Un alfiler que pincha el nervio
Momentos de desilusión o confirmación de sospechas, más allá de que haya o no Justicia y, una vez más, en medio de una campaña electoral. ¿Hasta dónde llegará la infección que se adivina, pero no se extirpa? Opina Gabriel Conte.
No sen aguanta el dolor.
No se sabe cuándo terminará.
No hay qué lo calme.
Se desconoce -en medio de la tensión generada- a qué niveles puede llegar la infección.
Es cierto lo que los analistas políticos marcan en torno a que nunca en la historia los casos de corrupción le han importado demasiado al electorado a la hora de emitir su voto. No parece aparecer en las evocaciones inmediatas del cuarto oscuro, y hay muchos ejemplos de ello con distintos gobiernos, ratificados en las urnas a pesar de lo oscuro de muchas de sus acciones.
Pero sí generan acumulación de hartazgos. De allí sale el descreimiento en la democracia que alimenta a mesianismos y proyectos de autocracia.
Por ende, también hay que esperar que a esos autoritarismos consecuentes se les permita, inclusive, cierto nivel de degradación institucional, como si se tratara de una medicina de gusto muy amargo, insoportable inclusive, de la que se cree que curaría la infección general.
De allí que la desilución que genera un gobierno sospechado no será realmente gratuita, por más que el apoyo permanezca intacto entre sus fanáticos creyentes o fanáticos contrarios a "lo otro" disponible en la góndola de ofertas electorales.
Y entre esas consecuencias hay que empezar a medir la degradación de una sociedad que no ve ejemplaridad "arriba" y empiece a imitar o importarle realmente poco las formas, modales, normas "abajo", además de lo inmediato: no concurrir a votar, que es la fiebre que delata la enfermedad de fondo.
El remedio es institucional, siempre. ¿Pero quién lo tiene, cuando todo parece adulterado y fuera de control, hablando en términos metafóricos pero también reales y concretos?
Es aquí en donde queda abierto el desafío para que nazcan nuevos referentes o reaparezcan los que, siendo buenos pero anticuados, tapamos, encandilados por lo presumiblemente nuevo.