La Medicina como poesía del cuidado
Marcela Muñoz Pan traza un perfil de un gran médico mendocino, Roberto Chediack.
Hace pocos días se publicó en Memo el homenaje póstumo de la Municipalidad de Godoy Cruz, al Dr. Roberto Chediack y en honor al día de su muerte, se instaurará el Día Municipal de la Salud Comunitaria. Clic aquí por si quieren leer la nota.
La figura pública de Roberto Chediack está centralmente ligada a su rol como médico pediatra, humanista, militante político (Partido Socialista) y social, y defensor de los derechos humanos, con una notable labor en la provincia de Mendoza, especialmente en Godoy Cruz. Roberto, al que tuve el privilegio de conocer y escuchar sus charlas que resaltaban su profunda calidad humana y su filosofía de medicina integral que trascendía la clínica individual, entendiendo la salud en su relación intrínseca con factores sociales como "la calidad del trabajo, la alimentación, la pobreza y el desempleo." Grandes temas que muchos políticos de hoy ni siquiera les quita el sueño, pero a Roberto sí se lo quitaba y en pensamiento, palabra y acción.
Su tono poético al hablar, escribir y sentir honra su legado humanista y social, tomando su labor como el corazón de su libro "Recuerdos y Caminos", donde la tapa del libro es su mano y seguramente la manito de alguno de sus nietos o nietas, como la imagen perfecta de un amor filial y ético infinito. Hay vidas que no se miden por los títulos colgados en la pared, sino por la estela de manos tendidas que dejan tras de sí. La de Roberto Chediack fue una de esas existencias, un mapa de compromiso donde la medicina nunca fue una profesión fría, sino una poesía en acción. No llevaba bata, sino la piel del humanismo como bandera. Para él, el estetoscopio no solo escuchaba el corazón individual, sino el pulso quebradizo de la comunidad entera.
En el Barrio La Gloria o en el Hospital Emilio Civit, la fórmula era la misma: "la medicina, lo social y el humanismo son términos inseparables". Era el pediatra que se convirtió en "médico de familia" y, al final, en pediatra de adultos -no por especialidad, sino porque su mirada abarcadora curaba el dolor social que enferma a los hombres. Entendía, con una sabiduría ancestral, que no se puede sanar el cuerpo si el alma colectiva sangra por la pobreza o el desempleo. Su consultorio era el mundo, la cura, la dignidad de los latidos de la trinchera humana.
La historia, a veces, exige un costo altísimo por la coherencia. El compromiso inquebrantable de Chediack con la justicia social y los derechos humanos lo llevó a la oscuridad del exilio entre 1976 y 1984. Lejos de su tierra, su espíritu no se doblegó; se hizo más ancho. Fue el tiempo de la espera, pero también el del combate desde la palabra y la acción humanitaria, al volver, con la democracia restaurada, trajo consigo no el rencor, sino la semilla de una esperanza más madura. Retornó a su Mendoza amada, a Godoy Cruz, para sembrar esa convicción en cada centro de salud y, más tarde, desde el atril cívico como concejal (Partido Socialista).
Hasta el final, a los 82 años, era la personificación de la inagotable labor. Quienes lo recuerdan, lo describen golpeando puertas con nuevos proyectos, siempre enarbolando la idea de rescatar a los "grandes humanistas de la historia" y sus ideas. Su calidad humana y empatía se grabaron a fuego en sus pacientes y colegas. Roberto no solo recibió distinciones como la Sanmartiniana, sino que vivió como si cada día fuera un acto de distinción para el otro. Un Centro de Salud de Godoy Cruz también lleva su nombre, y, en honor al día en que partió se instaurará el Día Municipal de la Salud Comunitaria, esta es la certeza poética de que su espíritu sigue latiendo, recordándonos que el verdadero arte de vivir es servir. Su vida fue un manifiesto, una bella y sensible nota sobre cómo ser, sencillamente, un hombre necesario.