Reescribiendo las reglas: desafiando la idea de la masculinización de las mujeres en política

¿Debe masculinizarse una mujer que pretende ser presidenta de la Nación? Aquí, Emiliana Lilloy aborda el tema.

Emiliana Lilloy

En una reciente entrevista a la precandidata a la presidencia argentina Patricia Bullrich, Carlos Pagni le preguntó si había sentido algún obstáculo o discriminación en su carrera política por ser mujer, o si sentía que debió masculinizarse para entrar en ella.

A la primera pregunta respondió con una anécdota, que creo, nos resulta muy familiar a todas las mujeres. Contestó que cuando fue a asumir un cargo en la legislatura nacional, otro diputado le ofreció su ayuda cuando ella no entendiera las cosas que pasaban.

Pero es el segundo aspecto el que más expresa la problemática ante la que nos encontramos las mujeres al momento de hacer política o acercarnos a cualquier cargo de poder en el sector público o privado. Esto es, cuál es la posición, actitud o rol que debemos tomar para ser respetadas y lograr conquistar, conservar y acrecentar nuestro poder para generar cambios genuinos.

Porque si bien es verdad que el rol y la participación de las mujeres tanto en política como en otros sectores ha cambiado vertiginosamente, lo cierto es que los estereotipos asociados a cómo debemos ocupar los espacios conquistados continúan siendo un obstáculo o un mandato a cumplir inexorablemente.

A modo de ejemplo, recuerdo una tarde de hace 20 años, cuando vi una mujer de más de 50 años en un panel de opinión, con ropa y sin exceso de maquillaje, y sentí una sorpresa y alegría reconfortante. Esa misma tarde mi madre atravesó el living y con toda naturalidad -y estimo también sorpresa-, me pregunto ¿qué hace esa mujer ahí sentada opinando?

Hubo por esos tiempos un titular del diario El País de España que decí:a "La primer ministra mostró todo el tiempo signos de inteligencia y simpatía". Pensé que ese titular no sería viable para un varón, porque si alguien llega a ese cargo, la inteligencia se presume (salvo que sea mujer) y la simpatía no es un atributo que se les exija a los varones. Nótese también, que la inteligencia de la ministra se mostró todo el tiempo y no de a ratos.

Las cosas han cambiado, pero ante preguntas como la de Pagni -que ciertamente responden a un sentir social- no podemos dejar de preguntarnos cuáles son los atributos que tenemos que tener las mujeres para entrar en la política y qué significa, en su caso, tener que masculinizarse para poder lograrlo.

Para intentar responder, voy a tomarme de las propias palabras de la pre candidata, que contestó que siempre se tomo la política como una lucha, con fuerza, que nunca se concibió en términos de víctima sino que, ante el planteo de que se dudara de que fuéramos iguales, ella demostraría lo contrario con su capacidad. Comentó que así lo hizo, y lo relató a través de una anécdota donde refirió romper las lógicas de la autoridad instaladas en algunos varones que creían no poder ser guiados o comandados por una mujer en su gestión como ministra de Seguridad.

Y es que aquí puede encontrarse la punta de un hilo del que tirar. Porque explicitando estas lógicas, cabe pensar cuáles son las estrategias para desarmarlas.

Decir que las mujeres se masculinizan cuando hacen política, es pensar que algunas mujeres podrían adoptar características o comportamientos tradicionalmente asociados con la masculinidad para ser tomadas más en serio o ser aceptadas en un entorno político dominado por hombres. Pero esto no deja de ser una simplificación y generalización, ya que las mujeres tenemos los atributos de la fuerza, la valentía, la confianza y la asertividad tan naturalmente como algunos varones, y el hecho de tenerlas no nos hace masculinas, sino que nos hace mujeres con esas características. Es aquí quizás donde tenemos que empezar a develar el truco.

Porque son estos estereotipos que atribuyen a los varones determinadas características lo que está errado, negándoselas a las mujeres. Y en este punto vale recordar el titular del diario de la época cuando Olympia de Gouges fue guillotinada "quiso ser Hombre de Estado y parece que la ley y la naturaleza quisieron castigarla por olvidar las virtudes que corresponden a su sexo".

Es que una verdadera participación y representatividad en los espacios requiere que podamos atribuirnos en la realidad estas actitudes asociadas a los varones sin juzgarlas como impropias de las mujeres, más allá, de tener claro que existen otros atributos asociados a las mujeres pero no privativos de ellas, que son sumamente necesarios a la hora de conducir nuestras sociedades.

Adoptar un estilo de comunicación más agresivo por ejemplo, enfatizar o enfocar nuestros discursos e ideas en temas que en el pasado han sido masculinizados o asociados a la masculinidad como son la seguridad o la defensa, no convierte a una mandataria en masculina, sino que la define como una estadista enfocada en ellos por considerarlos necesario para mejorar la vida de los ciudadanos y ciudadanas.

Porque si bien es verdad que desde que las mujeres ingresamos a la política hemos conquistado derechos vinculados a las necesidades de la mitad de la población que estaban postergados (derechos reproductivos, cuotas y cupos, regulación sobre las tareas de cuidados familiares, el divorcio, la violencia de género etc) lo cierto es que exigir que las mujeres actuemos en política desde determinado rol "blando o amigable" o sólo vinculándonos con temas "de mujeres" constituye una mordaza simbólica que ninguna mujer debería aceptar portar en su carrera política.

Las mujeres necesitamos hablar de temas tan centrales como los varones, y de la manera que, el tiempo del país, nuestra personalidad y temperamento nos lo indique, temas fundamentales para llevar adelante un país y que lejos de masculinizarnos, muestran a mujeres que se candidatean expresando sus ideas con firmeza para conseguir la adhesión y los/as votantes y llevarlas a cabo.

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