"Viñedos Propios": cuando Viña Cobos mira hacia adentro
Ignacio Borrás cuenta qué halló en el testeo del lanzamiento de "Viñedos Propios" de Viña Cobos.
Hay invitaciones que despiertan algo más que curiosidad. Cuando Viña Cobos convocó a una degustación vertical de su línea Viñedos Propios, la sensación fue que no se trataba simplemente de probar vinos, sino de asistir a una conversación entre tres lugares de Mendoza. Una cita para entender cómo una bodega que se hizo grande mirando al mundo ahora decide volver a sus propias raíces.
La presentación, realizada en un formato íntimo, estuvo conducida por Diana Fornasero, enóloga de Viña Cobos. Ella fue la encargada de guiar a los presentes a través de esta nueva etapa, donde los Estate Vineyards se consolidan como una expresión más precisa y personal de la bodega: vinos que nacen exclusivamente de sus tres viñedos propios -Zingaretti, Hobbs y Chañares-.
La premisa de Diana fue clara desde el inicio: "Son vinos de selección de hileras, elegidos planta por planta. Cada botella intenta contar su propio pedazo de tierra."
La masterclass de Diana Fornasero
Más que una presentación técnica, fue una clase de interpretación. Diana no habló de números ni de porcentajes; habló de observar, de caminar las hileras, de entender por qué una planta se comporta diferente a la de al lado. Su concepto de "vinos de selección de hileras" no es un recurso de marketing, sino una filosofía que se apoya en la paciencia, en la observación y en la mínima intervención posible."En el vino hay que intervenir lo menos posible, pero entenderlo lo máximo que se pueda", dijo en un momento, y esa frase pareció resumir el espíritu de esta nueva etapa de Cobos. La degustación que siguió permitió comprobarlo: cada vino no solo contaba su lugar, sino también una forma de trabajar que entiende que la precisión es, en definitiva, una manera de respeto.
La degustación
Zingaretti: historia, altura y carácter
El recorrido comenzó en Villa Bastías, Tupungato, con el viñedo Zingaretti, una finca que combina historia y altura, y que fue la primera en mostrarnos la amplitud del concepto Viñedos Propios. Allí, el clima frío y los suelos franco-arenosos moldean vinos de tensión natural, con una identidad que se impone más por sutileza que por potencia. La degustación abrió con un contrapunto de tiempo y estilo: dos añadas de Chardonnay (2018 y 2023) y dos de Malbec (2017 y 2022).El Chardonnay 2018 apareció con la madurez de los años bien llevados. En nariz, las frutas tropicales -mango, maracuyá- se entrelazaban con notas de nueces, avellanas y pan tostado. En boca mostró una entrada amplia y envolvente, sostenida por una acidez que equilibraba la densidad y dejaba un final mineral refrescante, casi salino. El 2023, en cambio, fue otra historia: más vertical, más luminoso. Los aromas de ananá y miel suave anticipaban un vino joven, de acidez vibrante, donde el paso breve por madera resaltaba la fruta sin taparla. El final, nuevamente mineral, dejaba esa sensación de querer otro trago.
Viña Cobos dio vuelta todo: primero, homenaje y reconocimiento a cada finca https://t.co/8TdIpFTgcI pic.twitter.com/3P57wHFExI
— Memo (@memodiario) October 13, 2025
Con los Malbec se sintió el paso del tiempo de manera aún más clara. El 2017 ofreció una nariz de fruta madura, casi confitada, con notas de cassis, cereza, violetas y especias dulces. En boca, los taninos aparecieron firmes pero elegantes, sosteniendo un centro de compota de ciruela y un final ahumado prolongado, de esos que invitan al silencio. El 2022, en cambio, mostró la otra cara del mismo viñedo: fruta roja fresca, más jugosa y directa, con frambuesa y ciruela joven, acompañadas por matices de tomillo y romero. En boca se sintió equilibrado y vivaz, con taninos redondos, notas de cacao y un final largo y limpio, más enfocado en la frescura que en la concentración.Zingaretti dejó la sensación de ser un viñedo que no busca impresionar, sino hablar con honestidad del tiempo. En sus copas, el paso de los años no es una cuestión de edad, sino de enfoque: el 2018 y el 2017 son la memoria; el 2023 y el 2022, la promesa.
