Lo "revolucionario" de defender a Cornejo
Una oposición llorona y mal perdedora no cuaja como alternativa de poder. Cornejo les gana y se enojan. Pero ojo: los radicales pueden embanderarse con él y, sin mayor consistencia, heredarlo.
Hay una tensión entre los que quieren gobernar y no son votados en Mendoza: en lugar de coordinar un programa en común, plausible, real y creíble, se atomizan.
Es importante hablar de la oposición, porque de su calidad también depende la del oficialismo.
Si hay algo en común que define a los muchos grupos opositores eso puede definirse por un término en negativo y no por un factor que los pinte como alternativa: el anticornejismo. No quieren a Alfredo Cornejo y lo demonizan.
Podríamos analizar cada uno de los datos demonizadores, pero siempre teniendo en cuenta que, quienes lo califican de ese modo, no son enviados del Cielo ni poseen precisamente antecedentes angelicales.
A Cornejo se le adjudica "manejarlo todo". En ese punto, hay que saber que eso surge, precisamente, por ausencia de oposición, o por su inoperancia. O bien por su carencia de fuerza electoral, algo cuyo combustible movilizador es la credibilidad.
A los periodistas no se nos dá decir cosas buenas de Cornejo por miedo a los descalificativos o acusaciones que puedan llegarles y entonces, buscan "empatarla". Si dicen algo bueno, le pegan algo malo. Y siempre, lo bueno no es tan bueno y lo malo, resulta mejor si es exagerado: suena a "rebeldía", a "independencia". Pero el resultado es la nada misma, ya que "empatarla" no aporta absolutamente nada.
A Cornejo lo terminan apoyando masivamente dentro de la UCR y afuera. El mecanismo más democrático para conocer qué piensa esa masa a la que todos creen (y quieren) interpretar, cada cual a su gusto, es el voto en donde cada votante vale 1. Y gana. Adentro y afuera: con eso, se ordena todo con el principio lógico de las mayorías y minorías.
Pero claro, los que se quedan en la minoría una, dos, tres, quince veces, desean ser mayoría y entonces, acusan de antidemocrático al que gana con mecanismos democráticos y hasta se animan a postular nuevas formas de tomar decisiones: por fuera de la democracia, por grupos, sectas, tribus, marchas, piquetes, gritos, discursos, reeles, videítos en las redes, tuits violentos.
Pero todo vuelve una vez más a su eje cuando pensamos: no nos gusta quién preside el Tribunal de Cuentas, pero ¿cuál de estos opositores podría estar al frente de ese organismo cumpliendo los mismos requisitos (ni uno más ni uno menos) que los que se le exige al actual?
Lo mismo, para la Corte y el Poder Judicial en general, en donde nadie nació de un repollo y todos los gobiernos han colocado en sus eternas estructuras a sus partidarios, por decenas: los gansos en la dictadura y en las negociaciones de la democracia, los peronistas en sus cinco gobiernos y los radicales en sus seis mandatos.
De tal modo que la tarea no es solo atinar a un eslogan o sintonizar bien las redes sociales y apostar a la suerte para llegar a manejar los resortes del Estado. Es posible que la sociedad esté reclamando que se manejen las cuentas públicas y la agenda del Estado y la relación con el Poder Ejecutivo nacional mejor que como lo hizo Paco Pérez; o que no se mienta para ganar como hizo Celso Jaque (que, hay que decirlo, supo y pudo pedir disculpas en forma pública y la gente se lo reconoció personalmente y en su comuna); o que se prefiera hacer menos cosas con tal de no ser pasible de cuestionamientos, reclamos o señalamientos, como tantos otros gobiernos.
En este punto hay que decir que, al menos, Alfredo Cornejo lo sabe hacer mejor o, si se quiere, con mayor efectividad. Y quien quiera revolver en su "lado oscuro" lo puede hacer, promover lo que encuentra, darle rosca, judicializarlo o agrandarlo. Lo normal.
A tal punto la oposición en Mendoza está desintegrada, desenfocada y además, desinteresada en el fondo de la cuestión, que no es ganar elecciones sino saber qué hacer, que podría estar generando que defender a Cornejo termine resultando "un revolucionario". Y, con ello, cualquier radical que se mande al campo de batalla embanderado con él (y sin propuesta, sin estar enfocado ni integrado a nada, y mucho menos, sabiendo qué hacer con la "cosa pública", herede el poder.