Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó

Este capítulo es una analepsis (flashback) incrustada, ya que en la edición papel podrán disfrutar de todos los capítulos. Por Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

Qué mala Malarda

Bonarda había decidido que la única forma de probar sus capacidades ante su hermana, era a través del arte más civilizado: la pastelería. Estaba en la cocina de su casa preparando un Tiramisú solemne: cada capa, cada gramo de mascarpone, era medido con la precisión de un blend de alta gama. Su objetivo: en el fondo era competir con la malísima cocinera que era Malarda, competir en el buen sentido. La perfección estructural y sabores que mostraban nobleza por las cosas ricas que se comparten en familia

Malarda, que solo entendía de cocinar si implicaba un fuego descontrolado o al aire libre, estaba aburrida. Se dedicó a merodear, vestida con un delantal que parecía haber sido atacado por un batidor de mano. Bonarda colocó cuidadosamente el último bizcocho mojado en café. Miró a Malarda con una advertencia silenciosa: Ni se te ocurra tocar.

Malarda, de pie sobre una silla para alcanzar los estantes más altos, descubrió un paquete de nuez moscada. El frasco tenía una etiqueta ilegible. Malarda asumió que era una especia exótica para postres, quizás canela premium y con carácter, condimento para arroz por lo amarillo, o alguna de las especies que sus tíos sirios libaneses le traían de sus viajes por oriente, a sabiendas, de su pasión por la cocina y más por la pastelería. Incluso el tiramisú no era un postre tradicional de Mendoza, ya se sabe que es italiano, pero al poder viajar por muchos lados, ella reproducía, en lo posible, la gastronomía de otros mundos y hasta a veces se inventaba platos exquisitos.

Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó

Con un gesto de chef vanguardista, Malarda roció generosamente la nuez moscada sobre el mascarpone del Tiramisú, dándole un "toque personal" (capaz pensó que podía ser cacao, en su ignorancia todo era posible). Bonarda, al darse cuenta, dejó caer su cuchara de madera. Su rostro se congeló en la expresión de quien ve su vino más caro convertido en vinagre. El Tiramisú, la obra de su vida, olía a postre italiano con gusto "raro", se abalanzó sobre el plato, intentando raspar la capa de especias. Malarda, al ver la desesperación de su hermana, pensó que Bonarda quería probar su aderezo, intentó detenerla, pero tropezó con un saco de harina dejado por la empleada, muy muy fuera de lugar. La harina explotó. Una nube blanca y densa cubrió toda la cocina.

Bonarda y Malarda desaparecieron. La cocina parecía el pico del Aconcagua en plena nevada. Cuando la nube de harina se disipó, la escena era hilarante y tierna, Bonarda estaba sentada en el suelo, cubierta de blanco, con el cabello pegado por los huevos que habían caído felices al suelo y un poco de harina. En sus manos, sostenía el Tiramisú, ahora completamente blanco, intentando protegerlo. Malarda estaba de pie, con la cara, el pelo y el delantal blancos. Solo sus ojos, brillantes y expresivos, eran visibles. Parecía el cuco cómico, asustado por su propio desastre.

Malarda se acercó a Bonarda, sintiendo una culpa inmensa. Se arrodilló lentamente, se quitó el pañuelo del cabello (que, milagrosamente, estaba limpio) y, con una delicadeza nunca antes vista, intentó limpiar un poco de harina del rostro de Bonarda. Bonarda, al sentir el toque gentil, olvidó el Tiramisú, la nuez moscada y el escándalo, miró a su gemela cubierta de harina. Pese al caos, Malarda se preocupaba. Bonarda, con un gesto de inesperado afecto, tomó la mano de Malarda y le dio un apretón suave. Una sonrisa diminuta, casi imperceptible (como una nota afrutada en un vino seco), apareció en su rostro. La cocina era un desastre, pero el vínculo estaba intacto.

Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó

El momento tierno terminó abruptamente cuando la empleada llegó de nuevo para sacar justamente el saco de harina que no pudo guardar antes, al entrar, vio la escena. La mujer se llevó las manos a la cabeza, al ver la capa de nuez moscada molido y en pedacitos, esos se rallan, en la superficie del Tiramisú, y a las gemelas cubiertas de blanco, conociendo el paño, lo único que se le ocurrió decir: ¡Qué Mala Malarda!



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