Raras cosas que pasan en el río Mendoza

La escritora y poeta Marcela Muñoz Pan se sube a "cabalgar" por las aguas furiosas del río Mendoza y ofrece una mirada literaria de las situaciones y los riesgos. Lo "raro" y las analogías, a flor de piel.

Marcela Muñoz Pan

El río Mendoza que nace del deshielo del Aconcagua, al norte de Argentina con una longitud de 273 km, posee un caudal de 50 m³/s y abastece los principales oasis de la región. Es alimentado por los deshielos del Aconcagua, nace de la confluencia de los ríos Tupungato y de Las Vacas que unen sus aguas al río las Cuevas. Pasa por las zonas bajas de Huanacache y recorre varios departamentos como Las Heras, Luján, Maipú, San Martín y Lavalle y ocurren algunas cosas raras, al menos una vez por año.


Cosas raras pasaron en el dique El Carrizal

Cuando decimos "las aguas bajan turbias" es así porque tiene justamente esta particularidad "turbiedad" por su sedimentación en suspensión casi todo el año, y desde su formación hace millones de años que fue transformada con la construcción del embalse Potrerillos inaugurando un nuevo siglo (XXI).

Lo extraño fue que esas aguas que no bajaron turbias pero sí con mucho caudal, cuentan sus pobladores, que veían bajar haciendo rafting todos los años a un grupo de amigos (varones y mujeres) que se escuchaban las carcajadas haciendo eco hasta las provincias vecinas como San Juan y San Luis, y siempre los días de luna llena llegaban, se cambiaban y agarraban un gomón y los remos, y por un escondite sendero hasta llegar a la orilla del río al empezar a llevar el gomón río adentro.

 La condición física del agua cambiaba por completo; algunos años eran 6, otros 8 y otros 4 (siempre eran pares) creando una leyenda en una línea del tiempo imposible de olvidar.

Los pobladores, turistas que se hospedaban por ahí, mochileros acampando, siempre alguien los escuchaban, los veían partir al río, pero nunca los volvían volver. Trataban de sacarles fotos cuando iban raftiando pero nunca pudieron ser reveladas. Algunos más cosmovisionarios pobladores decían que eran seres de luz que venían de algún lugar de este u otro mundo. Siempre fueron un enigma, un enigma maravillosamente espectral, aportando una energía especial, ya que al desparecer, crecían los cardos de infinitos colores, la jarilla perfumaba por doquier, el agua se volvía turquesa y al anochecer las luces de las luciérnagas desnudaban los miedos, la desolación las partidas irremediables curando los remolinos de viento y agua con la emoción, el amor, la amistad.

Raras cosas pasan en el río Mendoza. Las curvas de la vida las podés pasar en línea recta, al agua chocolate la podés transformar en tu secreto turquesa; las manos que se abrazan se condenan a no separarse más, las piedritas el camino se vuelven campos verdes para terminar tirado en el suelo contemplando las estrellas de día, porque se ven, sí se ven la estrella de día. Los más osados hasta pueden imaginar que esos amigos se multiplican por millones más como fragancias que renuevan la juventud, ese himno único de la juventud que generosamente se esparce y perdura como el espejo de agua en la elegía de la vida.

Raras cosas pasan, cosas raras pasan en el río Mendoza. Se abren las compuertas piramidales y fluyen esas almas altas que vienen y van, que se ven y no, que se escuchan titilar en los ruidos del agua temblorosa, del tiempo que no termina, quedando pálidos los transeúntes al verlos pasar. Ocurre de todo y no ocurre nada hasta el otro año que esperan ver a los seres de luz diseminando la benevolencia a un río descalzo de agua.

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