Fernández eructó lo que todo su sector viene rumiando
Las gravísimas afirmaciones de Alberto Fernández en TN sobre un "suicidio" en el que nunca antes creyó y que ahora afirma taparon una serie de barbaridades que respondió antes, pero evidenció una linea de pensamiento que podría resumirse en "no importa lo que corresponda por ley, sino lo que me sirva para sostener a mi grupo en el poder y en libertad".
La frase de Alberto Fernández sobre los fiscales Nisman y Luciani fue tan grave, que dejó bajo una estela de humo otra lista de barbaridades que dijo en su visita al canal TN, del Grupo Clarín -del que fuera lobbista antes que adversario- y en donde hubo que recordar una y mil veces que se trataba del "presidente". Él mismo dijo: "El que manda soy yo", algo que alguien que manda u otro presidente no ha dicho nunca ni diría jamás.
Fernández: "Nisman se suicidó y espero que Luciani no haga algo parecido"
Pero su desatinada frase en la que habló del "suicidio" de Alberto Nisman y deseó que Diego Luciani no tomara el mismo camino, sonó a amenaza mafiosa. Es difícil que lo haya pronunciado a propósito y con fines maléficos: parece claro que "se le chispoteó". Pero podría denotar un modo en el que se dialoga dentro de la estructura de poder que integra, mandando o no, y que busca imponer su pensamiento siempre, tengan o no razón y de acuerdo a lo que reclame cada circunstancia para el beneficio de su permanencia en la cima del poder político.
De todos modos, es más que eso.
Los argentinos somos portadores de un déficit de memoria que nos hace repetir errores de los que no aprendemos. Y es por ello que no solo es grave que una persona que ocupa el Sillón de Rivadavia diga lo que dijo, sino que queda al descubierto la sistematización de las mentiras en el ejercicio de al política: eso también es grave.
Fue el mismo Alberto Fernández quien dijo (ver video) que "nadie en Argentina piensa que Nisman se haya suicidado, nadie abolutamente nadie. La primera que no cree que se ha suicidado es Cristina Fernández de Kirchner".
Cuando Fernández fue a la marcha contra Cristina Kirchner, a pedir justicia por la muerte de Nisman.
Es cierto que no es la primera vez que Fernández hace exactamente lo opuesto a lo que había dicho antes, pero aquí estamos hablando de algo básico, que es un derecho humano fundamental: el derecho a la vida.
Y en segundo lugar, la complejidad de que se juegue políticamente con la vida y la muerte de fiscales del Poder Judicial de la República, las personas que tienen como deber investigar y acusar a las personas que son sospechadas de delitos.
El momento en que Fernández habló del "suicidio" de Nisman y sobre Luciani
Esta perversidad, llevada al nivel político que ocupa el presidente, representa una señal de inseguridad y desestabilización a todo aquel que quiera animarse a juzgar a personas con poder. Bien podría representar una convocatoria a disciplinarse ante quien ocupa la primera magistratura, o la ejerce desde atrás del sillón.
Los dichos de Fernández representan la exteriorización de una línea de pensamiento que mantienen en privado, pero que si pudieran sería norma: a determinadas personas "no se las puede tocar", qud definitivamnte no son iguales ante la ley, algo así como lo que ocurre con los reyes en el Reino Unido, a quienes no se denuncia, o con los pontífices en el Vaticano, de quienes se dice que son "infalibles" y por lo tanto, no se les discute decisiones que supuestamente han negociado con Dios.
El equipo que está en el Gobierno desprecia el sistema establecido por la Constitución y ensaya caminos laterales. Insisten en teorías para moverse por la tangente ya que han intentado tocar la Carta Magna, como sucedió en otros países, pero no consiguen respaldo social suficiente -por ahora- para transformar al republicanismo que permite la pluralidad de pensamientos, la coexistencia de muchos partidos políticos y equilibrios de poder para que nadie tenga el poder incontrolado suficiente para hacer de la cosa pública un pelotero en el cual divertirse con sus sueños, deseos o delirios.
El torbellino de barbaridades que ocurren, se dicen o desean que suceda y se transmiten en público alimentan el juego de los que diciéndose partidarios de la mejor política apuntan a la desconfianza generalizada para así imponerse por el medio como la solución simplista y a la vez, autoritaria. En medio de tanta crisis, a muchos, muchísimos, esto último podría importarles poco con tal de que les devuelvan cierta tranquilidad, aunque sea como ilusión.