Destrucción creativa: ¿Progreso o "frustración" argentina? El debate del Nobel 2025

La vieja idea de Schumpeter, que explica el crecimiento económico por la innovación que barre lo viejo, cobra nueva vida con el Nobel de Economía. El desafío local es simple: transformar la inevitable ola de cambio tecnológico -impulsada por la IA y la transición energética- en nuevas oportunidades y no en más empresas que mueren en la burocracia

Rubén de la Llana

La entrega del Nobel de Economía 2025 a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt volvió a poner en el centro una vieja idea: las economías crecen destruyendo parte de su pasado. No es un eslogan, pero sí una descripción incómoda de cómo funcionan el capitalismo y el progreso tecnológico. La pregunta para nosotros es sencilla: ¿estamos convirtiendo esa destrucción en progreso... o en frustración?

Qué es, de manera sintética, la destrucción creativa

Joseph Schumpeter describió al capitalismo como un "proceso de destrucción creativa": nuevas tecnologías, productos y formas de organización desplazan a las viejas. Los videoclubes desaparecen con el streaming, el caballo fue sustituido por el automóvil, y hasta la querida cuenta del almacenero está ahora en sistemas de gestión en la nube.

Lo central no es la anécdota tecnológica, sino la lógica de fondo: cada ola de innovación barre empresas, empleos y rutinas, pero abre espacio a actividades más productivas. El mercado no es un edificio sólido, sino una obra en construcción permanente. Los países que progresan son los que logran que ese recambio sea rápido, previsible y orientado a crear más valor del que destruye.

De la Escuela Austríaca al Nobel 2025

Mucho antes de Schumpeter, la Escuela Austríaca había puesto el foco en el carácter dinámico del mercado. Carl Menger explicó que muchas instituciones -precios, dinero, reglas de comercio- no nacen de un decreto, sino de la interacción de millones de decisiones. Ludwig von Mises y Friedrich Hayek insistieron en que la información relevante para producir y consumir está dispersa: el mercado es un mecanismo para descubrir qué funciona y qué no.

Israel Kirzner subrayó el papel del empresario "alerta", que detecta oportunidades donde otros ven rutina. La competencia no es solo una carrera por ganar mercado; es un proceso de aprendizaje social donde los errores enseñan y las buenas ideas se expanden.

Sobre este terreno se apoya el Nobel 2025. Mokyr mostró que el crecimiento sostenido de los últimos dos siglos tiene raíces en algo más profundo que la acumulación de máquinas: una cultura que valora el conocimiento útil, la competencia técnica y las instituciones que permiten experimentar sin miedo permanente al castigo o al saqueo.

Aghion y Howitt pusieron modelos formales a la intuición de Schumpeter: las empresas invierten en innovación para desplazar a los conceptos anteriores por los avances que se van descubriendo y probando. Por tanto la tasa de innovación depende de la competencia, de la protección razonable de la propiedad intelectual y del acceso al financiamiento. Cuando ese equilibrio institucional se rompe -por exceso de protección o por competencia mal diseñada- el crecimiento se frena.

Las grandes olas de hoy: IA, revolución digital y transición energética

Todo esto podría quedar en historia de las ideas si no fuera porque hoy vivimos tres grandes olas de destrucción creativa a la vez.

La primera es la inteligencia artificial y la automatización avanzada. Ya impacta en tareas contables, administrativas, legales, logísticas, en el agro y en la salud. Muchos trabajos rutinarios van a cambiar o desaparecer; al mismo tiempo, se abren espacios para servicios profesionales más sofisticados y nuevos modelos de negocio.

La segunda es la revolución digital: plataformas que reorganizan el comercio minorista, el turismo, la educación, el entretenimiento y los servicios profesionales. Lo vimos en Mendoza con el auge del delivery, las ventas online de bodegas y el crecimiento de empresas de software y servicios basados en conocimiento.

La tercera es la transición energética: cambios en la matriz de energía, nuevas regulaciones ambientales, oportunidades en petróleo y gas, renovables e infraestructura de transporte. Para una provincia con perfil vitivinícola, turístico y de servicios, pero también conectada a sectores de energía y minería, esta ola puede ser amenaza o palanca.

En los tres casos la lógica es la misma: ciertos activos y empleos pierden valor, otros lo ganan. La cuestión no es si podemos frenar el cambio (no podemos), sino si generamos las condiciones para que más gente se suba a las nuevas oportunidades.

Argentina: de la destrucción creativa a la frustración creativa

Aquí aparece el nudo argentino. El país combina talento emprendedor, capacidad técnica y creatividad social, con instituciones débiles, macroeconomía inestable y una maraña regulatoria que castiga el intento y premia el status quo.

El resultado, demasiadas veces, es lo que podríamos llamar "frustración creativa": se destruye capital y empleo, pero no se construyen plataformas productivas duraderas. Startups que venden o migran antes de escalar localmente, empresas que innovan a pesar del sistema y no gracias a él, proyectos que mueren en trámites, controles cruzados y una presión fiscal que desalienta el riesgo.

Cuando la volatilidad normativa, las restricciones cambiarias, la inseguridad jurídica y la carga tributaria vuelven demasiado caro equivocarse, el proceso de descubrimiento se amordaza.

Los sectores con más dinamismo -agro con biotecnología, economía del conocimiento, economía creativa- muestran de qué somos capaces cuando hay reglas mínimas. Pero otros, más regulados y protegidos, se convierten en museos de tecnologías y prácticas obsoletas, defendidas a fuerza de lobby y privilegios.

Agenda mínima: proteger a las personas, no a los puestos

Frente a esto, no alcanza con repetir el mantra de la destrucción creativa ni con prometer protección generalizada. Hace falta una agenda mínima, concreta y entendible:

Proteger a las personas, no a los puestos de trabajo específicos. Seguros de desempleo bien diseñados, capacitación continua y políticas de reinserción laboral, en lugar de intentar congelar estructuras productivas inviables.

Bajar el costo de probar cosas nuevas. Menos burocracia, reglas claras y estables, simplificación tributaria y un sistema financiero que deje de vivir de la bicicleta estatal y mire más a la economía real.

Invertir en capital humano. Educación básica de calidad, habilidades digitales, idiomas, capacidad para trabajar con datos y tecnología. Sin personas capaces de aprender rápido, la destrucción creativa se vuelve regresiva: castiga a los más vulnerables y concentra los beneficios en unos pocos.

Para Mendoza y para Argentina, el debate que abre el Nobel 2025 no es académico. Es profundamente práctico: o logramos que el cambio tecnológico sea un proceso de aprendizaje y movilidad social, o seguiremos repitiendo el patrón de siempre, donde destruimos mucho, creamos poco y terminamos administrando la frustración.

La destrucción creativa es el pulso vital del capitalismo. La tarea política -y también cultural- es simple de enunciar y difícil de ejecutar: construir instituciones que permitan que ese pulso se traduzca en más libertad, más productividad y más oportunidades, especialmente para quienes hoy sienten que siempre les toca perder

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