Llegar a los 60 años y no sentirse desapartado

La experiencia de cumplir 6 décadas. Lo cuenta Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

Llegar a los 60, es la década en la que finalmente te das cuenta de que no estás envejeciendo ni estás desapartado, estás evolucionando a tu forma más fabulosa y funcional. Es como la mejor versión de ti mismo, pero con menos batería y más experiencia en encontrar los mejores asientos en los espacios que no quedaron vacíos. Cuando la infancia compartida en los juegos del barrio, en la escuela primaria y después en el reencuentro de la juventud en la secundaria es el sello, la marca que quedará el resto de la vida que es hoy.

Llegar a los 60 es como una eterna inmortalidad, a esta edad, tu cuerpo se convierte en un mapa del tesoro de historias. Cada dolor de rodilla es un recuerdo de un baile salvaje que no debiste haber hecho pero que lo hiciste con tanta alegría y placer, aunque al otro día no puedas levantarte y sólo te dediques a dormir, pero soñando la noche anterior tan soñada, anhelada sin tapujos ni mascarillas de pepinos. Cada arruga alrededor de los ojos es una marca de las carcajadas que has compartido con tus amigos de siempre, con el que compartiste un banco de tesoros inimaginables y unas cuantas, copiadas de libros para las pruebas, o la que te hizo pata para hacerte una sincola. Esa parte de la vida de secundaria es la que forma nuestra personalidad y la que deja establecidos los pactos de hermandad, de complicidades y recuerdos que ya no serán olvidos. Ese mechón de pelo gris es un trofeo por haber sobrevivido a cada desafío y victoria que la vida te ha lanzado cuando va asomando el declive, llegar a los 60 es descorchar con los amigos los vinos eternos, el brillo de las miradas al encontramos y el volumen preciso de carcajadas para nuestra serotonina. La presión alta desaparece, los síntomas son síntomas de querer estar nomás. Porque ya no más bancos, ni pruebas, ni profes, ni amores o desamores, pero más gratitud, más alegría de ser y estar, como se pueda, no sentirse desapartado porque hay cada vez menos tiempo, pero ese tiempo es el más cotizado, con IVA más impuestos que no nos pesan, ni nos cuestan, más bien nos abrazan, abrigan. Necesidades sanguíneas. Poesías compartidas que irrumpían las señales de augurios, los cuadernos Rivadavia, las cartas dejadas en los bancos de los que íbamos a la mañana para los que iban a la tarde. Los bailes en El Trébol, en el Ducal, cuando los de San Martín podíamos ir a los bailes de Maristas.

Los 60 también traen una sabiduría que es inigualable. Has visto de todo, has pasado por el amor, la pérdida, la alegría y el dolor. Ahora, las pequeñas cosas ya no te preocupan. No te estresas por el tráfico ni por el último chisme de la oficina. En su lugar, te tomas el tiempo para disfrutar de un buen libro, de una taza de café caliente, y de una conversación genuina amigos en conversaciones vitivinícolas. Es el momento en que finalmente entiendes que la vida no se trata de tenerlo todo, sino de amar lo que tienes.

Y la mejor parte de llegar a los 60 es que te sientes más tú que nunca. No tienes nada que demostrar. Te sientes cómodo en tu propia piel y eso es una libertad asombrosa. Así que, ¡brindemos por los que cumplen 60, por suerte a mí me falta todavía! La década en la que finalmente te conviertes en la persona que siempre debiste ser. Y por supuesto, la década en la que finalmente le pides a alguien que te ayude a bajar los escalones del boliche. ¡Es parte del encanto saber que no estamos desapartados de la vida, de nosotros!

Les dejo una reseña, pequeña crónica de un sub 60 que me encantó. A todos los que han llegado sanos y salvos a esta década, salud.

Llegar a los 60 años y no sentirse desapartado

No busques en el espacio lo que perdiste en el tiempo.

Y me pasa eso. Me pasa que a veces recorro la 25 de mayo o la 9 de Julio o que se yo cual, y no encuentro esas referencias, no está Prisco, no está El Pichón, no está el cine Monumental, no está el Banco Previsión, el Ciervo, tampoco El Quijote. No están y me pierdo. Me pierdo entre recuerdos vacíos de paisajes ultrajados de tanto andar, de referencias que me decían por dónde caminar, o por dónde estaba el sendereo hacia mi horizonte. Ni siquiera la escuela conserva el mismo peinado. Pero es, entonces, cuando aparecen ustedes, sus miradas, los abrazos, las anécdotas, esas historias que tienen, cada vez que las contamos, una épica nueva o un vértigo distinto, pero en las que siempre están ustedes y es ahí donde quería llegar. Porque es ahí donde recupero lo que había perdido en el tiempo. Son ustedes los que me traen en carne viva la emoción de esa época increíble de nuestras vidas.

Nada, un poco de catarsis y nostalgia que solo ustedes pueden entender. No puedo ir esta vez a buscar en ustedes mi tiempo, nuestro tiempo. No me va a quedar otra que extrañarlos un poco más de los que los extraño cada día. Un abrazo enorme a todos los cómplices de mi mejor pasado. Carlos Pisighelli


Esta nota habla de: