Un diario español dijo que Argentina votó "entre el miedo al cambio y el miedo a la continuidad"

El diario La Gaceta de España ofreció un panorama sobre la Argentina que rompió el molde.

La periodista Karina Mariani es argentina, pero su artículo circuló masivamente en el diario español La Gaceta, para el que escribe, ya que la visión que dio sobre la situación en Argentina fue contundente y festejado en las redes sociales. Se tituló: "Elecciones en Argentina: entre el miedo al cambio y el miedo a la continuidad" y la volanta fue clara: "Las elecciones están marcadas por el hartazgo".

Allí arrancó diciendo:

"Argentina no es víctima del peronismo o, mejor dicho, no es sólo víctima del peronismo y el peronismo no es su mayor predador. Argentina es víctima del corporativismo ventajero, un mal mucho más sofisticado, resistente y ubicuo. El peronismo es sólo un abyecto proyecto de poder (a veces de derecha, a veces de izquierda, a veces liberal, a veces chavista, a veces feminista, a veces machista, a veces clerical, a veces quemador de iglesias, a veces pro aborto, a veces antiaborto, a veces antimilitar, a veces precursor de golpes militares, fluido digamos) y en consecuencia siempre tendrá miedo de perderlo. Y muchas veces el peronismo perdió el poder y piloteó la abstinencia como pudo, a su tosca manera".


Votar botando, o viceversa

Más adelante, Mariani escribió:


"En cambio el corporativismo pocas veces tiene miedo, porque esté quién esté al timón, siempre encuentra el favor del poder. El corporativismo es además un firme defensor de esa idea, tan argentina, de que cualquier necesidad engendra un derecho. ¿Quiero fusionar empresas de cable y eliminar la competencia? Es mi derecho. ¿Quiero vender mis productos horribles y carísimos y que no se pueda comprar otra cosa en todo el territorio? Es mi derecho. ¿Quiero hacer una película para sublimar mi carencia de talento y que el Estado la financie aunque no la vean ni los actores? Es mi derecho. ¿Quiero cobrar un sueldo por no hacer nada o por hacer algo totalmente innecesario? Es mi derecho. ¿Quiero tener garantizado un «trabajo en el Estado» en función de mi preferencia sexual? Es mi derecho. ¿Quiero poder dirigir el voto de mis alumnos según mi ideología? Es mi derecho".

En su artículo indicó que: 

"Podría seguir así varias horas pero ni el editor ni los lectores merecen semejante afrenta. Queda claro que en Argentina, con sólo desearlo y si se toca la puerta correcta, el deseo se convierte en derecho, pero ese derecho no es universal, es sólo para una corporación y cuando esto sucede la palabra correcta es ventaja, una condición exclusiva de la que goza alguien por concesión del poder. Entonces, ese conglomerado de «derechos» con el que el corporativismo se llena la boca, no es otra cosa que la patria ventajera, ese tejido sólido, penetrante y muchísimo menos expuesto. El corporativismo ventajero es el que usa al poder para sostener sus privilegios, es un mal más profundo, farsante, perverso y criminal.

En Argentina hay corporaciones vistosas y fáciles de detectar, el sindicalismo en todas sus versiones, por ejemplo. Hay corporaciones con cierto glamour como actores, influencers, modelitos que se rentan, músicos del Teatro Colón, directores de cine. Hay corporaciones grotescas y fáciles de estigmatizar: planeros y punteros políticos, auténticos cuasimodos del sistema. Hay corporaciones que arruinaron para siempre a la educación superior y a la investigación científica. Hay corporaciones que violan el sagrado concepto de derechos humanos. Hay corporaciones de empresaurios, prestidigitadores de chiringuitos, aprendices de kingmaker, rasputines de nylon. Hay fundaciones y «organismos no gubernamentales» que son veladas corporaciones de lobby y hay acuerdos internacionales que apadrinan corporaciones. Hay más corporaciones de las que sueña nuestra filosofía y por extrañas circunstancias, en esta elección presidencial, el corporativismo ventajero tiene miedo y esto es lo novedoso.

Mucho se ha dicho sobre la campaña del miedo en el último tramo de la carrera electoral en la que se elegirá el próximo presidente argentino. En efecto, el miedo es el clivaje. Clivaje es una palabrita muy de politólogos, define la división entre votantes defensores y detractores de un tema en particular. En el balotaje los votantes se dividen entre el miedo al cambio y el miedo a la continuidad. Y esta división ya no es por ingresos o clases sociales. Tampoco es por edad, sexo, religión. Es una división entre los aupados por las corporaciones, los socios de la patria ventajera y los que no. Entre las garrapatas y el perro.

Quienes temen a la continuidad, representada por el candidato Massa, no necesitan demasiado análisis, es fácil. Argentina es un ejemplo global del desacierto, del absurdo y del fracaso, y quienes no quieren continuar en esta senda están asistidos por la lógica. Basta decir que se trata del país que más veces estuvo en recesión después de la República del Congo, del país que le gana en niveles de inflación a Venezuela y en inestabilidad e incertidumbre a los países en guerra. Un país que en los últimos 20 años padece un índice creciente de inseguridad y sometimiento al poder del narco. Un país con vergonzantes records burocráticos e impositivos. Un país injusto, agobiante, incapaz de retener el vigor de su cría, que se escapa a borbotones día tras día.

Los que no tienen el amparo de alguna corporación, los que no tienen garantizado su modo de subsistencia, sea bueno, malo, regular, legal o ilegal; no quieren que les sigan chupando la sangre y no sienten el menor afecto por el ministro de economía y presidente de facto que lleva 35 de sus 51 años como caudillo de la política y que sería el garante de la estabilidad de «la casta». Su capacidad de daño es palpable y el miedo que produce está justificado.

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