Haciendo Patria: Héroes verdaderos de la historia argentina

Isabel Bohorquez deja al descubierto historias valiosas que intentan tapar la estupidez diaria de mil coyunturas "impactantes".

Isabel Bohorquez

Marino Ibar Gallardo nació en Los Pozos, San Luis en el año 1939. Su familia tenía que lucharla con esfuerzo y mucho sacrificio. Fue el tercero de cuatro hijos. Vivían en una casa de campo, tenían animales, cultivaban la tierra. Los hijos iban a caballo a una escuela cerca del cementerio, en Santa Rosa del Conlara.

El caballo de Marino se llamaba Rocío, lo buscaba bien temprano, lo ensillaba y mientras iba al trote, repasaba las lecciones. Siempre con un espíritu inquieto de aprender cosas nuevas. Llegó a ser el abanderado de su escuela.

La madre les exigía a sus cuatro hijos que estudiaran así que con su hermano se ubicaban en una loma cerca de la casa y desde allí repetían las lecciones en voz alta para que ella pudiera escucharlos.

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Todos estudiaron: el otro hermano varón fue plomero, las dos mujeres, una estudió peluquería y la otra costura y bordado. Para la familia siempre fue muy importante formarse, estudiar, tener un horizonte de vida. Al volver de la escuela se trabajaba en el campo, se ayudaba con las tareas de la casa.

Cuando Marino terminó tercer año de la escuela secundaria (hasta allí llegaba la oferta educativa) en Santa Rosa del Conlara, su madre le habló a un pariente para que lo recibieran en Villa Mercedes, pagando una pensión y así pudo ir a la Escuela Normal. Para ganarse el sustento dio clases particulares y de ese modo, conoció a quien sería su novia, luego esposa y madre de sus hijos que vivía a una cuadra de la casa de sus parientes. Como era curioso y muy capaz, le ayudaba a sus compañeros de clase que a su vez le facilitaban el material de estudio, ya que a él no le alcanzaba el dinero para comprarse los libros.

Se recibió de maestro, se enteró de que estaban pidiendo docentes en el Chaco y allá se embarcó en esa aventura. Se fue a trabajar a una escuelita rural en General Vedia. Desde allí, fue conectando a maestras de Mercedes y de Villa Dolores que buscaban trabajo.

Vuelve a Mercedes para casarse. Su flamante esposa, María Teresa Suárez, que también era maestra, lo acompañó sin dudar.

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La vida en el Chaco fue dura, el clima difícil, hubo que adaptarse. Ellos contaban que dormían en la casa de la escuela en un catre y había que cuidarse de las víboras.

Desde allí se fueron a Misiones, a Santa María, por un lapso de dos años.

Marino fue maestro y luego director, pero sufría de asma y el clima de la región no le resultaba adecuado para su salud.

Corría el año 1970/71 y concursaron para irse a una escuela de frontera; los designan en La Quiaca.

Allí empezó otra etapa. Se puso al frente de un proyecto de transformación de la escuela. En ese lugar recóndito, tan lejos del mostrador porteño...

Las maestras de allí le contaron que la gente del lugar decía que a esa escuela iban "las colachas" o "hijos de colachas" (término que significa menosprecio o desprecio por personas consideradas inferiores). Tal es así que incluso las propias docentes se sentían a menos por trabajar en la institución.

Nuestro héroe Marino que venía de una vida difícil y sacrificada, que había atravesado una porción importante del territorio nacional trabajando como maestro, no se amilanó.

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Siempre se lo vio en las aulas, enseñando junto con los docentes o trabajando en la ampliación de la escuela, sin descanso, fue el motor que llevó a la Escuela de Frontera N° 1 de La Quiaca a aumentar su matrícula y a tener condiciones educativas que pronto estimuló a que incluso las autoridades del pueblo quisieran inscribir sus hijos allí.

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En la escuela hacían ferias de ciencias, torneos deportivos, tenían fiestas de música, inglés, la escuela cobró vuelo. María Teresa tocaba el piano, lograron que diera también clases de música que en esa época era algo sobresaliente que la docente toque un instrumento. Incluso los docentes tenían yoga.

