La sociedad de la imagen, ¿apariencia o profundidad?
Escribe el Prof. José Jorge Chade: "Cada vez se da más espacio a la apariencia y a la imagen, poniendo en primer plano la apariencia física y el cuerpo".
Con esta nota quiero continuar la reflexión hecha en Memo del domingo 7 de enero sobre "ser o parecer". Vivimos en la llamada "sociedad de la imagen". Se atribuye mucha importancia a la apariencia física en las diversas ocasiones de la vida social, pero esto no debe hacernos olvidar que sólo en algunos casos el destino de una persona dependerá de su apariencia externa, mucho más será de su coeficiente intelectual, de su carácter, de la suerte...
La mayoría de los adolescentes aspiran a mejorar su apariencia: es la confirmación de una sociedad basada en la imagen, donde los jóvenes se encuentran siguiendo un modelo cultural que se centra fuertemente en la exterioridad. Nunca antes habíamos estado rodeados de un predominio tan fuerte de las imágenes y la comunicación visual es cada vez más popular.
Mostrar pero sobre todo mostrarse se han convertido en dos puntos clave de esta nueva forma de contar. La apariencia parece "apoderarse" del aspecto interior: la imagen exterior vacía casi por completo la interioridad.
Vivimos en una sociedad donde importa más parecer que ser, o más bien donde ser y parecer coinciden.
La nuestra es una sociedad que remite a imágenes de ídolos, una cultura formada por modelos e iconos generados por el mundo de la publicidad, el deporte, el entretenimiento y la televisión. El intercambio de imágenes y su uso casi bulímico son ahora aspectos omnipresentes de la sociedad.
Internet y las redes sociales han cambiado hoy una serie de paradigmas: las jóvenes adolescentes intentan llamar la atención sobre sus propios cuerpos para encajar en un contexto en el que este tipo de mensajes sean aceptados y apreciados, a veces con el riesgo de desarrollar una cierta dependencia de ellos. la médium.
Es difícil no dejarse llevar demasiado por esta cultura, pero hay que aprender a ser más crítico y más consciente de las propias capacidades: no sólo hay belleza, sino también inteligencia, simpatía, generosidad, honestidad, solidaridad, lealtad. ..y cada uno de nosotros puede ser apreciado por algo que llevamos dentro y que igualmente puede ser objeto de comunicación.
En el contexto en el que vivimos, plagado de publicidad y mensajes de los medios de comunicación, de las redes sociales, el cuerpo se ha convertido en un objeto a exhibir y parece ser el único mensaje válido. Incluso en el mundo laboral, para determinadas profesiones, se favorece la llamada "buena presencia".
La cultura del cuerpo ha cambiado profundamente la relación entre el individuo y lo físico, ya no visto como un organismo- persona con sus funciones, sino como una prenda para mostrar.
Nuestra sociedad parece ser el escaparate en el que debemos parecer: el individuo sufre todo esto casi como si fuera violencia, porque se encuentra viviendo en una dimensión de imagen externa que le es impuesta.
Basta pensar en los campeones deportivos, los cantantes, las estrellas del espectáculo y sus modelos estéticos y de comportamiento; las modelos, mujeres delgadas, bellas y elegantes.
La belleza se asocia a menudo con el éxito, y el curso ha sufrido un verdadero proceso de espectacularización, en detrimento de otras cualidades.
A menudo se distorsiona la imagen femenina, se niega la normalidad y se borra por completo la vejez de la comunicación.
El público, especialmente los más jóvenes, quiere ser atraído y sorprendido continuamente. No lee, no reflexiona porque no se lo piden: todo pasa rápidamente ante sus ojos, induciendo al espectador a realizar una compra, a menudo irracional o emotiva.
Por un lado tenemos una sociedad que siguiendo su proceso productivo y consumista ha llegado a exaltar cada una de sus expresiones y no permite la posibilidad de existir y ser válida fuera de estos cánones. Por el otro, encontramos al público, cautivado sólo por lo que se le ofrece como listo, inmediato.
Los niños, desde pequeños, absorben todo lo que les ofrece la sociedad, especialmente a través de la televisión, y se acostumbran a recibir información visual: creo que sobre todo por eso es importante el papel de la familia y de la escuela para acostumbrarlos a una actitud crítica, con sentido, descubriendo conscientemente las propias capacidades y así actuar activamente.
La imagen del propio cuerpo evoca inevitablemente en el ser humano un sentimiento de identidad. Entonces, si la sociedad ofrece una imagen distorsionada del cuerpo, esto crea confusión en los valores y pone la autoestima en una "crisis". Aquí es donde surgen graves consecuencias, como las vinculadas a los trastornos alimentarios, en la búsqueda desesperada de un estándar imposible de perfección.
En algunos entornos, por ejemplo en el de la moda, la delgadez excesiva se considera desde hace tiempo una condición indispensable para alcanzar el éxito.
Quien no está a la moda queda fuera y las nuevas generaciones actúan cada vez más por preocupación de parecer.
Tratando de imitar modelos cada vez más espectaculares, cada vez menos inspirados en auténticos valores culturales y morales, los adolescentes, y no sólo, toman estos ideales como ejemplos a imitar, se inspiran en ellos, independientemente de si son constructivos o no.
Sin embargo, la imagen no es necesariamente la realidad, por lo que corremos el riesgo de sentir insatisfacción e infelicidad.
Los jóvenes de hoy parecen obsesionados por el aspecto físico: los hay que pasan horas en el gimnasio, los que consumen productos de belleza en exceso y con cierta "manía", los que se preocupan por esculpir sus músculos y los que deben mantener la piel bronceada y ropa a la moda.
Cada vez se da más espacio a la apariencia y a la imagen, poniendo en primer plano la apariencia física y el cuerpo.
Pero el destino de una persona no depende sólo de su apariencia exterior, sino de su cultura, de la profundidad de su persona. La belleza tarde o temprano se deteriora, la cultura sólo puede crecer.