Superávit de papel y épicas recicladas: la Argentina que no aprende
Mientras Mendoza demuestra que es posible mejorar la educación con datos concretos, la política nacional repite una y otra vez su guion de siempre. Cristina Kirchner reaparece para advertir de un "ajuste inhumano" desde su propio pasado de corrupción. Sergio Massa opta por un silencio calculado. Y Javier Milei, con su marketing libertario, exhibe un superávit fiscal que esconde recortes drásticos y licuación de jubilaciones. El libreto es viejo, pero la función no se detiene.
La educación es un espejo cruel de la sociedad. En África, la mitad de los alumnos de primaria no tiene acceso a internet. En Asia, se discute cómo diseñar aulas sostenibles. Europa renueva sus escuelas con foco en la ecología. América, con sus desigualdades, aún debate cómo garantizar conectividad para todos, mientras en Argentina un tercio de los estudiantes sigue sin acceso a una conexión adecuada. En cada continente, la infraestructura educativa revela las verdaderas prioridades de sus gobiernos.
Sin embargo, en medio de este panorama, Mendoza nos ofrece una historia diferente. En los últimos dos años, la provincia logró reducir en diez puntos porcentuales el nivel crítico de lectura en cuarto grado. Más de 270.000 estudiantes mejoraron su fluidez lectora después de la pandemia. Mientras el operativo Aprender reveló que el 44% de los alumnos de primaria en el país no comprende lo que lee, Mendoza sancionó su propia ley de alfabetización y, sin tanto ruido, se ha convertido en un referente. No es casualidad: en un país donde la política educativa suele ser un simple decorado, Mendoza se atrevió a mantener un rumbo propio.
La política nacional, por el contrario, parece atrapada en una farsa. Si en los noventa la postal era "pizza y champagne" con privatizaciones y marketing vacío, hoy Javier Milei reinterpreta esa estética con sus streamings en vivo. A pesar de que el déficit externo crece, el presidente insiste: "Argentina va a ser la meca de la libertad en el mundo", mientras sigue el cepo cambiario a empresas que había jurado dinamitar. El superávit fiscal, presentado como un trofeo, es apenas una ficción contable sostenida con recortes, retrasos en giros a las provincias y el empobrecimiento de los jubilados. La épica de ocasión se basa en la retórica, no en los hechos.
Los contrastes entre discurso y realidad se multiplican. Cristina Fernández de Kirchner, presa por corrupción, reaparece para aclarar que "yo no tengo nada que ver con este desastre". Massa, que prometió "defender el salario y ordenar las cuentas", ahora opta por un silencio que es su única forma de sobrevivir políticamente. La política argentina vive entre la amnesia y la negación, con líderes que pretenden borrar lo que dijeron ayer para empezar de cero.
Comparar el presente con el kirchnerismo es un error. Aquel fue un sistema de poder organizado para consolidar negocios, lealtades y complicidades. Lo actual es una improvisación teñida de marketing, una ansiedad por acumular poder sin socios, y una épica libertaria que funciona mucho mejor en redes sociales que en la gestión real. Pero la consecuencia final podría ser la misma: más descreimiento y un futuro institucional aún más frágil.
Mendoza, por su parte, escribe otro guión. Ajusta sus cuentas con decencia, convoca a la sociedad para debatir la explotación de cobre y apuesta a diversificar su economía. La UCR retoma una tradición de planificación a largo plazo, y el peronismo local se queda atrás, aferrado a consignas viejas y sin nuevas propuestas.
La historia argentina nos ha dado advertencias que casi nunca escuchamos. Hace más de veinte años, cuando Carlos Menem buscaba la reelección, José Bordón logró un 30% de los votos con una propuesta de ética y federalismo. No ganó, pero demostró que el saqueo no era eterno. Hoy, el dilema es similar: seguir repitiendo los viejos disfraces o encontrar un camino que combine rigor con decencia.
La política argentina parece condenada a confundir movimiento con destino. Se agita, se disfraza y promete refundaciones. Pero debajo de la espuma, el problema persiste: relato, déficits e improvisación. En la Argentina, lo único que se recicla con disciplina es el fracaso.