Hobbs: tradición, equilibrio y precisión
Desde Agrelo, Luján de Cuyo, llega el viñedo Hobbs, el primero que llevó el apellido del fundador y el que mejor representa el pulso clásico de Viña Cobos. Es un viñedo donde cada hilera parece calculada, pero sin perder humanidad. El suelo franco-arcilloso, el clima templado y la historia vitícola del lugar definen una identidad reconocible: vinos de estructura, elegancia y madurez controlada.La degustación propuso dos lecturas de cada varietal -Malbec y Cabernet Sauvignon-, para entender cómo el tiempo y las decisiones de bodega moldean un mismo territorio.El Malbec 2020 fue el primero en mostrarse, con fruta roja madura, donde destacaban la ciruela y los arándanos, seguidas por una capa especiada que recordó a la pimienta negra, el clavo de olor y la nuez moscada. En boca, tuvo una entrada elegante y potente, de taninos firmes pero trabajados, donde los matices especiados dominaron sobre la fruta. Su final largo y profundo dejó una sensación de plenitud y coherencia. El 2022, en cambio, se sintió más juvenil y filoso. Las especias -pimienta blanca, laurel, un dejo de anís- tomaron protagonismo, mientras que la fruta, menos madura, acompañó sin imponerse. En boca fue preciso y elegante, con taninos tensos y energía contenida, cerrando con un final amable y limpio, más enfocado en la fineza que en la fuerza.En el Cabernet Sauvignon, el contraste fue aún más expresivo. El 2019 desplegó una nariz de fruta madura con pimiento rojo asado, pimentón dulce, tabaco rubio y cuero fino. En boca, la entrada potente y estructurada mostró cómo el paso del tiempo había redondeado los taninos, dejando un vino amplio, envolvente y con un final persistente. El 2022, por su parte, reveló una versión más fresca y vibrante del mismo viñedo. Los pimientos rojos, la frutilla y las especias más finas -pimienta rosa y cedro- marcaron el perfil aromático. En boca fue elegante y directo, con taninos presentes pero pulidos, y un final afrutado y expresivo, más inmediato y menos solemne que su antecesor.Hobbs dejó la sensación de equilibrio clásico: un viñedo que no necesita demostrar nada porque ya lo dijo todo. Sus vinos son el ejemplo de cómo la precisión también puede emocionar, y cómo el tiempo, cuando se lo respeta, no envejece el vino: lo afina.
Chañares: estructura, carácter y territorio
El último tramo del recorrido nos llevó hasta Los Árboles, Tunuyán, al viñedo Chañares, un lugar donde el paisaje rompe con la geometría habitual de la viticultura. Sus hileras se disponen en círculos concéntricos, rodeadas por flora autóctona, y el conjunto tiene algo casi hipnótico: un viñedo que parece observarse a sí mismo. Es el más desafiante de los tres, por altitud, exposición solar y composición de suelos. Y también el más expresivo en cuanto a carácter.La degustación propuso un juego de espejos entre tiempo y tipicidad, con dos variedades -Malbec y Cabernet Franc- en dos añadas que marcaron dos etapas distintas: 2015 y 2022.El Malbec 2015 se mostró con la profundidad de un vino en plenitud. En nariz, la fruta en compota -cassis, ciruela, grosella- se entrelazó con un marco especiado donde aparecieron la nuez moscada, el romero y el cacao. En boca, la elegancia del tiempo fue evidente: taninos domados, redondos, sostenidos por una madera presente pero equilibrada. El 2022, en cambio, mostró otra cara del mismo lugar: fresco, floral, con notas de rosa blanca y violetas. En boca, la acidez refrescante y los taninos redondos le dieron un perfil más etéreo, casi aéreo, con un final delicado y persistente.En el Cabernet Franc, el contraste fue tan marcado como revelador. El 2015 fue una lección de tipicidad varietal. En nariz dominó el pimiento verde, con notas vegetales finas y especias que acompañaban sin imponerse. En boca tuvo entrada elegante, taninos redondos y muy presentes, y una frescura mineral que equilibró su madurez. El 2022, por su parte, mantuvo esa identidad varietal, pero con un matiz de frutas rojas -grosellas, frambuesa- que aportó amplitud y jugosidad. En boca fue elegante, de taninos suaves, con una frescura vibrante y un final mineral que recordaba su origen de altura.Chañares dejó la sensación de un viñedo que respira territorio. Sus vinos no buscan la perfección pulida, sino el equilibrio entre naturaleza y control. En sus copas se siente la montaña, la luz, el viento. Y quizás por eso, de los tres, es el que más conecta con la idea de que el vino no se hace: se interpreta.
Lo que probamos
La nueva etapa de Viñedos Propios deja entrever un cambio profundo, más silencioso que estético. Es la expresión de una enología de precisión, que elige interpretar antes que intervenir. Un trabajo que comienza en la observación del viñedo, en la lectura minuciosa de cada planta, y que se traduce en vinos donde la técnica deja de ser protagonista para convertirse en herramienta.Durante años, buena parte del vino argentino se construyó bajo una lógica más internacional, influenciada por el paladar global: vinos amplios, maduros, potentes. Hoy, en cambio, parece haber un movimiento que busca recuperar algo más propio: la identidad del lugar. Y esa transición -de la potencia a la sutileza, del impacto a la coherencia- no es solo estilística, sino cultural.Los Estate Vineyards de Viña Cobos reflejan esa búsqueda: vinos donde la mano del enólogo se siente, pero no pesa; donde la madera acompaña, pero no impone; donde el suelo y la altitud vuelven a ser los que marcan el pulso. Son vinos que hablan menos del mercado y más del viñedo que los origina, una mirada que entiende que el verdadero lujo está en la precisión y no en la intensidad.Porque al final, la verdadera evolución del vino argentino no está en hacer más, sino en entender mejor lo que la tierra tiene para decir.