Vitivinicultura: ¿crisis similar a la de 1980?

El historiador Pablo Lacoste traza un paralelismo sobre la situación actual de la vitivinicultura con lo sucedido en los años '80, y que hiciera sucumbir a grandes bodegas.

Pablo Lacoste

La industria vitivinícola argentina se encuentra en una crisis profunda, que la clase dirigente todavía no ha captado en toda su profundidad. Por su magnitud, esta situación recuerda la crisis de la década de 1980, pero con características diferentes.

¿Qué pasó en los '80? Simplemente se derrumbó el mercado interno. Del pico de 90 litros per cápita de consumo de vino anual, registrado en 1970, comenzamos a caer, caer y caer. En pocos años, el mercado se derrumbó y con él, los precios del vino y la uva. No quedó más remedio que arrancar viñedos: de 350 mil hectáreas bajamos a menos de 150 mil. Fue una dolorosa sangría de recursos, con el consiguiente impacto económico y de dolor humano. Fueron los años de caídas espectaculares y escandalosas de grandes conglomerados empresarios, como el Grupo Greco y bodegas casi centenarias como Arizu, Gargantini, Giol, etc. 


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Algunos no entendieron que la crisis era estructural; pensaron que pronto pasaría, y trataron de aguantar con subsidios y medidas regulatorias del Estado: precios sostén, bloqueos, prorrateos y grandes subsidios para mantener funcionando a la estatal Giol. Pero después de unos años, se produjo el "despertar" y la toma de conciencia

¿Cómo se salió de aquella crisis? Dos ideas. Primero, se dejó de insistir con el modelo anterior, asumiendo que estaba perimido. Se arrancaron 200 mil hectáreas de viñedos y se privatizó ilegalmente Giol, porque la Legislatura de Mendoza sancionó una ley que prohibía privatizarla; pero el gobernador José Octavio Bordón la privatizó igual, por decreto, con gran consenso de la sociedad (1988). Segundo, se cambió el modelo de producción. De los grandes volúmenes de vino común para el mercado interno, se produjo un giro hacia la calidad y las exportaciones. Los vinos argentinos comenzaron a destacarse por sus estándares internacionales de calidad, lo cual no había ocurrido hasta entonces. Se descubrió lo identitario, aquellas cepas que en Argentina se daban mejor que en el resto del mundo: fue el despertar del Malbec. Se renovó totalmente la industria, con grandes inversiones en tecnología (tanques de acero inoxidable, barricas de roble francés, entre otras innovaciones). La industria se reorientó hacia el mercado interno, donde llegó a exportar mil millones de dólares anuales. Treinta años después, la crisis de los 80 parecía hacer quedado definitivamente atrás.

Pero se vino una nueva crisis. Esta tiene múltiples causas, pero una de las principales es el ascenso de China como actor en el mundo del vino. Con 500.000 hectáreas en producción, China está elaborando sus propios vinos y ha comenzado un agresivo proceso de sustitución de importaciones. Esta situación ha motivado la brusca caída de las exportaciones de los grandes productores vitivinícolas, como Francia, España, Italia, Australia, Chile y Argentina. Y no hay mercado en todo el mundo capaz de reemplazar al gigante asiático. El resultado fue la retracción de las exportaciones de vino en cifras alarmantes.

Los datos del Observatorio del Vino de España, son elocuentes. Por ejemplo, Chile, que exportaba 2.000 millones de dólares anuales en vino, para 2023 cayó a 1.400, con un retroceso del 30%. Y Argentina, cuyo aparato industrial le ha permitido exportar 1.000 millones de dólares, en 2023 apenas llegó a 620. Esto quiere decir que han quedado dentro de Argentina, 380 millones de dólares en vino que no deberían estar allí, y presionan los precios a la baja. Por tal motivo, las bodegas han anunciado que este año van a comprar menos uva que el año pasado, y a precios decididamente inferiores.

Las movilizaciones de viñateros de Mendoza y San Juan son un reflejo de esta crisis. Y el Gobierno ha anunciado algunas medidas paliativas, tal como ocurrió en los '80. El problema es que la ayuda fiscal apenas podrá atemperar el impacto de la tormenta que se viene de frente.  

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Las grandes bodegas, que disponen de asesorías sofisticadas, ya han tomado conciencia de la profundidad de esta crisis. Algunas están reduciendo sus plantas gerenciales; otras están cerrando los departamentos de investigación e innovación, para bajar costos.

¿Qué podemos esperar? China va a continuar con su sustitución de importaciones vitivinícolas; por lo tanto, las exportaciones de los países productores de vino (incluyendo Argentina) no se van a recuperar; al contrario, es posible que sigan cayendo. Por lo tanto, el tamaño actual de la maquinaria industrial vitivinícola se va a tener que reducir. Simplemente, no hay mercado para tanto vino.

¿Qué puede hacer Mendoza frente a esta crisis? En primer lugar, tomar conciencia que no es un problema coyuntural, pasajero; al contrario, es estructural. No solo por la producción china, sino también por el avance de los sanitaristas y su ideología de criminalización del consumo de vino, que cada vez recorta más los espacios para compartir y socializar en torno a una copa de vino. Han logrado instalar su discurso en los espacios de poder, y avanzan desde allí con políticas sanitaristas y disciplinarias contra una bebida tradicional y saludable, patrimonio de la humanidad. Es triste, pero poco podemos hacer contra el poder.

Lamentablemente, la información disponible indica que se viene una nueva ola de arrancar viñedos. Esto ya está asumido en Europa y varios países de América; en Mendoza se perciben muchos viñedos abandonados total o parcialmente, lo cual ofrece un paisaje triste y desolador.  

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Lo que queda es la diversificación de las actividades económicas; la industria del vino ya no podrá mantenerse aislada; tendrá que estrechar lazos con la gastronomía y el turismo; las bodegas y viñedos tendrán que redefinir los vínculos con el territorio, y ofrecer a sus visitantes experiencias ricas en identidad, cultura y patrimonio.

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