Cuatro mil años de control de precios

40 siglos (4 mil años) de control de precios. El documento de Venezuela que sirve para la Argentina, pero que tiene como antecedentes muchos casos más: el fracaso a lo largo de la historia. La obra de Robert L. Schuettinger y Eamon F. Butler

La Argentina aplica trágica, ineludible y cíclicamente un nuevo proceso de precios máximos que jamás dio resultados, salvo en el relato electoral: poder transmitirle a la gente, desde el poder político, que el Gobierno está "preocupado" por la inflación. Esto, aunque no se lo vea ocupado en revertir los problemas de fondo que la generan.

Este fenómeno ni es nuevo ni es argentino.

Ya hace décadas Venezuela tomó una obra histórica en torno a milenios de controles de precios y la editó. Memo ofrece el resumen de lo que hay que conocer en este contexto argentino y -además- con los conceptos que ofe

Introducción

Cuatro mil años de control de precios

Pocos meses después de aquel emblemático "viernes negro" de febrero de 1983, fecha que marca el inicio (no así las causas), de un muy lamentable período que ya sobrepasa una generación de venezolanos sufriendo los embates de una desarcertada política económica y sus consecuentes impactos en el progreso y la inclusion social, el Consejo Nacional del Comercio y los Servcios (CONSECOMERCIO) edita la obra de Robert L. Schuettinger y Eamon F. Butler "40 Siglos de Control de Precios".

Este breve trabajo presenta en términos simples e irrefutables un compendio de referencias históricas, desde el mundo antiguo hasta la década de los 70's del siglo XX, a través de las cuales el lector entrará en contacto con una di-mención poco frecuente de los fenómenos económicos que rodearon acontecimientos como la caída de Babilonia y el Imperio Romano, los abismos humanos de la Edad Media, las causas de la escasez previa a la Revolución Francesa, y el impacto de los desaciertos económicos en el surgimiento del Tercer Reich y los totalitarismos de la llamada Europa Negra.

Déjà vu y bucle histórico: congelar precios, ¿para qué?

Por largos siglos aquellos que ostentan el poder han intentado en vano imponer reglas al comportamiento económico de los individuos. A través del tiempo hemos comprendido que las ideologías políticas, por mucho que lo intenten, no pueden ni deben hacer otra cosa que determinar reglas básicas e incentivos para que la creatividad y el instinto natural de los seres humanos se desarrolle plenamente, en medio de un ambiente de respeto a las libertades y derechos de los demás. Pretender hacer lo contrario, vale decir, imponer res-tricciones y limitaciones a la libre iniciativa mediante toda suerte de controles y regulaciones excesivas, aun cuando se ejecuten en nombre del "bienestar del pueblo", solo terminarán por impedir el desarrollo armónico de las naciones donde se pongan en práctica.

Cuatro mil años de control de precios

En el caso venezolano es necesario entender - de forma muy especial en los confusos tiempos que corren, en los que se nos ha hecho creer que todos los males que vivimos provienen de fuerzas externas que han impedido nuestro progreso - que nuestra economía ha estado largamente sometida a procesos de intervención mas o menos intensos, hecho que aunado a una casi secular falta de disciplina en el manejo de las cuentas del Estado, nos hace absoluta-mente responsables de nuestro destino como sociedad.

Una vez más los venezolanos asistimos al fracaso de una gestión gubernamental que fue abrazada con grandes esperanzas por las mayorías. De forma inaudita, todavía persiste en gran parte de la población - de manera transversal a todas las capas sociales - la peregrina idea según la cual es necesario un gobierno "fuerte" que imponga controles sobre los desbordados brotes especulativos de toda suerte de inescrupulosos empresarios. Para colmo de males, y en medio de tal confusión económica salpicada de una intensa y anacrónica intoxicación ideológica, se nos presenta la disyuntiva histórica de adentrarnos en el oscuro camino de la colectivización de la sociedad a través de la utopía igualitaria del Socialismo del Siglo XXI

Precisamente en la antesala de un reto histórico al que asistiremos los ve-nezolanos en el transcurso de los próximos meses y años, el Centro para la Divulgación del Conocimiento Económico (CEDICE-LIBERTAD), ha asumido la tarea de reeditar este trabajo, que luego de 28 años de haber sido puesto en circulación, sigue hoy tan vigente como entonces. Desde hace 26 años CEDICE-LIBERTAD, como órgano de pensamiento de la economía liberal, defensor y promotor indoblegable de la propiedad como cimiento del desarrollo humano, ha venido desarrollando una extensa y a veces imperceptible tarea de enseñanza para empresarios, académicos, políticos, estudiantes, y líderes sociales de toda naturaleza.

Es menester formarnos para la mejor comprensión de nuestros errores. Solo así podremos afrontar los desafíos del presente y construir a partir de allí un mejor futuro para las generaciones que nos sucederán. Los invito pues, a hojear estas páginas de la historia económica de la civilización, a profundizar en estos temas que son trascendentales para la discusión de un nuevo modelo de desarrollo para Venezuela. ¡Asumamos el reto de cambiar!

