Breve crónica de un falso dilema educativo: conductismo versus constructivismo
Tras los rastros de un despojo (parte 2), por Isabel Bohorquez. La segunda parte del análisis que se inicio el domingo pasado en Memo: apuntes para un buen debate.
Entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX la floreciente Psicología experimental, en su cercanía con la Medicina, y particularmente con la Fisiología, buscó establecer condiciones objetivas de investigación y estudio de la conducta.
Esta posición se basó en la convicción respecto a que las ideas, las imágenes y la mente misma, no son susceptibles de observación directa. En cambio, la conducta sí puede observarse en forma directa y por lo tanto, puede llevar a un observador a conclusiones que pudieran tener un rigor científico. La aspiración objetivista de esta corriente de la Psicología, tomó distancia de las otras corrientes "subjetivas" como el psicoanálisis o la Gestalt y se constituyó como lo que luego alcanzó la denominación de conductismo.
Hay experimentos muy famosos como los de Pavlov (fisiólogo experimental ruso que fue Premio Nobel en 1904), me refiero a los de reflejo condicionado en perros y otros animales; los que realizó Thorndike (discípulo de James en Harvard y profesor de Columbia toda su carrera) en pollitos y otros animales pequeños que tuvieron una gran influencia en lo que resultó un área de investigación de las teorías del aprendizaje y la psicología aplicada a la enseñanza. Lo mismo ocurrió con Watson, que inspirado en las ideas pavlovianas publicó en 1913 el primer artículo sobre estos tópicos y fue quien extendió los conceptos del conductismo a la conducta humana y se interesó por la crianza de los niños entendiendo que los condicionantes ambientales tienen mayor peso que la herencia en el aprendizaje.
En apretadísimo resumen, el conductismo se configuró como una corriente dentro de la Psicología que pronto tocaría la puerta de la escuela asumiendo fundamentalmente que el estímulo (por lo tanto, la recompensa también) y la repetición (práctica) de ciertas condiciones favorables y controladas por el docente podrían ser los ejes que producen el aprendizaje.
Estas corrientes se interesaron por la educación, estableciendo teorías y condiciones para el aprendizaje y empezaron a influir en la enseñanza a través de movimientos pedagógicos que buscaron a lo largo del siglo XX, reformular sus estrategias didácticas en base a una mayor comprensión de lo que sucedía con el aprendiz. Ya no se trataba solamente de lo que se quisiera enseñar si no de cuáles eran las condiciones ideales para llevar a cabo la enseñanza cuyo fundamento destacado fueron las teorías de aprendizaje imperantes.
¿La Pedagogía de entonces necesitaba ese fundamento? Entiendo que sí ya que todo lo que pudiera significar en la tarea educativa un rango de mayor comprensión de la persona, así como la posibilidad de generar mejores herramientas de enseñanza es per se enriquecedor.
Recojamos los elementos principales para aplicar en la escuela: estímulo, condicionante positivo, recompensa, repetición, práctica.
Dediquemos ahora unos párrafos al constructivismo.
Jean Piaget (1896-1980, biólogo suizo, se formó en psicología patológica en París) se dedicó al estudio de la psicología infantil que estaba surgiendo por entonces y entre 1939 y 1951 se dedicó al estudio de la percepción, de las estructuras lógicas y de la inteligencia. Se interesó por la génesis y desarrollo de ideas como el tiempo, el movimiento, la velocidad, etc. en los niños y creó un Centro de Epistemología Genética que se dedicó a la investigación sobre el origen y la evolución (génesis) del conocimiento (episteme). Esta perspectiva dio lugar a su teoría de desarrollo cognitivo en etapas que abarcan desde el nacimiento a la edad adulta. Se interesó por el surgimiento de la imagen mental, la función simbólica, el lenguaje y el juego. Sus postulados y su reconocida Escuela de Ginebra tuvieron influencia internacional tanto en el campo de la psicología evolutiva como en la educación.
En base a estas teorías sobre el desarrollo cognitivo y lo que cada etapa representaba tanto en la infancia como en la adolescencia (desde un pensamiento concreto a las estructuras lógico-abstractas) surgió un movimiento llamado Pedagogía Operatoria que basó su quehacer admitiendo algo sustancial: las personas (desde bebés, niños, adolescentes y adultos) tenemos -según la etapa en que nos encontremos- esquemas de conocimiento y por lo tanto, los aprendizajes también están sujetos a esa condición evolutiva así como a un mecanismo universal de construcción de los mismos. Piaget lo explicó en términos provenientes de la Biología: desequilibrio, asimilación, acomodación, generalización, nuevo estado de equilibración.
Recojamos aquí también en pocas palabras el aporte de la llamada Psicología de la inteligencia o Psicología genética: esquemas de pensamiento propios y por etapa, mecanismos intrínsecos (ya no de estímulos externos) para aprender, construcción del sujeto respecto al objeto de conocimiento.
