"Happy slapping": violencia grabada, compartida y aplaudida

El criminólogo Eduardo muñoz explica en esta nota: "El happy slapping no es solo una moda violenta. Es el reflejo de una sociedad que todavía no ha sabido adaptar sus valores al mundo digital".

Eduardo Muñoz
Criminólogo. Autor del libro "El Género de la Muerte". Divulgador en medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad. linkedin.com/in/eduardo-muñoz-seguridad IG: @educriminologo

¿Golpear a alguien para conseguir likes?

El "happy slapping" es una práctica violenta que crece en redes sociales y expone los peligros éticos del espectáculo digital.

En una sociedad cada vez más conectada, donde la visibilidad digital se traduce en validación social, la violencia ha encontrado una nueva forma de expresarse: grabada, viralizada y normalizada. El fenómeno conocido como happy slapping (agredir físicamente a una persona mientras se registra el ataque en video para luego difundirlo) es mucho más que una moda pasajera. Es una alarma encendida sobre cómo las redes moldean conductas y distorsionan valores.

Lejos de ser un hecho aislado, esta práctica se multiplica en escuelas, espacios públicos y plataformas sociales, impulsada por un sistema que premia lo impactante sin medir sus consecuencias.

Del golpe a la viralización: cómo se alimenta esta tendencia

Las plataformas digitales están diseñadas para premiar lo que genera interacción. Cuanto más llamativo, indignante o perturbador sea un contenido, más posibilidades tiene de expandirse. En ese contexto, el happy slapping se convierte en una forma distorsionada de ganar relevancia.

Para muchos jóvenes agresores, grabar una paliza y subirla a redes es sinónimo de valentía, estatus o incluso pertenencia a un grupo. La violencia ya no ocurre solo en el plano físico: se prolonga y multiplica con cada reproducción, comentario o "me gusta".

Cuando grabar duele más que golpear

Una de las características más alarmantes del happy slapping es su capacidad para deshumanizar. La víctima deja de ser una persona y se transforma en contenido. La cámara actúa como un filtro emocional: lo que sería inaceptable en la vida real se convierte en entretenimiento en pantalla.

A esto se suma la pasividad del entorno. Muchas veces, quienes filman o comparten no participan directamente en la agresión, pero sí la legitiman. El espectador se vuelve cómplice. Y en muchos casos, el silencio digital perpetúa la impunidad.

Pasividad, impunidad y vacío legal

Aunque legalmente estos actos constituyen delitos graves, el carácter efímero y global del contenido en redes dificulta una respuesta efectiva. Las plataformas suelen reaccionar tarde, cuando los videos ya han circulado por múltiples canales.

Esto refuerza una peligrosa percepción de impunidad: la idea de que, en internet, todo vale y nada se paga. El sistema jurídico y las normativas de las plataformas aún no logran seguir el ritmo de la violencia digital.

Educar para no viralizar el daño

El happy slapping no es solo una moda violenta. Es el reflejo de una sociedad que todavía no ha sabido adaptar sus valores al mundo digital. Cuando la tecnología se usa sin educación ni conciencia social, se convierte en una herramienta peligrosa, capaz de amplificar la humillación y erosionar la empatía.

La respuesta no puede limitarse a castigar. También hay que educar. Explicar que grabar una agresión no te hace popular: te convierte en cómplice. Que compartir el dolor ajeno no es un acto inocente. Y que cada vez que validamos la violencia con un like, ayudamos a que siga creciendo.

Porque detrás de cada video viral de violencia hay una víctima real que no debería ser parte del espectáculo.


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