Jorge Botti

Presidente de FEDECAMARAS Septiembre de 2011


Control o libertad

Cuatro mil años de control de precios

Nuestros políticos han sido partidarios de los controles de precios. No es raro que estos controles traigan la ruina económica, el desempleo y la inflación. Venezuela no es un caso aislado, sino otra prueba más de que los controles de precios paralizan la economía. Los autores del libro "Forty Centuries of Wage and Price Controls", han demostrado como durante 40 siglos los controles jamás han funcionado.

Si a usted le preocupa el futuro de Venezuela lea este folleto que contiene una versión libre y abreviada del libro.

Léalo, discútalo y coméntelo.

Nadie debe ser indiferente al futuro de su país.

Todos necesitamos comprender las leyes de la economía para contribuir a superar las dificultades que se avecinan.

40 siglos de control de precios

El mundo antiguo

Desde hace más de cuarenta siglos los gobiernos de todo el mundo han tratado de fijar precios y salarios. Desde los tiempos remotos, el máximo poder consistía en tener autoridad sobre las mercancías más importantes: los alimentos. La persona o clase social que controlara el estable-cimiento de los alimentos esenciales, tenía en sus manos el poder supremo. Y por esto, uno de los primeros efectos derivados de un estricto control de precios sobre los productos agrícolas fue el abandono de las granjas porque ya no eran rentables. Cuando sobrevenía el fracaso, como generalmente ocurría, acusaban a sus súbitos de perversos y deshonestos, antes de reconocer la ineficiencia de la política oficial. En nuestros días ocurre exactamente lo mismo.

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Política y precios

Contrariamente a lo que se imaginan muchos espíritus apasionados y superficiales, los precios no son invenciones odiosas del sistema capitalista. No son, en efecto, otra cosa que la valoración socio-económica de los bienes escasos. Son un indicador de la relación existente, en un momento dado, entre la cantidad de bienes disponibles la oferta y la urgencia o necesidad que de esos bienes tienen los consumidores la demanda. 

La oferta y la demanda no son tampoco reaccionarias y odiosas invenciones del capitalismo. Son verdaderas categorías de la conducta humana. Categorías en el sentido aristotélico que reflejan el hecho vital de que a medida que sea más urgente nuestro deseo de obtener algo y a medida que sea más escaso ese algo, estaremos dispuestos a sacrificar más nuestro dinero, de nuestro trabajo, de nuestro tiempo o de nuestro descanso para obtenerlo.

Los precios se asemejan, pues, en cierto sentido, al termómetro que indica la temperatura del enfermo, y, al igual que aquél, no sólo se identifican con la enfermedad, sino que son un instrumento indispensable al servicio de la salud y el bienestar de todos.

Pero los precios son mucho más que un instrumento de medida. Cumplen en efecto en la vida económica la insustituible función de distribuir, a través de sus variaciones relativas, los recursos escasos de la comunidad. 

Procurando utilidades a quienes combinan y utilizan eficientemente esos recursos, y pro-curando perdidas a quienes no lo saben hacer, sirven para adecuar la producción y distribución de bienes y servicios a los constantes progresos de la técnica y a las siempre cambiantes necesidades de los hombres. Sin los precios carecerían las sociedades humanas de las bases indispensables para el cálculo económico. 

La ausencia de un sistema efectivo de precios y, por ende, la im-posibilidad del cálculo económico es efectivamente la objeción más importante que se puede hacer, desde el punto de vista estrictamente económico, al sistema socialista. 

Si se realizara la profecía de Marx y todo el orbe deviniera socialista, el mundo no podría calcular la mejor combinación y distribución de sus limitados recursos. Se producirían menos cosas de las que necesitan los hombres y más de las que no desean, se aprovecharían indebidamente las posibilidades de la tecnología, se reduciría por lo tanto el nivel de vida real de los pueblos, y, ante el aumento constante del número de seres humanos, la civilización y el progreso comenzarían inevitablemente a declinar.

Un sistema libre de precios es, por lo tanto, un instrumento esencial para la organización racional de la economía. Sin embargo, en el mundo actual los precios sufren tal número de tergiversaciones y controles por parte del Estado que se han convertido, en muchos sectores de la actividad económica, en meras deformaciones o caricaturas políticas de los precios de mercado.

Los ataques más visibles a los precios son los que se basan en la ignorancia inconsciente o deliberada de las más elementales realidades económicas. Son la fijación autoritaria de precios máximos y mínimos. Cuando un político desea obtener el favor de la opinión dispone en el mundo actual del más fácil de los instrumentos demagógicos: la fijación de precios máximos de venta. Ahora bien, si estos precios máximos son iguales o superiores a los del mercado la medida no pasa de ser una inofensiva treta política sin conse-cuencias económicas notables, a no ser una cierta reacción de desconfianza y un debilitamiento en la propensión a invertir. Pero si los precios máximos se fijan coactivamente por debajo del nivel de los precios del mercado ocurrirá inevitablemente una disminución de la oferta de esos bienes en el mercado. 

