Análisis

Taxistas vs app, pobres contra pobres: crónica de otros presentes posibles

"La riña es de pobres contra pobres, porque todos somos bastante más pobres que nuestros pares del mundo. Y esa pobreza económica también nos acota mental y políticamente", reflexiona Gabriel Conte en esta nota.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Los argentinos pensamos que la forma en que vivimos la habitualidad es normal. Es decir: no tener un peso en el bolsillo, decidir en qué momento del año comprar lo que nos gusta y hace falta, en cuotas. O que en los supermercados tengamos que comprar la comida sacando un crédito.

Del mismo modo, terminamos, por el uso y la costumbre, que hay cosas accesibles y otras inaccesibles. Nuestras discusiones se han reducido al menor nivel posible, ante el desconocimiento de lo que ocurre en naciones estables, con economía estándar, ni siquiera floreciente y con políticos que no recurren al diálogo endémico, sino que levantan la vara, para sacar la cabeza a la superficie.

Es así. Esa es la metáfora: estamos sumergidos y hacemos lo que la carencia de oxígeno nos permite. Pensamos hasta el nivel de menor consumo de aire: poco.

De allí que la escaséz de experiencia en la vida sin sobresaltos, económica, social y políticamente hablando, nos parezca "un lujo". Muchos dirigentes políticos nos han metido en la cabeza que tener las necesidades básicas satisfechas, contar con la ropa que nos hace falta o darnos gustos, es "cosa de ricos". Pero no es así.

No existe en el mundo la condición de "pobre" en personas que tienen empleo. En Argentina una persona puede tener dos trabajos o más y seguir dentro del margen de la pobreza.

Es difícil plantear el tema, cuando masivamente pocos piensan que "lo nuestro" sea vivir sin sobresaltos y con plata en el bolsillo. Más bien se piensa que es la excepción. Y no sería extraño que algunos piensen o denuncien que quien se dá gustos y tiene plata en el bolsillo es poco menos que un agente de Satanás.

En países en donde la habitualidad es la de trabajar, cobrar el salario y que dure y alcance para ahorrar, tomarse un taxi, un Uber, un Cabify es normal, y no el resultado de una decisión meditada, calculadora en mano. De hecho, las regulaciones sobre su funcionamiento pasan por el ordenamiento, no para frenar su competencia.

En Mendoza estamos viendo cómo un sector quiere reducir al otro porque se sostiene que hay "demasiada oferta" de autos y, con ello, más o menos estabilizar a uno de los sectores. Claro: en perjuicio total del otro.

Es que el trasfondo no es un "descontrol", sino que somos pobres.

No nos alcanza para viajar todo lo que quisiéramos en un auto de alquiler. No podemos comer en un local gastronómico a mediodía con el menú más barato, entre un horario y otro de trabajo. No podemos cambiar las zapatillas si no es con cuotas a largo plazo. Compramos la comida diaria en el supermercado con tarjeta de crédito. Y no tenemos dinero disponible en el bolsillo para nada o para poco, para lo justo y necesario.

No es normal, aunque lo hayamos normalizado.

En cualquier lugar del mundo, inclusive en países africanos a los que miramos con desdén, es normal que un trabajador no sea pobre y pueda vivir la vida. La excepción esta solamente en los excluidos, los que se quedan sin trabajo, en los que se caen del sistema.

Algo está muy mal en Argentina, pero no nos sacudimos lo suficientemente como para discutirlo y nos enredamos en pequeñas riñas.

La riña es de pobres contra pobres, porque todos somos bastante más pobres que nuestros pares del mundo. Y esa pobreza económica también nos acota mental y políticamente.

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