutivas y capaces de reconducir al país.

Para la sociedad se vuelve inaguantable la continuidad. Pero a la vez, no puede admitirse que nuevamente sea la gente que trabaja y estudia, y no sus dirigentes políticos, los que vayan a perder todo -inclusive la esperanza- abriéndole paso a los promotores de la explosión total y lo impensado.

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