Que el árbol no tape el bosque

"Lo que nos ocurre nos define. Y ocurre en medio de una tremenda transformación del mercado del trabajo, inserto en el cambio tecnológico más descomunal de nuestra historia". Escribe Gustavo Gutiérrez.

Gustavo Gutiérrez

El oficialismo nacional alienta formas rebuscadas de alterar las reglas de juego democrático. Se puede afirmar que la democracia en la Argentina está en peligro. La política exterior aquiescente con regímenes políticos vergonzantes niega la legitimación de sus oponentes a quienes somete a campañas difamatorias, es tolerante con distintas formas de violencia y con la tendencia a restringir libertades civiles a adversarios y grupos poblacionales.

Lo hace en medio de la resignación de amplias franjas etáreas frente al estancamiento e incluso la involución de la movilidad social ascendente. En Argentina hay más celulares que habitantes. Los celulares rompen todo tipo de fronteras. Hoy estamos más comunicados que nunca pero, paradójicamente, más solos que nunca. Un "youtuber" es la estrella en una feria del libro. La revolución de las comunicaciones cambió a los seres humanos. No somos los mismos que éramos hace 20 años.

Nada de lo que nos ocurre se puede analizar fuera de este contexto. Lo que nos ocurre nos define. Y ocurre en medio de una tremenda transformación del mercado del trabajo, inserto en el cambio tecnológico más descomunal de nuestra historia.

Lo único permanente es el cambio y trae de la mano preferencias y miradas muy diversas, se eleva el respeto por la diversidad cultural y se integran nuevos votantes.

En cambio hay un generalizado descenso de la calidad educativa. Es un hecho incontrastable que impacta en la capacidad de análisis de las personas y en la creciente tendencia a terminar analizando procesos a través de hechos aislados.

Todo ello termina confundiendo a politólogos y sociólogos. El resultado visible es que, cada vez más, las encuestas cualitativas van de fracaso en fracaso. Los votantes imponen agenda, muchas veces confusas. Los indecisos cambian su agenda a cada momento y no es nada fácil indagar la intensidad de los sentimientos y las convicciones de las personas.

Es claro que el oficialismo ante este panorama alienta la "anomia boba" que tan brillantemente describiera el jurista Carlos Nino ("Un país al margen de la ley", 1992). El maniqueísmo laclauniano hace muy posible el incremento de las reacciones emocionales antes que las racionales. Sobre esa base, el oficialismo K avanza con la dialéctica amigo-enemigo.

A inmensas mayorías les cuesta percibir el idealismo, el egoísmo, la sinceridad y la hipocresía de los candidatos. No están entrenadas y viven en el nuevo mundo que describimos más arriba. Difícilmente puedan -o les interese incluso- percibir las maniobras que alientan con dinero a terceros candidatos supuestamente opositores. En esta posverdad laclauniana se les hace difícil apreciar cuál de los mensajes es coherente y cuál es la credibilidad cierta de los candidatos. Es sabido que en internet, la comunicación política se ha vuelto incontrolable en medio de una Argentina muy irracional. Cada vez es más difícil apelar al enorme sentido común de la sociedad.

En tanto los líderes enfrentan sus convicciones -si es que las tienen- con las encuestas que tienen un fin puramente pragmático.

Recientes mediciones arrojan que un 28 por ciento de los votantes son indiferentes frente a los candidatos del oficialismo y de la oposición. El desconcierto los lleva a ser pragmáticos pero el pragmatismo nunca fue tan confuso como hoy.

Frente a este panorama, el espacio democrático y republicano debe tener mucha humildad para contextualizar este proceso, porque la República aún es un anhelo y porque la democracia, como se advierte en el principio de esta nota, está en peligro.

¿Por qué? Porque es difícil dialogar con un oficialismo que necesita consagrar su impunidad y reproducir su esquema feudal (léase Santa Cruz) en todo el territorio del país. Hoy la centroizquierda y la centroderecha democráticas tienen el deber de confluir en un centro republicano, civilizando y atenuador de las discrepancias. Sin ese centro republicano, la política se convierte en conquista del poder donde todo vale. En ese centro, escuchar es tan imprescindible como hablar, porque en el populismo solo se escucha para obedecer.

Los banderazos expresan hartazgo moral y rescatan los valores de la floreciente democracia de diciembre de 1983. La impunidad no le está saliendo gratis al kirchnerismo. Las redes sociales han convocado a marchas como frenos y contrapesos. Tienen carácter defensivo (recordemos la magistral campaña de madres por la presencialidad educativa), mientras que las banderas del oficialismo pasan por profundizar el desencuentro, donde desde el miedo y desde el odio persisten en ahondar la grieta.

Por ello, la oposición republicana y democrática tiene que empezar a proponer certezas, sobre todo en los ámbitos judicial y económico. Debe expresar un porvenir y construcción de sentido. Ese estante de vacío electoral (28 por ciento) tiene que tener contenido republicano y democrático, propender al mayor triunfo en bancas legislativas. No sólo hay que ganar una elección. Luego habrá que reconstruir todo un sistema de instituciones subvertidas.


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