Caballos que cambiaron la historia argentina

La historiadora Luciana Sabina le da protagonismo, en esta nota, a los caballos de los próceres, en muchos casos, próceres también.

Luciana Sabina

En mayo de 1831 el General Paz hacía un reconocimiento de terreno en la frontera con Santa Fe. Estaba preparándose para enfrentar a Rosas -con todo a su favor- cuando un grupo de hombres de Estanislao López (socio político del Restaurador) boleó su caballo haciéndolo caer. Pronto unos quince soldados lo rodearon apuntándolo. "Todo fue obra de pocos instantes -contó el general-; todo pasó con la rapidez de un relámpago; el recuerdo que conservo de él se asemeja al de un pasado y desagradable sueño".

Aunque para Paz pensar en su caballo sólo le traía un mal recuerdo, otros jinetes de nuestra historia tuvieron una gran unión con estos animales. Es muy conocida la leyenda que atribuía poderes mágicos al equino de Facundo Quiroga. "El Moro", como se llamaba, era azabache con tintes casi azules y, según su dueño, hablaba con él vaticinando el futuro. De hecho, siguiendo el mito, Quiroga habría perdido en La Tablada por desobedecerle.

Tiempo después el Moro fue robado por el General La Madrid y terminó en manos de Estanislao López, quien se rehusaba a devolverlo. Facundo se quejó con Juan Manuel de Rosas ante semejante atropello, dado que los tres pertenecían a la misma facción. Ante el reclamo desde Buenos Aires, el santafesino López respondió simplemente que ese no era el caballo del riojano. Facundo enfureció aún más. Sarmiento refiere a este episodio en Civilización y Barbarie, colocando en boca de éste el siguiente improperio dirigido a Estanislao: "¡Gaucho ladrón de vacas! ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!". Pero el Tigre de los Llanos jamás pudo recuperar su caballo ni vengarse. Y según una teoría muy difundida el mismísimo López ordenó acabar con su vida en Barranca Yaco, aunque esto sigue siendo una verdadera incógnita.

Otra muerte misteriosa es la de Juan Galo Lavalle. Al encontrarlo tendido y sin vida, en un caserón en Jujuy, sus hombres escaparon con el cadáver. Debían evitar que la cabeza del jefe cayera en manos de Rosas. Durante este célebre trayecto -simultáneamente heroico y macabro- los restos del general fueron trasladados por su famoso tordillo de guerra, que atravesando a todo galope los caminos de Humahuaca, llevó por última vez a su quijotesco amo.

Años más tarde, tras Caseros, Rosas también utilizó un equino para escapar. Paradójicamente, dejó la derrota en un caballo llamado "Victoria". Cruzó con él la actual zona de la Matanza y en el trayecto sufrió un accidente. Cayó estrepitosamente del animal y desde entonces el lugar llevó por nombre de "el Tropezón". El Restaurador encontró refugió por algunas horas en casa del cónsul inglés, quién se sorprendió al encontrarlo durmiendo una siesta en su cuarto y pronto lo ayudó a exiliarse. Antes de partir rumbo a Inglaterra, el depuesto gobernador bonaerense miró fijamente al funcionario británico y dijo: "Tengo que pedirle a Usted un favor, y es que salve a mi caballo que acabo de dejar en la barraca y que se encargue de cuidarlo y conservarlo en menoría mía". Y fue esa la única "Victoria" que logró conservar Juan Manuel de Rosas.

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