Le escribieron "puto" en la camisa del uniforme

Isabel Bohorquez escribe aquí sus "crónicas ínfimas de una escuela sin rumbo".

Isabel Bohorquez

Hoy volvió de la escuela con carita de preocupado. Esquivó la mirada del abuelo apenas entró a la casa y fue corriendo a abrazarse con su tía que enseguida se dio cuenta de que algo le pasaba...

El niño tiene 9 años, cursa cuarto grado de la escuela primaria en un buen colegio del centro, es excelente alumno, algo tímido y no es de pelear con nadie. No sabe pegar dice él. Esta mañana lo agarraron entre tres y uno le escribió "puto" en la camisa del uniforme con birome azul. Bien grande en letras de imprenta.


Le escribieron "puto" en la camisa del uniforme

No se largó a llorar, pero tuvo muchísimas ganas, se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las aguantó. Juntó fuerzas como pudo y al volver del recreo le dijo a su maestra lo que sucedió y ella lo miró desconcertada. La docente se quedó un minuto en silencio mientras buscaba dentro suyo una respuesta apropiada y no le salió nada, ni una palabra. Le indicó con un gesto al niño que la siguiera y se fueron caminando juntos a la Dirección.

Al niño le palpitaba el corazón con fuerza. Puso oír las risas de los compañeros que lo habían maltratado y el murmullo de todo el grado ante la reacción de la maestra al salir del aula junto con el niño. El alboroto crecía a medida que se alejaban de allí paso a paso, pero el niño sólo veía la espalda de su maestra y se sumergió cada vez más en sus preocupaciones.

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Iba pensando con angustia por qué le había dicho a su maestra lo que había pasado...por qué no sabía pegar y no tenía amigos que supieran pegar, así hubiera podido defenderse...por qué no había faltado ese día si él ya sabía que le querían hacer eso... si estuvieron toda la semana con lo de puto...

Finalmente atravesaron toda la inmensa galería y llegaron frente a la puerta de la oficina de la directora. La maestra golpeó la puerta y entró a la indicación de que pasaran. El niño caminaba detrás de su maestra aterrorizado y mudo. La docente le relató el episodio a la directora y se marchó apresurada porque había dejado el grado solo y ya estarían caminando por las paredes alcanzó a decir entre dientes y aliviada de dejarle a su jefa el problema. Pensó: qué cosa con estos chicos hoy en día... mirá que hacerle eso a este pobrecito que es un santo...

En la oficina quedaron el niño y la directora que lo miraba pensativa hasta que rompió el silencio para decirle: "Que tu mamá (él vive con los abuelos y su tía) te lave la camisa y listo". Ella se quedó muy satisfecha con su respuesta y acompañó al niño de nuevo al aula.

El niño respiró aliviado, al menos no lo habían retado y lo habían tratado con amabilidad. Entrar al aula de nuevo le hizo sentir un nudo en el estómago, pero solamente tenía que aguantar un rato más y ya se volvía a su casa. Los compañeritos volvieron a armar alboroto y la maestra los hizo callar para seguir la clase como si nada.

Tocó el timbre de salida, la escuela se volvió como cada mediodía un enjambre de personas saliendo a la vereda y regresando a sus hogares. El niño subió al transporte y se relajó. Allí no había chicos que lo molestaran, eran todos tranquilos como él, por suerte. Se puso con un fibrón negro a tapar la palabra y consiguió hacerlo, pero la mancha quedó más notoria.

Llegó a su casa, se abrazó a su tía y ahí comienza la segunda parte de esta breve crónica. Abuela y tía lo mimaron y escucharon con atención. Esa mancha no sale más sentenció la abuela, la camisa quedó inservible. Le explicarían al abuelo después, sino es capaz de ir hasta la escuela y montar una escena. Luego de la siesta, las mujeres se vistieron y arreglaron para ir con el niño a comprar una camisa nueva. De vuelta, los tres se detuvieron en un bar que les encanta y tomaron una merienda de esas memorables.

La historia es real. Sucedió.

Estas cosas pasan a diario, así como tantas otras crónicas ínfimas donde los docentes y directivos oscilan entre la inmovilidad y el desentendimiento frente a una dinámica de convivencia escolar que se ha vuelto un laberinto de supuestos y prejuicios respecto a qué se puede hacer y qué no se puede hacer con respecto a la enseñanza de los valores, al trato cotidiano entre niños y adultos, a la disciplina, a las sanciones...

¿Qué podría haber hecho la maestra de esta historia? ¿Y qué podría haber hecho la directora?

La cuestión es que el niño se quedó solo con su vergüenza y no se hizo nada por generar un cambio de actitud respecto al resto de los niños, especialmente de aquellos que lo agraviaron.

La violencia y la hostilidad encuentran chances de impunidad en los pequeños microclimas sociales de las aulas, los patios, los espacios escolares que ya no reconocen límites o autoridades legítimas para establecerlos.

En Argentina, los últimos veinte años, se han elaborado un conjunto de normas jurídicas: Ley Nacional de Educación N° 26206 (2006), Ley de Educación Sexual Integral, ESI N° 26150 (2006), Ley de Promoción de la Convivencia y abordaje de la Conflictividad social en las instituciones educativas N° 26892 (2013) y otras normas derivadas de los ámbitos provinciales así como de los propios Ministerios de Educación de las provincias que se enfocan en la formación basada en los derechos humanos, en una proclamada tolerancia, libertad, cuidado del otro, autodeterminación y autopercepción que delegan en el propio individuo (por pequeño que sea) la responsabilidad de establecer sus posicionamientos éticos y sus conductas tanto personales como comunitarias. Desde esta pregonada afirmación de los individuos, se aspira a la construcción de acuerdos y de pautas de convivencia social que anteponen el derecho como concepto central.

Y acá estamos, en un laberinto de desconocimiento de las normas, de dudas sobre los propios recursos para educar y de una profunda confusión ideológica sobre lo que significan los derechos, las atribuciones, las decisiones y el cumplimiento de las pautas indispensables para convivir en sociedad.

Mientras tanto, dos mujeres cariñosas y comprensivas intentan sanarle una herida profunda a ese niño de la camisa mancillada por un insulto injusto, en un mundo hostil que no atina en educar en el amor.

¿Será cuestión de aprender a ser como ellas...?

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