¿Es TikTok o una crisis global? Cómo el mundo perdió la confianza en científicos como yo
La queja que abre análisis, formulada por un Premio Nobel.
Me atacaron en Internet por presentar pruebas sobre Covid, lo que me hizo reflexionar sobre cómo podemos reconstruir la fe pública en la ciencia.
El año pasado, cuando disminuía el número de italianos que recibían la cuarta dosis de refuerzo de la vacuna Covid, el Ministerio de Sanidad del país me pidió, como científico, que apareciera en un anuncio de televisión de 50 segundos explicando por qué las personas vulnerables debían recibir otra inyección. Se emitió cientos de veces en televisión. Como resultado, recibí muchos correos electrónicos atacándome; en Twitter y Facebook me denunciaron (erróneamente) como alguien que estaba en el bolsillo de las grandes farmacéuticas.
En el punto álgido de la pandemia, en octubre de 2020, viví una experiencia similar. Por aquel entonces, yo era presidente de la Accademia dei Lincei, la academia científica más importante de Italia, y estaba llegando la segunda oleada mortal de Covid. En un artículo largo y razonado, en el que exponía detalladamente la situación epidemiológica, afirmé que, o bien había que tomar medidas drásticas de inmediato, o cabía esperar 500 muertes al día a mediados de noviembre (por desgracia, la predicción fue acertada). Inmediatamente después de la publicación, recibí un correo electrónico en el que se me decía en los términos más enérgicos que era mejor que no me metiera en los asuntos de los demás.
Estos episodios me hicieron experimentar de primera mano un fenómeno que cada vez me resultaba más familiar: el desvanecimiento de la confianza en la ciencia. Parece casi una paradoja: a medida que nuestras sociedades dependen cada vez más de la tecnología avanzada basada en descubrimientos científicos, la gente desconfía cada vez más de los científicos.
¿Cómo podemos entenderlo? Hay muchos factores a tener en cuenta. A menudo pienso en la decreciente importancia de la palabra impresa, en las últimas décadas, en favor de formas visuales e hiperconcisas de los medios de comunicación, desde la televisión a TikTok. Los debates televisados requieren tiempos de reacción rápidos, mientras que los científicos están acostumbrados a estudiar los temas largo y tendido y a hablar de ellos después de haber reflexionado. Además, para que una actuación visual tenga éxito no basta con ser correcta, sino que hay que evocar simpatía en el espectador: hay que actuar. Esto no siempre resulta fácil para los científicos.
Pero quizá las dificultades actuales tengan orígenes más profundos. Estamos entrando en un periodo de pesimismo sobre el futuro que tiene su origen en crisis de diversa índole: económica, climática, de agotamiento de recursos. Muchos países están experimentando un aumento de la desigualdad, la inseguridad laboral, el desempleo y la guerra abierta.
Mientras que antes se pensaba que el futuro sería necesariamente mejor que el presente, la fe en el progreso -en la magnífica y progresiva fortuna de los seres humanos- se ha erosionado. Muchos temen, con razón, que las generaciones futuras estén peor que las actuales. Y así como la ciencia solía llevarse el mérito del progreso, ahora recibe la culpa del declive (real o sólo percibido, da igual). La ciencia se siente a veces como una mala maestra que nos ha llevado en la dirección equivocada, y cambiar esta percepción no es fácil.
En pocas palabras, se piensa que los científicos forman parte de la élite y, por tanto, no son dignos de confianza. Y el creciente interés de una parte de los científicos por patentar conocimientos y obtener beneficios económicos individuales de los descubrimientos refuerza esta identificación con la élite. Pero la ampliación de los vínculos entre ciencia e industria o los episodios de fraude científico no alteran una realidad fundamental: la ciencia hace predicciones justas que se vuelven fiables tras la formación gradual de un consenso científico. La construcción del consenso es el proceso que marca la verdadera diferencia: implica a toda la comunidad científica.
Por desgracia, esta falta de confianza puede tener efectos desastrosos: si los ciudadanos no confían en la ciencia, no podremos luchar contra el calentamiento global, las enfermedades infecciosas, la pobreza y el hambre, y el agotamiento de los recursos naturales del planeta.
Pero, ¿cómo restablecer y fomentar la confianza? Se necesita un gran esfuerzo coordinado, y esto sólo será posible si se comprende plenamente la naturaleza dramática del problema. Una parte de los recursos humanos y financieros dedicados al avance de la ciencia debe utilizarse para debatir con los ciudadanos, a través de la educación y los medios de comunicación y programas de divulgación, qué es realmente la ciencia: la herramienta más fiable y honrada para entender el mundo y predecir el futuro.
También es importante que los científicos hablemos no sólo de nuestros éxitos, sino también de nuestros errores, dudas y vacilaciones. A menudo no hay rastro, en el discurso científico público, de la laboriosidad del proceso científico y de las dudas que lo acompañan. Si se considera a los científicos como parte de la élite, quizá el primer paso para restaurar la confianza sea una dosis de modestia: demostrar que somos tan humanos como quienes desconfían de nosotros.
EL AUTOR. Giorgio Parisi es físico teórico y autor de In a Flight of Starlings: La maravilla de los sistemas complejos. Junto con Klaus Hasselmann y Syukuro Manabe, ganó el Premio Nobel de Física en 2021. Fuente: The Guardian. Traducción: Roger Tallaferro para Sin Permiso.