Un gigante con los pies de barro: el fracaso de la universidad argentina

Escribe Isabel Bohorquez en esta columna: "Las universidades se han convertido en un botín de guerra político partidario y en una bandera de un supuesto progresismo difícil de reconocer en tanta estructura académica conservadora al punto de seguir siendo decimonónica (del siglo diecinueve) por más que el discurso se pueble de frases "correctas" para los tiempos que se viven".

Isabel Bohorquez

En primer lugar definamos el fracaso y para ello veamos las estadísticas difundidas sobre el sistema universitario nacional: Argentina es uno de los países con una tasa de egreso entre las más bajas de la región y del mundo, alcanza escasamente un 19,8 % si consideramos exclusivamente las universidades estatales; que puede aumentar a un 25,1% si incluimos en la ecuación a las universidades privadas que alcanzan a su vez, un 47,3%. Es importante aclarar que el 80,8 % de la población estudiantil (que al año 2020 registra una cifra de 2.476.945) asiste a universidades estatales según las fuentes oficiales. [1]

Para pensarlo en términos simples, la tendencia es que de cada 100 estudiantes que ingresan al sistema público, menos de 20 estudiantes culminarán sus estudios. Si incluimos en la ponderación a las universidades privadas, contamos que sólo unos 25 estudiantes alcanzarán esa meta. Eso es muchísima gente que queda en el camino.

Si miramos los datos por región, por institución y por grupo de carreras las cifras varían incluso muy por debajo de estos promedios.

Tomemos por ejemplo una carrera tradicional y con alta demanda de la UNRC (Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba) como es la de Contador Público: estudios realizados revelan que en promedio sólo el 3% de los estudiantes logran finalizar sus estudios dentro de los 6 años posteriores al ingreso. Si se considera el porcentaje de egresados al 2020, calculado sobre el total de ingresantes alcanzan un valor del 14%.[2]

Con ese dato como ejemplo reflejamos una realidad aún no explicitada completamente en la conciencia social y en el corazón mismo de las instituciones universitarias: hay algo que estamos haciendo mal al interior de las universidades.

Este fenómeno de bajísima tasa de egreso que parece estar naturalizado, no es nuevo ni es consecuencia de la pandemia. De hecho, los datos analizados son previos aunque podríamos inferir que han descendido aún más.

Por último, y de la misma fuente oficial citada: "En 2020, las/os nuevas/as inscriptas/os a carreras de pregrado y grado universitario representan el 12,3% de la población de 18 a 24 años" [3]. O sea, la tasa bruta de ingreso es del 12,3 % de ese grupo poblacional. ¿Qué hacen el resto de los jóvenes argentinos de esa edad que no acceden a la universidad? ¿Estamos sosteniendo un sistema universitario solamente para unos pocos y además nos está resultando muy mal?.

En esta pirámide educativa cuya cúspide parece cada vez más difícil de ascender (con un quiebre muy importante en el nivel secundario), ese volumen pequeño y privilegiado (casi exclusivamente de clase media y alta porque los jóvenes de escasos recursos económicos en su gran mayoría no van a la universidad) parece contradecir el espíritu mismo de la universidad pública. La paradoja de esto es que en las ultimas décadas uno de los ejes de la política en cuestiones de educación superior en toda América Latina fue justamente la expansión del sistema.[4]

Entonces... ¿por qué insistimos con que la universidad pública es popular? ¿Será que en la gratuidad y la condición de irrestricta para su ingreso basamos la condición de tal?

Nos hemos repetido tantas veces que la universidad pública argentina es una conquista del pensamiento progresista nacional, que de esa manera el acceso a los estudios superiores se ha hecho posible a lo largo de todo el siglo veinte y durante el corriente y que por eso mismo, nos hemos vuelto un modelo paradigmático para el resto de América Latina ¡y el mundo!... que parece inconcebible que tenga fallas estructurales.

Hemos idealizado a nuestras universidades: como centros de desarrollo científico, de garantías de fidelidad a conocimientos objetivos y confiables, como sedes de ofertas legitimadas por el solo hecho de ser universitarias. Un prestigio que pocas instituciones mantienen en pie con tanta crisis social y cultural.

Si miramos las universidades desde su incapacidad (estadísticamente probada) para formar exitosamente a las nuevas generaciones, tendremos que revisar parte de nuestras creencias sobre las glorias de un sistema que necesita urgentemente una transformación profunda. Máxime si asumimos que "aquellas personas con mayor nivel educativo tienen mayores probabilidades de conseguir un empleo"[5]. Un rol no menor que le demanda la misma sociedad que la financia.

¿Cuáles son las razones de su fracaso?

Un aspecto que resulta obturador de cualquier proceso de transformación a largo plazo es la excesiva politización de la vida institucional. Los gobiernos universitarios están más pendientes de perdurar y ganar elecciones que de hacer cambios profundos que los excedan en sus tiempos de gestión. 