El proceso es muy sencillo: dentro de cualquier rama de la actividad económica existe una compleja gama de empresarios, que se extiende desde los más eficientes, que obtienen las máximas utilidades posibles a los precios del mercado, hasta los menos eficientes que son, en su punto extremo los llama-dos productores marginales, es decir, aquellos que obtienen estrictamente las utilidades mínimas necesarias para remunerar su función y subsistir desplegando la arriesgada actividad de productores. 

Es evidente que si los precios máximos fijados están por debajo del costo de producción de los productores marginales o supramarginales, ellos obtendrán pérdidas en vez de sus exiguas utilidades anteriores, y dejarán de producir. Si el Estado dispone de re-cursos coercitivos suficientes y eficientes para imponer esos precios máximos, puede quizás lograr un beneficio transitorio para los consumidores, quienes estarán en condiciones de adquirir a un precio menor los bienes producidos con anterioridad a la regulación. 

Pero a largo y mediano plazo obtiene el resultado económico inevitable: una mayor escasez de la mercancía, y con ello un alza real del precio, ya que éste, como el termómetro, no hace sino indicar la relación entre la oferta y la demanda. La fijación por relaciones políticas de precios máximos recuerda la imagen de la madre ignorante que pretendía enfriar el termómetro para hacer descender así la fiebre del niño.

La fijación autoritaria de precios mínimos origina, por el contrario, si esos precios son superiores a los del mercado, una oferta súper abundante de la mercancía o servicio de que se trate. En efecto, a esos precios resulta económica la producción de bienes en condiciones en que anteriormente no era económica. 

Si se trata, por ejemplo, de productos agrícolas, resultará ahora económico producirlos en tierras marginales, con empresarios menos eficientes o mediante el uso de una maquinaria agrícola más costosa. Y esta superabundancia tendrá como resultado inevitable la disminución del precio real, si no en escala nacional en el caso de que el Estado adquiera los bienes que se ofrezcan al precio oficial y no encuentren otro comprador, al menos en escala mundial, cuando el Estado tenga que necesariamente deshacerse de los excedentes de producción que ha acumulado. 

Y esta abundancia artificial tendrá como resultado inevitablemente la disminución del precio real porque éste indicará, una vez más, la nueva relación funcional entre la oferta y la demanda.

En el caso de los precios máximos surgirán mercados negros y grises, donde productores y vendedores, a través de sobreprecios, primas, comisiones o favores especiales, materializarán el aumento de precio decretado por el político al producir una mayor escasez. En el caso de los precios mínimos surgirán las devoluciones, los descuentos disfrazados o los simples regalos internacionales que harán bajar inexorablemente el precio a la nueva situación decreta-da por el político al producir una oferta excesiva.

Se trata en el caso de los precios de consecuencias inevitables derivadas de la naturaleza y de la conducta humana. Se trata de consecuencias que no pue-den ser modificadas por la promulgación de leyes o decretos o por la celebración de tratados internacionales. Aun cuando estas leyes, decretos o tratados sean el producto de las más sonadas conferencias nacionales o internacionales. Aun cuando esas conferencias hagan nacer desmedidas esperanzas en aquellos que financian, con su ilusión y con sus estómagos vacíos, la frondosa burocracia nacional e internacional, que es el único resultado duradero de estos pueriles e inútiles intentos por contrariar la realidad.

Joaquín Sánchez-Covisa

Conclusiones

• Los precios libres estimulan la producción general

del país, y en especial canalizan los recursos hacia los sectores de mayor demanda.

• Los precios libres por sí solos buscan un nivel aceptable para el consumidor y estimulan la competencia.

• La libertad de precios siempre acompaña a la libertad del propio consumidor.

• No puede haber prosperidad sin libertad económica.

• Los controles de precios deforman la economía, fomentan la producción de bienes innecesarios, terminan propiciando la deshonestidad y conducen necesariamente a la inflación, la escasez y finalmente a la miseria. 40 siglos de historia demuestran que los controles y el intervencionismo bajo cualquier forma de poder político (oligarquía, feudalismo, monarquía, dictadura, democracia y totalitarismo) no han sido capaces de superar la economía de mercado para asignar eficazmente los escasos recursos de los cuales dispone una sociedad, con el fin de satisfacer las necesidades de sus ciudadanos.

• En estos 40 siglos no encontramos un solo caso en el cual el control de precios haya solucionado las consecuencias de la inflación, que son la injusticia, la confusión y la miseria. En algunos casos, los controles fracasaron y en otros además han conducido al desastre, perdurando sus graves consecuencias durante largo tiempo.


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