Reflexiones sobre José de Nazaret

El profesor Luis Elìas escribe para los hombres que no tienen fe.

Luis Elías

No escribo para los hombres que tienen fe. Sería fácil mencionar la figura de José de Nazaret y captar su atención. Escribo para los que, fieles a la ciencia histórica, reconocen como un hecho trascendente del pasado la presencia de Jesús y María en la Galilea de los primeros años de la era cristiana. Allí, con ellos, vivió un simple carpintero de nombre José.

Su rol debe haber sido importante. Más de 2000 años después se lo sigue recordando.

Si bien no es momento de analizar la veracidad histórica de los evangelios, de la cual no caben dudas para los historiadores, sus relatos no llenan de asombro y admiración. Hay un hombre cuya presencia se menciona en ellos que no emite palabra. Se habla de él. Se lo nombra y describen algunas actitudes. Quizás las suficientes para reconocer su importancia y valía.

Su figura humilde, casi cumpliendo un rol secundario, se agiganta cuando uno considera la tarea que le tocó cumplir: custodiar a las dos personas más importantes de la historia de la humanidad, Jesús y María. Y para entender esto no hay que hacer ningún acto de fe. La presencia de Cristo entre los hombres a partir de testimonios veraces y concordantes de la época junto a sus padres, no resiste la menor objeción.

Si no tenemos fe, podemos poner en duda la inspiración divina que lo movió a José a hacerse cargo de la custodia de un hijo que, según el relato evangélico, no era suyo sino de la joven virgen con la que se encontraba comprometido y que concibiera de manera milagrosa. Pero de lo que no podemos dudar es que esta figura histórica era descendiente del rey David. Tres grupos de 14 generaciones lo precedieron. Todos ellos personajes cuya existencia fue comprobada fehacientemente por la Historia en el pueblo de Israel.

De lo que no podemos dudar tampoco es que este hombre, un simple artesano, acompañó a su esposa durante el parto, acaecido en el año 7 a.C. (y no en el año 1 como se supone, debido al error de cálculo cometido por Dionisio el Exiguo en el 526 al calcular el año del nacimiento de Jesucristo). También que pocos meses después recibieron la visita de unos reyes venidos de Oriente y que debieron huir a Egipto para evitar que Herodes le hiciera daño al niño al sentirse traicionado por estos "magos" que no le indicaron el paradero del rey nacido.

Se cree, según la tradición, que en el 4 a.C. ya de regreso, se habrían instalado en Nazaret.

La mención en el Evangelio de Cristo como "hijo del carpintero" no sólo nos deja ver que José era reconocido por sus paisanos, sino que además no debía hacer mucho tiempo de su muerte.

Uno no puede imaginar, aun no teniendo fe, a alguien que debe cuidar, proteger, alimentar y educar a un ser extraordinario como Cristo, sin pensar que fue una persona fuera de lo común.

¿Cómo se lo describe? Podemos acudir al Antiguo Testamento y, aunque no tengamos fe, imaginarnos cómo sería el hombre justo que ejerció la paternidad de Jesús en este mundo.

"El justo es el que se abstiene del mal y hace el bien, el que tiene un corazón puro y es irreprochable en sus intenciones, el que en su conducta observa todo lo prescrito con relación a al prójimo y a uno mismo. El justo conserva su corazón limpio de orgullo, de ambición, de ansia de riquezas. Con su prójimo, practica la sinceridad, la rectitud y la lealtad; le horroriza la mentira, la duplicidad y el fraude. Se esfuerza por ser bueno, bienhechor, compasivo; por atender con amor a quienes necesitan consuelo y socorro y obra con misericordia"

¿Será necesario tener fe para imaginarnos al padre de Cristo en la tierra como un hombre así? No lo creo. Por eso, 2000 años después de su presencia entre nosotros se lo sigue recordando.

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