La reforma que falta: la educación, el vacío en la agenda del cambio
En su columna en La Nación, Luciano Román advierte sobre el gran ausente en el impulso reformista del Gobierno: el sistema educativo. Su análisis pone el dedo en la llaga de una Argentina que discute presupuestos, pero evita hablar de calidad, exigencia y futuro.
En un país donde se debaten reformas laborales, fiscales y previsionales con intensidad, Luciano Román plantea en el diario porteño La Nación una pregunta incómoda: ¿puede hablarse de una verdadera transformación de la Argentina sin mencionar la educación? En su reciente columna publicada en La Nación, el periodista expone con claridad un vacío elocuente en la hoja de ruta del Gobierno: la ausencia de un proyecto educativo integral, capaz de acompañar los cambios que se buscan en el resto de los frentes.
Román observa que, pese a los gestos de modernización y las promesas de "reformas estructurales", el tema educativo no aparece en el discurso oficial. Y subraya algo que incomoda a todos los sectores políticos: el deterioro de la enseñanza primaria, secundaria y universitaria no es nuevo, ni es responsabilidad exclusiva de una gestión. Es, más bien, el síntoma persistente de un país que hace tiempo perdió la brújula de la calidad.
El texto repasa datos que deberían encender alarmas. Solo 20 de cada 100 estudiantes que ingresan a una universidad argentina logran egresar; en Chile son 82. Mientras tanto, el 55% de los alumnos locales no aprueban más de una materia por año. Y sin embargo, el país destina a la educación superior una proporción del PBI similar a la de las economías más desarrolladas. Como sintetiza Román, el sistema universitario "discute plata, pero no calidad".
La columna también expone una contradicción profunda: mientras se multiplican los egresados en carreras tradicionales como abogacía o psicología, las empresas tecnológicas reclaman ingenieros que no existen. La brecha entre lo que forma la universidad y lo que demanda el mundo laboral es cada vez más grande, y compromete el desarrollo de sectores estratégicos como la industria, el litio o la energía.
Román no se queda en el diagnóstico. Su texto funciona como una interpelación política y moral. Recuerda que la cadena educativa se resintió en todos los niveles: en la primaria, donde muchos chicos egresan sin saber leer con fluidez; en la secundaria, donde se abolió la repitencia y se diluyeron los criterios de evaluación; y en la universidad, donde se evita tomar exámenes de ingreso que garanticen un mínimo de nivel. "Así se configura lo que Guillermina Tiramonti define como el simulacro educativo", cita el autor.
El artículo no apunta solo al Gobierno actual. Denuncia una omisión colectiva: la de una dirigencia que discute reformas sin mirar la raíz del problema. Porque, como subraya Román, ninguna transformación será sostenible sin jóvenes bien formados, sin docentes estimulados, sin una escuela pública que vuelva a ser el lugar del mérito y la movilidad social.
Las profecías autocumplidas en la educación argentina
En ese sentido, su columna no solo advierte: propone una agenda pendiente. La de un país que necesita hablar de educación con la misma seriedad con la que discute el déficit fiscal. La de un Estado que, en lugar de recortar a ciegas o subsidiar sin control, debería revisar qué resultados obtiene por cada peso invertido. Y la de una sociedad que, si de verdad quiere crecer, tendrá que volver a mirar a sus aulas.
"¿No tendríamos que hablar también de educación?", se pregunta Román al final. La respuesta, en tiempos de reformas urgentes y prioridades cambiantes, parece tan evidente como postergada.