Viajar vale la pena

El viaje y todo lo que significa para la persona, de muchos aspectos. Una reflexión de José Jorge Chade.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza Dr. en Ciencias de la Educación.

La experiencia pedagógica educativa del viaje está presente en la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales. El viaje también puede considerarse una metáfora educativa, que adopta tres formas arquetípicas: el viaje iniciático, la odisea o peregrinación y el viaje fundacional. Viajar es una experiencia central en la vida y obra de Rousseau, como él mismo nos dice en las Confesiones. Viajó mucho, su existencia se caracteriza por una búsqueda continua de puntos de referencia, con un sentido de precariedad típico del homo viator. En varias obras teoriza sobre la función educativa del viaje, a veces entendido como una huida de una situación difícil, para reencontrarse a uno mismo. Se trata de una participación a la vida social, de la que debe asumir las responsabilidades, a través del conocimiento de los usos, costumbres y leyes de diferentes pueblos y naciones.

En pedagogía, «viajar» puede significar tanto el concepto metafórico de crecimiento interior y aprendizaje a través de la experiencia, como la práctica concreta de los viajes educativos que transforman el aprendizaje teórico en experiencia directa. El viaje, tanto físico como simbólico, se considera un momento formativo crucial que conduce a una mayor conciencia de uno mismo, al desarrollo de habilidades de adaptación, a la apertura hacia nuevas culturas y a la adquisición de competencias sociales.

El viaje como metáfora del crecimiento:

- Evolución personal:

El viaje es una metáfora de la evolución de la persona, un camino que conduce al descubrimiento de uno mismo y al desarrollo de nuevas facetas de la personalidad.

- Encuentro con lo desconocido:

Salir de la zona de confort y enfrentarse a situaciones nuevas, desconocidas e imprevistas favorece el crecimiento personal y la capacidad de resolución de problemas.


- Conciencia y apertura mental:

La experiencia del viaje, en particular el encuentro con culturas diferentes y nuevas personas, promueve la apertura mental, desafía los prejuicios y aumenta la comprensión mutua.

- Transformación y adaptación:

La experiencia del viaje permite adaptarse a los cambios, desarrollando la confianza en uno mismo y aprendiendo a afrontar los retos con mayor flexibilidad.

El viaje como experiencia educativa concreta:

- Viajes educativos:

Estos viajes se organizan para transformar la teoría estudiada en práctica, ofreciendo a los estudiantes la oportunidad de ver en vivo sitios históricos, museos o laboratorios, y de profundizar en aspectos culturales y sociales del territorio.

- Competencias transversales:

Además de los conocimientos específicos, los viajes educativos permiten desarrollar competencias transversales, como la socialización, la independencia y la capacidad de trabajar en equipo.

- Formación de ciudadanos globales:

La exploración del mundo a través de los viajes puede contribuir a formar ciudadanos globales, más conscientes de los retos del futuro y más abiertos al encuentro con lo diferente.

Mientras que para el turista el lugar, el destino alcanzado, es una pausa saludable, agradable e interesante, más o menos larga, entre una ida y una vuelta, para el viajero lo que hay entre un lugar y otro es interesante. El camino vale tanto o más que el destino. Cualquiera que tenga experiencia en la vida y la educación con niños puede afirmar que los niños viven el viaje de una manera más radical que nosotros, los adultos. Para los niños, la salida y el viaje tienen un valor en sí mismos, el destino es algo secundario. El viaje como experiencia formativa tiene una larga historia y hoy en día es importante retomar lo que tiene todas las características de un «dispositivo pedagógico y didáctico» que la escuela podría valorar, irreductible a la tradicional excursión escolar.

Del turismo en sí habría mucho que decir pero en este caso haré sólo un breve excursus, claro que debo recalcar que tenemos que tener primordialmente una visión holística del turismo: ecología y sostenibilidad

El turista es una de las expresiones de la humanidad actual, experimenta la vertiginosa sucesión de deseos que, tan pronto como se satisfacen, se vuelven obsoletos y surgen otros nuevos en la celebración de la autoafirmación del individuo. Viajar con facilidad, la difusión de las tecnologías, el aumento de la producción, de los productos de intercambio y los servicios, la competitividad económica, el desarrollo de la información, la homogeneidad cultural, la inestabilidad relacional, la fragilidad de las instituciones: son los rasgos distintivos de la contemporaneidad, donde el moderno Ulises, en el arte de ser mortal, vive con ilusoria alegría el presente, «del mañana no hay certeza» (Lorenzo de Médici, Canción de Baco y Ariadna).

Según la OMT [7], el turismo sostenible es un enfoque holístico que tiene por objeto minimizar los impactos ambientales, sociales y económicos negativos de los flujos turísticos y maximizar los positivos en el territorio y la comunidad local. Es una visión que se refiere a la persona en su capacidad sensorial y de aprendizaje experiencial.

En el frenético mundo moderno, que tiende a analizar cada situación desconectada del resto de la realidad, sin detenerse en las conexiones e interdependencias con otros aspectos de la vida, el pensamiento holístico favorece una visión del mundo equitativa y armoniosa, con individuos conscientes de que cada realidad forma parte de un sistema conectado con todos los demás para el equilibrio del planeta y la vida de sus seres.

¿Por qué cuando el avión tiene turbulencias casi nadie es ateo?

No hay ninguna razón científica para pensar en Dios o en algo sobrenatural mientras se vuela, pero la sensación que describe la pregunta puede provenir de una combinación de factores psicológicos y emocionales, como la sensación de vulnerabilidad debida a la altura, la intensidad del viaje y la maravilla de la tecnología que permite volar un objeto tan pesado.

Algunas razones pueden ser:

La sensación de vulnerabilidad y dependencia: Estar suspendido a miles de metros sobre el suelo, en un vehículo desconocido como un coche, puede hacernos sentir vulnerables y dependientes de la tecnología y de la capacidad de los pilotos para mantener el avión en el aire. Esta sensación de dependencia, combinada con la percepción de un alto riesgo, puede llevar a algunas personas a buscar consuelo en una fe superior.

La conexión emocional: En algunas culturas y contextos, el pensamiento de religioso se vincula a momentos de gran cambio, peligro o emoción. Si bien volar es una experiencia segura en realidad, la percepción de un "viaje" en condiciones "antinaturales" puede fácilmente generar una conexión emocional con las propias creencias espirituales.

Pero terminemos por ahora este tema pensando en que viajar vale la pena, porque viajar definitivamente vale la pena porque ofrece beneficios significativos como el crecimiento personal, un mayor bienestar mental, el desarrollo de habilidades para la resolución de problemas y el enriquecimiento cultural al explorar nuevos lugares y escapar de la rutina diaria. Las experiencias de viaje amplían la perspectiva, estimulan la curiosidad y fomentan la confianza en uno mismo, lo que las convierte en una valiosa inversión en el desarrollo y la felicidad personal. Por lo tanto.

Fuentes consultadas:

  • Roberto Farné, Catedrático de Educación General, Universidad de Bolonia, Departamento de Ciencias para la Calidad de Vida.

  • Lina Romano, Turismo: Impacto Ecológico y Nuevos Horizontes Pedagógicos, publicado el 1 de septiembre de 2024 por el "Consejo Editorial".




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