Mafalda, Mendoza y la cultura que no supimos conseguir

Por esa extraña relación la serie de Mafalda me hizo pensar sobre las gestiones culturales. Escribe María Laura Rombolí.

Laura Romboli

Hace unos días se estrenó "Releyendo Mafalda" una serie que repasa la vida de la niña tan famosa que traspasó fronteras. Quino, su creador -reconocido en todo el mundo- nació y eligió morir en Mendoza pero si no es por la -tímida- tonada de los sobrinos en los testimonios, casi se prescinde de aparecer nuestra provincia.

Por esa extraña relación, cuando vi esta serie me dio el puntapié inicial para pensar que tan agradecidos somos con nuestros referentes culturales y cuanto de reconocimiento reciben de nosotros como sociedad. Más tarde, eso me llevó a analizar cuánto hacemos por y para la cultura en la ciudad (en mi caso en la que despierto todos los días, la de Mendoza).

Ya lo sabemos: en política no tienen muy en claro qué es hacer cultura ni siquiera disponen un plan o estrategia cultural que tenga su impacto y menos a largo plazo. Nada de eso. Para nuestros gobernantes ya es suficiente con traer, en año electoral, un espectáculo masivo y gratis. Eso es cultura para ellos. Ni siquiera con las promesas más rebuscadas de su tabla de mandamientos, cabe algo sobre qué harían en este plano. Y si vamos por más, y les decimos que podrían trabajar el concepto que cultura se desprende del verbo cultivar -luego de unos ademanes como espantando la charla- nos dirán que mejor prefieren hablar de temas menos complicados como la inflación o la minería.

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Pero nosotros si podemos pensar y bregar por más cultura. Y en días tan convulsionados donde parece que se anuncia el final y que traerá un principio, tal vez sea tiempo de preguntarnos que es la cultura para nosotros y que es hacer cultura para los gobernantes.

Una relación directa con nuestro entorno, con el lugar que vivimos, el estado y la sociedad hará, siempre, que podamos tener desarrollo cultural que sea digno de una gran ciudad.

¿Pero cómo se hace?

No tengo idea, solo se que no es una tarea fácil. Y seguramente hay muchas maneras de desarrollo cultural en una ciudad. Hechos que nos avisen que está entre nosotros, que la respiramos, la tocamos, la sentimos, hasta "toparnos" con ella; entonces, eso puede ser cultura.

Un banco con una estatua en una esquina de la ciudad es un buen homenaje para recordar. Aunque no es suficiente.

La empleada municipal que abre todos los días las puertas de la biblioteca del distrito donde vive y se sienta a tomar mates hace más cultura que un funcionario preocupado por tener la agenda completa de los fines de semana hasta terminar el año.

Una maestra en un acto escolar o un artista actuando en una plaza siempre hará más cultura que el mejor, ruidoso y colorido de los reels en Instagram de una municipalidad invitando a una fiesta. Lo primero educa, y perdura; lo segundo se diluye.

Teatros que se jactan de estar impolutos, fríos y silenciosos como mausoleos de puertas cerradas nunca serán competencia del salón de la unión vecinal o centros culturales con ganas de leer, pintar o dar clases de un tejido al crochet.

Un concurso de poesía revelará mejores resultados que un DJ "tocando" gratis al final de una avenida.

Cultura no es poner artistas, como muestra gratis, a los turistas un sábado al mediodía; es más que eso. Es que tengan el reconocimiento de la gente y todos los homenajes en vida. Que escuchen las palabras que tenemos para ellos para que no terminen escritas en una placa que pisamos, sin querer, cuando pasamos por una esquina.

"Hacedor cultural" ¿Alguien sabe qué significa?

Tal vez la clave sea: saber para hacer, actitud para lograrlo y una lista de prioridades que nos haga trascender. Que el enriquecimiento sea para nuestra identidad y los beneficios para los habitantes. Tener más creatividad que recursos, desafíos que no necesiten un Excel. Música y letra de todas las voces y entonces así, poder pintar nuestra aldea para reflejar lo que somos y lo que queremos.

Un largo camino, dificultoso pero posible.

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