En la década de los setenta del siglo XX y en pleno apogeo de las ideas que impulsaban transformar la educación (por diferentes razones, ahora solamente abordaremos este falso dilema) comenzó el debate que daría origen a la pugna injusta entre dos corrientes de la misma disciplina: conductismo versus constructivismo.
Surgió el deber ser constructivista como un nuevo fundamentalismo pedagógico, deformando en realidad el espíritu de la teoría piagetiana. Y en antagonismo con el conductismo que pasó a ser mala palabra o cuasi una herejía en el ejercicio docente.
El proceso interno del niño pasó a ser el protagonista, desplazando en importancia lo que el docente pudiera hacer al respecto. Un ejemplo ya clásico: escribí como puedas ante la mirada curiosa y expectante del niño con un lápiz en la mano tratando de graficar "formas" (grafemas) que representaran los "sonidos" (fonemas) de las letras que componen una palabra cualquiera. Atrás quedaron los recursos (estímulos) de las letras dibujadas en imprenta y en cursiva en tamaños y colores diferentes asociados a objetos considerados una antigüedad mecanicista, memorística, conductista y autoritaria que desconocía la evolución espontánea y auténtica de la inteligencia infantil.
Mientras el conductismo había jerarquizado las condiciones estimulantes, de repetición , práctica y recompensa del exterior (el objeto de conocimiento o contenido escolar y el accionar docente así como el entorno del aula); el constructivismo aplicado a la pedagogía o mejor dicho, desplazando la pedagogía a un triste rincón, jerarquizó el proceso de construcción evolutiva y subjetiva, que el propio sujeto, solito su alma, podría realizar frente a los aprendizajes esperados porque esto, al ser intrínseco y genético sucedería lo mismo, hiciéramos algo o no hiciéramos nada.
Describo exagerando los términos porque justamente el dilema es eso: una exageración y una distorsión de ambas teorías psicológicas que en sí mismas no son una práctica pedagógica y por lo tanto, tampoco se convierten mágica y automáticamente en una tarea didáctica y metodológica.
Por supuesto que ninguna teoría contradice a la otra. Al contrario, se complementan y se enriquecen.
Aunque hace cuarenta y tantos años atrás, siendo yo una estudiante en este campo, el relato académico universitario defenestró el conductismo y enalteció el constructivismo sin poder elaborar métodos exitosos que condujeran al aprendizaje de la lectura y la escritura por ejemplo, en miles y miles de niños.
"Captar el fundamento psicológico de la didáctica implica el justificativo profundo y esencial de la acción docente. La actividad educativa, la acción docente, carente de ese fundamento psicológico es ciega, es mecánica (...)"
Y eso, puedo verlo hoy, también es adoctrinamiento.
La acción docente es más que un fundamento psicológico, mucho más.
Sin lugar a dudas, había que sumarles a los estímulos del docente, al empleo de la memoria y a la práctica sostenida, así como a la recompensa (o el castigo) la indispensable comprensión del desarrollo cognitivo para ajustar y atinar mejor las estrategias didácticas, así como el respeto por la curiosidad y la capacidad creativa de las personas, niños, jóvenes o adultos, porque con la repetición, la práctica y la memoria solamente no alcanza, pero sin ellas, tampoco.
¿Qué nos pasó en la escuela?
Abandonamos la enseñanza llamada tradicional que luego se asoció con lo conductista (en realidad lo tradicional era anterior a las teorías conductistas del emergente siglo XX) para tratar de entender, guiar, acompañar, cuidar (ahora se le designa como procesos cuidados) algo que pasa dentro del alumno y que es muchas veces poco evidente o invisible y que para que suceda -el aprendizaje me refiero- requiere del entorno, de las condiciones, del estímulo, de la recompensa, de la práctica y de la memoria. Abandonamos los métodos, humildes, simples, constantes y los resultados están registrados como una catástrofe educativa.
El constructivismo es una teoría -entre otras- interaccionista. Eso quiere decir que no concibe a la persona sin otras personas, sin otros objetos y sin el ambiente con los cuales interactúa.
Al caer en la falacia de dejar solos a los estudiantes en su proceso intrínseco y debilitando lo que en su interacción podría aprender, en realidad, hemos abandonado a las personas que son nuestra responsabilidad prioritaria. También quedaron disminuidos los docentes, que muchas veces además escasamente formados en las disciplinas escolares, se debieron rendir ante la supremacía de las teorías psicológicas que tampoco les dotaron de herramientas suficientes, más bien la maraña de lo que hay que comprender, pero no de lo que hay que hacer.
No es culpa de las teorías conductismo/constructivismo que, en su fecundidad y oportunidad en el contexto de su surgimiento, nos aportaron nuevas perspectivas de comprensión de la condición humana.
Es nuestra responsabilidad frente a lo que puede pasar con fundamentalismos que desdeñaron la pedagogía y la convirtieron en una súbdita sumisa e inútil vaciando la escuela de sentido.
Esta es una de las razones del fracaso educativo argentino.
Seguiremos.