La educación, entre la izquierda y la derecha

Notas de Isabel Bohorquez para entender los fundamentos del pensamiento progresista (parte 4).

Isabel Bohorquez

Actualmente, el discurso político respecto a la educación (y otros tópicos) recurre a la izquierda y a la derecha para fundamentar las condiciones en las que puede expresarse la finalidad educativa.

Incurriendo así -entiendo por mi parte- en una polarización que deja afuera gran parte del debate educativo necesario en Argentina, además de que se comete un error histórico al definir como de derecha al liberalismo propio del siglo XIX (de Sarmiento/de Roca) equiparándolo al neoliberalismo del siglo XX (Ley Federal de Educación de Menem) y como de izquierda al peronismo, kirchnerismo, socialismo y otras alianzas afines que en su conjunto se asumen parte del progresismo y cuasi fundamento de la pedagogía crítica.

Esta asimilación distorsionada respecto a las intenciones educativas de momentos históricos diferentes y de sectores que contienen contradicciones intrínsecas, ha ubicado en veredas enfrentadas a modelos pedagógicos que no deberían oponerse sino más bien integrarse -con sus límites y posibilidades- en un proyecto de país.

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Hoy el desafío en Argentina es justamente ese: construir un proyecto nacional que mire las condiciones en las que nos encontramos (los niveles de aprendizaje, tasa de deserción y de fracaso escolar, estrategias de inclusión, horizonte formativo, etc.) y en base al consenso social (padres, instituciones educativas, sectores productivos, etc.) marcar un rumbo de superación.

¿Por qué digo esto?

Porque el progresismo en su versión local nacional fracasó y debemos asumir ese fracaso en forma conjunta para encontrarle una solución a la educación de las generaciones presentes y futuras.

La expresión puede parecer dura: el progresismo fracasó.

La asumo desde lo que entiendo que significa: no alcanzó sus objetivos proclamados de igualdad de oportunidades y de ampliación de derechos que aseguraran una sociedad feliz y contenida por la estructura del Estado y sería muy bueno que dejara de culpar a la derecha neoliberal cruel y nefasta que aparece en el horizonte político de Argentina cada vez que se debilita el poder del frente peronista y sus etcéteras.

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Antes de continuar veamos que se dice -desde una postura que se asume progresista- sobre la educación desde la izquierda y la derecha. Y para ello, recurrí a un texto de Mónica Pini para representar en un cuadro de su autoría, las diferentes posturas:

La educación, entre la izquierda y la derecha

Lo que refleja el cuadro anterior, a riesgo de cometer una excesiva simplificación, parece concentrar todas las buenas intenciones en el progresismo y las intenciones utilitarias donde la persona queda subsumida a la superestructura (fundamento marxista) en las posturas liberales y con mayor crudeza en el neoliberalismo/neoconservadurismo.

Dicho así, las aguas se dividen en los buenos de la izquierda progresista y los malos de la derecha neoliberal y neoconservadora.

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La exacerbación de esta polarización en este momento de la historia argentina también provoca las reacciones recíprocas de las posturas que -identificadas como de derecha- asumen que todo lo que proviene de la derecha es bueno y lo que se origina en el marco del pensamiento de izquierda es malo.

Lo que nos ubica en una rueda sin fin que deja al sistema educativo solo con sus problemas y sus callejones sin salida.

Desde la mirada, llamémosla progresista, la educación representa un bien público y se le atribuye a la derecha el hecho de que se le considere un bien privado o bien de consumo.

Yo desestimo esa afirmación, al menos en el sentido de que a todas las sociedades -incluso las gobernadas por sectores de derecha- se les plantea la finalidad de la educación en orden a un proyecto que trasciende los intereses privados e individuales.

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Educación para la formación ciudadana que permite el consenso y la convivencia colectiva así como la trasmisión de valores y principios propios de la identidad nacional, educación para el progreso y el desarrollo conjunto que permite no solo el crecimiento económico sino también la movilidad social ascendente y por lo tanto la igualdad de oportunidades, educación para el desarrollo tecnológico y científico que permite avances en el bienestar y calidad de vida de la sociedad, así como en el crecimiento productivo y económico.

En resumen, la educación es un bien público en la izquierda y también en la derecha. La cuestión a dilucidar -según quien gobierne- es hacia adónde se orienta ese bien público y ello es un problema del conjunto de la sociedad y no solamente de los gobernantes o los sectores dominantes.

Otro aspecto bastión del progresismo es el carácter inclusivo que se contrapone con el carácter exclusivo/excluyente del neoliberalismo (la derecha).

También desestimo esta afirmación porque los resultados objetivos y estadísticos (tan vapuleados según convenga) muestran a las claras que la inclusión forzada, indiscriminada, sin apoyaturas tales como un docente auxiliar por aula de los niveles obligatorios (inicial, primario y secundario), sin estrategias que realmente habiliten la inclusión que significa no solo inversión económica sino formación especializada, diseño de infraestructura así como desarrollo tecnológico, NO es inclusión real. Es una ficción, un eufemismo, una galería de historias frustradas y de docentes agobiados por un sistema que los penaliza sino incluyen/retienen estudiantes y los vigila para que se cumplan las premisas, aunque sean falsas.

