Perspectivas

Batallas argentinas: el peronismo se teoremabagliniza en su debate por la utilidad de detentar el poder

Mientras a nivel nacional empieza a sincerarse la acumulación de odios internos hacia futuros combates entre los mentores de la unidad del Frente de Todos, en Mendoza se silencian las diferencias a la espera de un horizonte. Salvo un caso: Ilardo.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

El peronismo volvió al poder en 2019 porque se mostró unido, a pesar de las dificultades reales de esa unidad entre dos sectores antagónicos como son los de Cristina Kirchner y Sergio Massa, con Alberto Fernández como subproducto. Esa situación, lejos de ser real, resultó una pose. Cumplido el objetivo de ganar, gobernar no fue posible. Pero el cronograma electoral los desafía a continuar con "la manija" o perderla, ya que la sociedad no evalúa la foto del pasado triunfador, sino los resultados de su paso por la gestión pública, y es evidente que, aunque se culpe a otros de todos los males actuales (tengan o no la razón en eso) la realidad los pone entre la espada y la pared.

La dirigencia del kirchnerismo sostiene que lo suyo es ganar y darle alegría al pueblo. No admite que alguna vez haya que darle una mala noticia a su electorado con tal de mejorar las condiciones generales del país. Dicho de otro modo, no comprende la posibilidad de gobernar sin recursos, ni asumir responsabilidades propias por la inacción y la pobreza, aunque tampoco admite la posibilidad de perder una elección. Ese capricho lo enfrenta no solamente a su creación, Alberto Fernández, sino a la sociedad: prefieren el descontrol al orden porque saben que su público votante son los disconformes, a quienes se habían acostumbrado a conformar con dos recursos milenarios de la política: pan y circo, cotillón ideológico y caridad.

Es tan grave la situación social del país que ya no se satisface a nadie con un lenguaje ideologizado ni se conforma con explicaciones sobre las culpas de Mauricio Macri. De tal modo, el estallido interno del peronismo es una bomba contagiosa. Afectos a la conflictividad permanente como concepto de vida en sociedad, esta vez sus batallas se libran en terreno propio, pero con secuelas en toda la sociedad porque el escenario de combate es el Estado, en donde los distintos sectores del Frente de Todos han tomado posiciones y atrincherado en "cajas" y áreas de notoria incidencia en la vida diaria de los argentinos.

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En este marco, el kirchnerismo se consolida como núcleo duro obediente de su jefa y solo con ello, se eleva como la posibilidad más fuerte de conducir y decidir los destinos del oficialismo nacional, ya que en una PASO presidencial cuenta con un piso que ningún otro sector (si es que han logrado organizarse) posee. El albertismo es una entelequia sin protagonistas de peso y que es ridiculizado constantemente por sus chascos en el ejercicio del poder y el massismo cada vez es más afín a los designios del Instituto Patria, aunque verbalmente expongan todo lo contrario.

En Mendoza

El peronismo en Mendoza no ha dicho todavía "esta boca es mía" porque tiene mucho que perder y poco que ganar. No se ha instalado aun como alternativa de gobierno y solo podría ascender al poder por traspiés del radicalismo o el propio estallido de Cambia Mendoza, algo que solo podría detonar el afianzamiento de todo lo disponible como recurso solo en manos de Alfredo Cornejo y la necesidad de ser convidados de poder por parte de los que se sienten relegados: dentro del radicalismo la válvula de escape que quiere representar Luis Petri y fuera de la principal fuerza, las ganas insaciables de Omar de Marchi por ser candidato gobernador y, esta vez, ganar. 

El Teorema de Baglini enuncia que "cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven. A medida que un grupo se acerca al poder, va debilitando sus posiciones críticas al gobierno". Sabido esto, hay que evaluar que mientras el peronismo en Mendoza masculla en silencio sus diferencias nacionales, que aquí se reproducen junto a pases de factura adeudadas, hay un indicio de teoremabaglinización por parte de dirigentes como Lucas Ilardo, hasta ahora la voz cantante del peronismo en la Legislatura, la más fuerte, a veces la única, y que se ha radicalizado.

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Su tono crítico elevado lo aleja de cualquier acuerdo. Pero también se produce en un ambiente político en el que no hay diálogo real, productivo ni negociación entre oficialismo y oposición en torno a asuntos concretos.

De tal manera, Ilardo expresa un emergente: posiblemente competir solo por su propio lugar, mientras el resto del peronismo prefiere esperar. Algo más parecido al accionar activista del Partido Verde con sus videitos picantes en las redes. Pero en definitiva, una batalla descarnada por una sola banca, la propia, ante un escenario que -como se adivina de la conjugación de aquel teorema- los aleja de la conquista del poder y podría marginarlos mucho más de lo que una pesadilla les auguraría si es que lo nacional no ofrece un paraguas y a nivel provincial no se encuentra una novedad potable para el grueso de la población.

En Mendoza, hasta el kirchnerismo fue cuidadoso se mostrarse de cuerpo entero como lo han hecho los "intelectuales" afines porteños que le saltaron a la yugular al Presidente, culpándolo del supuesto pecado de la moderación y exigiéndole un nivel de disconformidad que al final, es incompatible con el rol de ser el responsable de gobernar el país.

Flor Destéfanis, por ejemplo, fue cuidadosa a la hora de hablar del acuerdo con el FMI y hasta lo deseó en público. No le brotó el kirchnerismo del cual es portadora, sino que primó el atenuante de su mendocinidad. Anabel Fernández Sagasti hizo lo propio: cumplió con su subordinación a Cristina Kirchner, pero no alardeó con ello en Mendoza. Es ella quien conduce al Partido Justicialista, el caballo de Troya de muchas otras organizaciones y partidos que a nivel nacional preside en lo formal Fernández.

El futuro está dibujándose en la posibilidad de sinceramiento de la ruptura, pero siempre calculando las consecuencias: cuántos pedazos del poder podrán recuperar tras hacerlo estallar todo, desde cada uno de los sectores en el que el Frente de Todos pueda disociarse. El poder les resulta propio. Y no van a renunciar a él a pesar del acumulamiento de odios internos que les hace pintarse la cara para nuevos combates.

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