Fue un director de los que estaban junto a sus docentes, exigiendo, pero también defendiendo su tarea, si veía un error les ayudaba a encontrarle la vuelta. Todos lo quisieron y respetaron mucho.

En Jujuy nacieron dos de sus cuatro hijos. Las hijas mayores Carolina y María Lorena.

Al cabo de unos años decidieron volver a San Luis. Comenzaba la década de los ochenta. Primero en la escuela de Cortaderas y luego de regreso a Villa Mercedes, a la escuela N° 388 Sargento Eduardo Romero, jornada completa. Allí estuvo Marino hasta su jubilación en el año 2004. María Teresa falleció mucho antes, en 1991. Fue un duelo que vivió rodeado del afecto de todos quienes conformaron esa gran familia que era la escuela.

Marino y María Teresa siempre contaban que cuando vivían en La Quiaca o en el Chaco, la familia resultaba inmensa. Los maestros y vecinos eran parte de la vida cotidiana, los tíos y abuelos postizos que auxiliaban en todo momento. Vivir lejos de la casa natal y de la familia nuclear les enseñó el valor de lo comunitario. Fueron peregrinos en un país tan necesitado de valientes sembradores y cosecharon amor por donde fueron.

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Marino fue un jubilado activo e inquieto hasta que falleció en el año 2016. Le hicieron homenajes en vida y post mortem.

En la escuela de La Quiaca lo recibieron con honores.

Incluso después de fallecido, la gente se refiere a él como el Director.

Pienso en Marino, así como en su esposa María Teresa, y no puedo evitar la comparación con tantos personajes nefastos de la vida política y social argentina que han derrochado discursos altisonantes y han opacado tantas veces el cristal con que mirar la realidad de quienes somos como país y como ciudadanos.

¿Quiénes somos?

Me gusta pensar que somos parte de esa Patria que se fundó también en las aulas. Donde aprender a leer y a escribir, cálculo, historia, geografía, ciencias naturales, música y danza entre tantas cosas buenas, son parte de lo que nos fortalece y nos posibilita comprender el mundo para transformarlo, para hacerlo mejor, a nuestra medida, pero mejor.

Haciendo Patria: Héroes verdaderos de la historia argentina

Me gusta pensar que somos parte de esos valientes peregrinos, maestros o del oficio que fuere, que nos animamos a adentrarnos en los territorios más inhóspitos a veces, pero nuestros, de nosotros, y allí fundar: escuelas, hospitales, vías de trenes, industrias, para crecer junto con el fruto de ese trabajo.

Lo que veo por las noticias, los delincuentes, los mentirosos, los violentos, los corruptos y los estafadores son parte nuestra también pero no quiero ser esos personajes, ni que esos personajes definan lo que somos nosotros...

¿Cómo me enteré de la historia de Marino y su esposa María Teresa?

Antenoche me vino a ver su hija Carolina y su esposo Jorge. Ambos son amigos míos desde hace varios años. Viven en Villa Mercedes, San Luis. Es una de las hijas que nació en Jujuy y aún atesora recuerdos de su vida en la escuela de La Quiaca.

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Ella es docente, de Nivel Primario y de Música (como su papá y su mamá), fue directora suplente. Estudió su Licenciatura en Ciencias de la Educación y ahora está cursando una Maestría en Innovación Educativa.

Me ha solicitado que dirija su tesis de Maestría ante lo cual acepté, por supuesto. Al preguntarle cuál es el área de interés para empezar a definir el problema de investigación, etc., me mira y me dice: "Hay una escuelita periférica donde pasa de todo, delincuencia, droga, prostitución, los chicos faltan mucho, dejan la escuela...y yo quiero intentar hacer algo, una transformación allí, una propuesta pedagógica que cambie en algo la vida de esa escuela y de esos chicos...".

Y empezó a contarme sobre su papá y sus proezas en la escuela de La Quiaca de su infancia, con evidente y cristalino entusiasmo por seguir las huellas de su padre.

Todo lo que hoy describo aquí es fruto de esa conversación y de los datos, recortes de diario y fotos que me envió para que, a su vez, yo lo comparta.

Le vi la mirada, el brillo de sus ojos y me dije a mí misma... mientras haya personas así... tenemos esperanzas.

Los héroes verdaderos caminan entre nosotros, haciendo Patria.

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