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El progresismo fracasó en su política inclusiva y debilitó la estructura del sistema educativo en general, así como a las escuelas especiales que pasaron a ser mala palabra o instituciones difusas en su oferta educativa. No es solo una cuestión de mayor inversión económica -que de todas maneras los gobiernos autodefinidos como progresistas no hicieron- sino de abordaje sincero, especializado y atento a las necesidades de los estudiantes con un criterio experto y atinado. Eso no pasó. Ni pasa.

Lo peor de esta premisa de la inclusión es que genera mayor desigual educativa (y a la larga social) y profundiza la brecha entre quienes pueden acceder a una mejor educación y quienes no. Niños que no aprenden a leer y a escribir, que culminan su formación primaria o secundaria con niveles muy bajos de aprendizaje y de estrategias para seguir aprendiendo, una tasa de ingreso a estudios superiores que no logra superar el 13% de los jóvenes entre 18 y 25 años y que dentro de esa franja etaria los que pertenecen a las clases más desfavorecidas corresponden a menos del 2% NO es inclusión real y NO es igualdad de oportunidades ni ampliación de derechos aunque en las calles pintemos carteles con la defensa de la educación pública e inclusiva. Se siguen favoreciendo a los que más tienen y pueden acceder a mejores ofertas educativas.

La paradoja del progresismo es que parece más de derecha que la derecha a la que acusa.

Aún no sabemos (o yo desconozco) qué propuesta se plantea desde la derecha en los tiempos que vivimos, pero ya sabemos que la que podríamos ubicar como posición más a la izquierda, fracasó, mintió o se desvirtuó.

Del mismo modo que la inclusión, otro aspecto insigne del progresismo en Argentina ha sido la participación de los estudiantes en el sistema político, el cogobierno, las decisiones en términos de derechos y la democratización de las instituciones en contraposición a la derecha a la que se le atribuye la condición burocrática, de gerenciamiento (en un sentido mercantilista) ya que la finalidad educativa responde a intereses de formación para el consumo, la producción, la competencia y el individualismo por su valor instrumental y económico ante el cual, los derechos y los acuerdos dentro de un sistema político e institucional pierden fuerza.

Alas, alas, necesitamos alas

Nuevamente desestimo esta afirmación ya que evidencia un nuevo fracaso del progresismo, así como una polarización excesiva.

Los indicadores actuales de violencia escolar, las dificultades para establecer un régimen disciplinario eficiente y que contemple a todos los miembros de una comunidad educativa, la impotencia de los docentes y autoridades escolares, la abusiva politización en algunos espacios escolares que han decantado en formas de adoctrinamiento, entre otros aspectos, evidencian ese fracaso y ese deterioro de la convivencia escolar que rompe el acuerdo fundacional (contrato didáctico) el cual es aprender, formarse, asumir una cultura trasmitida a través de la escuela y consolidar así una identidad tanto personal como colectiva.

La premisa de la ampliación de derechos llevó la noción a límites de horda. Doloroso término que expresa la falta de orden y de disciplina que si bien no deben ser un valor supremo en si mismos, tampoco pueden estar ausentes en la convivencia social porque seguramente serán los más débiles los que pagarán el precio de esa privación.

Me detengo aquí, a costa de incurrir en simplificaciones injustas.

Quiero afirmar resumidamente que el rol del Estado frente a esta falsa dicotomía entre izquierda y derecha, debe ser el de asegurarle a nuestro país un proyecto sólido que integre aspectos, que sume elementos a favor de la ciudadanía y que escuche a los diferentes sectores que encuentran en la educación un sentido de realización de las personas y de la sociedad en su conjunto. El proyecto no debe ser de una porción política, sino del conjunto de la sociedad.

Debemos despejar nuestras escuelas de la politización que no debate métodos pedagógicos, que no se interesa por los aprendizajes ni se preocupa por crear o recrear estrategias que nos posibiliten la superación de todo el abanico de problemas que tenemos hoy en día en las instituciones.

Darles voz a las familias, darles voz a los docentes, darles cabida a los sectores interesados en la educación, darle espacio a nuevos planteos que nos saquen del tironeo entre "buenos" y "malos" mientras nuestros niños y jóvenes transitan escenarios educativos demasiado poblados de frases acusadoras que no han podido aún afrontar victoriosamente ninguno de los desafíos que tenemos por delante.

En todo caso, Sarmiento nos dejó la huella marcada al llevar a nuestro país a uno de los más altos en alfabetización en la región de la flamante Latinoamérica y en el resto del mundo, éxito forjado desde el Estado, con la escuela pública, integracionista, la del guardapolvo blanco, con un proyecto de nación y un sentido de ubicación en la historia.

Necesitamos hoy un Sarmiento o varios Sarmientos del siglo XXI que sean capaces de la misma hazaña que entonces se veía tan difícil como ahora.





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