Entre las pugnas ideológicas y de conducción de las instituciones y las negociaciones con los gremios, los procesos referidos a un mayor acierto pedagógico quedan solapados. Las universidades se han convertido en un botín de guerra político partidario y en una bandera de un supuesto progresismo difícil de reconocer en tanta estructura académica conservadora al punto de seguir siendo decimonónica (del siglo diecinueve) por más que el discurso se pueble de frases "correctas" para los tiempos que se viven. Nuestras universidades, en su mayoría, se han quedado en el pasado académica y pedagógicamente hablando.

Si integráramos los planes de estudio, los currículos en base a ciclos comunes para varias carreras, dando a los ingresantes un tiempo de preparación y de exploración sobre áreas del conocimiento afines para luego abordar estudios más específicos, con planes articulados y flexibles, tutoreados por docentes, con una presencia temprana de experiencias en el mundo del trabajo, conectando con los problemas reales del entorno...otra vitalidad se respiraría en las aulas.

Actualizar los planes de estudio...hay un sinfín de cátedras que en cada campo disciplinar ya sabemos que deben ser modificadas o sustituidas por otros saberes. Planes de estudio interconectados que permita la movilidad institucional, el intercambio, las equivalencias. Tenemos 9329 ofertas de pregrado y grado....toda una industria de titulaciones superpuestas en incumbencias, que se repiten, se solapan...podemos resumir y organizar mejor la oferta en todo el país.

Docentes que rotan desde los primeros años a los últimos, que tienen funciones de tutores en todos los casos, no sólo de catedráticos distantes a la realidad de sus alumnos, docentes que enseñan a alumnos de diferentes carreras, que aprenden a pensar junto con los estudiantes las posibles perspectivas de desarrollo y de crecimiento personal y comunitario a partir de los tramos formativos compartidos.

Instituciones que se ocupan de saber que pasó con los desertores, que crean programas de verano para reinsertarlos, que tienen franjas horarias amplias para que haya más opciones, grupos de estudio organizados y monitoreados por estudiantes avanzados o ayudantes de cátedra...

Hay muchos modelos ya implementados en el mundo a los que les va mejor. El Acuerdo de Bolonia en 1999 dio impulso a una transformación sustancial.

Un cambio fundamental es el pedagógico.

No debemos seguir culpando a los estudiantes que no saben estudiar ni comprender un texto aunque eso sea parte de los desafíos a afrontar.

Son las universidades las que tienen que mirarse críticamente, hacerse cargo de sus fracasos y aprender a cambiar, a enseñar, a intervenir en la realidad cercana, no ya como sabionda sino con la humildad de los verdaderos gigantes.

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es Doctora en Ciencias de la Educación.


[1] Síntesis de información universitaria. Estadísticas universitarias 2020-2021. Departamento de Información Universitaria. Secretaría de Políticas Universitarias. Ministerio de Educación Argentina www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2020-2021_sistema_universitario_argentino.pdf

[2] Simón Leysa Yanina, Sebastián Ruiz y Araceli Verhaeghe. ACCESO, PERMANENCIA Y EGRESO: CARRERAS DE CONTADOR PÚBLICO, LICENCIATURA EN ADMINISTRACIÓN Y LICENCIATURA EN ECONOMÍA. FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS. UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO. X Congreso de Administración del Centro de la República. VI Congreso de Ciencias Económicas del Centro de la República. VII Encuentro Internacional de Administración del Centro de la República. Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales | Escuela de Ciencias Económicas | Secretaría de Internacionalización UNVM, Villa María, 2021. https://www.aacademica.org/xcongresodeadministraciondelcentrodelarepublica/127

[3] Síntesis de información universitaria. Estadísticas universitarias 2020-2021. Departamento de Información Universitaria. Secretaría de Políticas Universitarias. Ministerio de Educación Argentina www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2020-2021_sistema_universitario_argentino.pdf

[4] Barletta, Alicia- Heredia, Mariana LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA ARGENTINA Y EL DESAFÍO DE LA INCLUSIÓN EN EL SIGLO XXI https://fce.unl.edu.ar/jornadasdeinvestigacion/trabajos/uploads/trabajos/130.pdf

[5] CENTRO DE ESTUDIOS DE EDUCACIÓN ARGENTINA - UNIVERSIDAD DE BELGRANO. SIN EDUCACIÓN NO HAY EMPLEOS DE CALIDAD EN ESTE SIGLO XXI El nivel educativo secundario se está transformando en el piso establecido por las empresas modernas para el reclutamiento de su personal. http://repositorio.ub.edu.ar/bitstream/handle/123456789/10181/CEA_feb_2023.pdf

Esta nota habla de: