Cuando el Sillón de Rivadavia te queda grande

Un repaso por los hombres que ocuparon la Presidencia en Argentina y aquellos que supieron dar un paso al costado en el momento justo.

Luciana Sabina

Durante la década que fue de 1880 a 1890, la política argentina estuvo protagonizada por el Partido Autonomista Nacional, herramienta al servicio de Julio Argentino Roca. 

Por entonces los partidos políticos eran muy diferentes a los actuales. Se aglutinaban en facciones alrededor de algún nota­ble con el que compartían ideas. Era un sistema de organización para canalizar el sufragio. 

Todo estaba centrado alrededor de la figura de algún hombre prestigioso, procedente de la clase alta: el notable, quien costeaba y organizaba la "campaña electoral". 

Tras las elecciones la organización desaparecía, rompiéndose el vínculo entre los miembros. Se reunían en un club determinado para planificar los pasos por seguir. El notable contrataba a matones durante las elecciones, "orilleros" a cargo de "compa­dritos". Adolfo Alsina, por ejemplo, solía emplear a antiguos federales y al famoso Juan Moreira, que actuó para diversos bandos a lo largo de su vida. 

No existía padrón, las mesas se conformaban en el momento del voto, facilitando muchas maniobras ilegales. Durante esta presidencia se estableció el registro cívico, donde debieron comenzar a inscribirse para votar. Se les entregaba un papel con el lugar y el número donde debían emitir sufragio.

Generalmente los comicios terminaban de modo sangrien­to y ganaba quien más violencia había ejercido. El fraude fue moneda corriente. Aunque desde 1863 una ley nacional los regulaba, nadie la respetaba. 

Con estas formas políticas se desarrolla también la presidencia de Juárez Celman. Roca había perdido peso ante el avance del presidente, pero la revolución radical sumada a una enorme crisis económica, obligaron al cordobés a renunciar. Su vice, Carlos Pellegrini, asumió en su lugar y así el poder volvió al tucumano, aunque desde las sombras. 

Paralelamente, señala Natalio Botana "la Unión Cívica se fragmentó en dos líneas opuestas: la Unión Cívica Nacional, conducida por Bartolomé Mitre y la Unión Cívica Radical con el liderazgo de Alem y Bernardo de Irigoyen. Más tarde, los cívicos nacionales acordaron con el autonomismo de Roca y Pellegrini el apoyo a una fórmula integrada por Luis Sáenz Peña y J. E. Uriburu".

Esta última fue una jugada magistral de Roca y Mitre, quienes buscaban evitar el avance de una facción dentro del autonomismo. Apuntaron fundamentalmente a Roque Sáenz Peña, quien era un firme candidato al Sillón de Rivadavia". La forma de contrarrestarlo fue proponiendo a su padre desde las filas roquistas. De manera inmediata, Roque abandonó su candidatura y Luis abrazó la presidencia. 

El primer Sáenz Peña asumió su mandato en 1892 y terminó renunciando sin cumplirlo. El día que murió, la Revista Caras y Caretas publicó: 

"No pudo evitar la hora de prueba en que el gobernante debe elegir entre el poder y sus principios, no fue bastante hábil o bastante resuelto o bastante fuerte para conjurar el asalto dirigido a su política, pero tampoco transó. Prefirió regresar a la condición de simple ciudadano, dejando inmaculada su bandera. 

Diario íntimo de un presidente: el destierro de Luis Sáenz Peña en Mendoza

Si entre el tumulto de las pasiones del momento pasó inadvertida esta conducta (...) al serenarse el ambiente, la opinión fue uniformando su criterio en torno de ella y reconociéndose un timbre de honor para el hombre austero que la había observado". 

O bien estamos ante el caso de un hombre que mejoró con la muerte -como suele pasar con tantos- o don Luis fue realmente un patriota, que dejó la presidencia al verse superado. Hoy con la inflación por las nubes, sumado al avance de la inseguridad y a una vicepresidente condenada, estamos muy lejos de la dignidad demostrada por el viejo Sáenz Peña. Que tuvo mucho para criticar, pero supo abandonar el barco que era incapaz de conducir.

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