¿Realmente alguien quiere que todo cambie?

Mucha gente, demasiada, tiene la vaca atada a las actuales circunstancias del país. El "cambio" resulta -en ese contexto- una excusa para que suceda todo lo contrario.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Cambiar el estado de situación implica necesariamente que mucha gente esté realmente dispuesta a un nuevo comienzo. Esto, más allá de las palabras bonitas o las frases de ocasión, significa no solo que "el otro" se adapte a un nuevo ordenamiento económico, de modo de repartir mejor lo que hay y de conseguir que el esfuerzo por generar recursos sea más parejo, sino que uno mismo esté dispuesto a renunciar a la situación actual en la que vive.

Esto último no es un dato menor. La palabra "cambio" está en boca de todos y parece ser usada como una ficha ganadora. Pero, ¿realmente se quiere un cambio?

Los resultados frustrantes de una elección tras otra en la Argentina y esa disconformidad que empieza por los políticos pero que, de manera cada vez más vertiginosa, alcanza también a los economistas que predicen y anticipan cosas que no suceden, como en una versión dramática de la película "Granizo", dan cuenta de la vigencia de una cultura gatopardista, esa que impulsa algún presunto cambio para que, en general, no cambie realmente nada.

¿Realmente alguien quiere que todo cambie?

Pero vale preguntarse si es la dirigencia la propietaria de esa actitud o lo es "la gente".

Siempre es poco recomendado criticar a la ciudadanía, pero probablemente llegue la hora de hacerlo. ¿Quién está realmente dispuesto a soltar la vaca que tiene atada desde hace años en algún convenio con el Estado, para lanzarse a arriesgar por su propia cuenta, motorizando su negocio en la economía y no solo con clientes cautivos?

Esto se da en todos los órdenes de la vida económica, centralmente, pero también en la laboral.

¿Quién quiere dejar de tener un cargo en el Estado para probarse en alguna actividad productiva fuera de él?

¿Quién de todos los que tienen un vínculo con la actividad estatal votaría por quien proponga cortar esos lazos para ahorrar recursos y disponerlos para actividades innovadoras o productivas?

Puede observarse con claridad en los foros empresarios que el nivel de crítica se apacigua notoriamente ante la posibilidad de una revancha de los gobernantes. Es algo que tiene historia: la libertad de comercio en Argentina ha sido un club de cazadores con el nivel de aventura que puede tener salir con una escopeta a cazar animales dentro de un zoológico. Mucha teoría, cero práctica pero, también, algo más: inexperiencia para hacerlo en la selva y ninguna predisposición para romper con esa práctica, en la que están cómodos y quisieran heredarla como práctica a las próximas generaciones familiares, si pudieran.

Es que no solo todavía hay estamentos del Estado en el que un empleado puede hacer entrar a un pariente o heredar su cargo a un hijo o esposa en caso de fallecimiento. Sucede entre contratistas y proveedores.

Es cultural y, por ello, más difícil de superar. Hablar de "cambio" resulta en este contexto un eslogan autoconvincente, pero no una palanca con consecuencias reales.

De tal forma, no hay demasiadas posibilidades de transformar la realidad si mucha gente, demasiada, mayorías, tienen atadas a una continuidad sus vidas.

Esta realidad podrá ser estresante, vergonzante y hasta irritante, pero garantiza "pertenencia" de los involucrados frente a la indefinición que implicaría empezar de nuevo. La hipocresía, de este modo, asume formas novedosas. Pero es lo único nuevo: la forma de autoengañarse como sociedad sin sentir culpas por ello.

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