Gane quien gane, desafíos pendientes en la educación argentina

Isabel Bohorquez, habitual analista de temas educativos, a fondo, trae aquí la reciente iniciativa de la UBA de pretender indicar qué deben votar los alumnos que debieran tener las mentes más libres de la población: los estudiantes universitarios.

Isabel Bohorquez

La politización y el adoctrinamiento vs. la resolución de nuestros problemas

La politización de las instituciones y el adoctrinamiento es parte de los sistemas políticos hegemónicos y totalitarios aunque disimulen de progresistas en ejercicio de la vida democrática. Los define su accionar más que sus consignas y sus banderas, que ante tantos gestos de intervención doctrinaria, ponen en evidencia una clara muestra del deterioro que implica ese despotismo político e institucional.

Lo sucedido en la UBA (Universidad de Buenos Aires) en esta semana -docentes y estudiantes escenificando hipotéticas situaciones si gana Javier Milei en el próximo balotaje- refleja un proceso que ha ido instalándose gradualmente en nuestras instituciones educativas, incluso en los niveles más tempranos: la ideologización del currículo y por ende, del propio ámbito educativo.

Hay mucho por analizar respecto a la ideologización del currículo oficial desde el nivel inicial hasta las universidades. Así como las implicancias de un Estado (¿democrático?) que se considera facultado para la imposición de ideas y de posturas ideológicas bajo el fundamento de que se procura proteger a las personas.

Me limitaré en este texto a plantear lo que sucede a nivel universitario.

Irrumpir en una clase o imponer una idea so pretexto de un interés por el bien común de una comunidad que parece no tener capacidad por sí misma para discernir, es lisa y llanamente una acto violento.

Asumir que se tiene la libertad y el derecho para definir, proclamar y hasta satirizar una propuesta electoral, un candidato o un posicionamiento sectorial, apelando al resguardo de un bien social, cultural o económico, nos pone en la vereda de la censura ideológica. Es esto que decimos nosotros o nada. Es esto o el caos. Es esto o la aniquilación del sistema que conocemos.

¿El grupo de estudiantes que fue allí a tomar su clase de la asignatura que fuere? Bien, gracias. O acepta pasivamente la perorata o se expone a ser considerado reaccionario, intolerante, incluso un enemigo del sistema que los predicadores autoimpuestos dicen defender.

¿Cuál es el problema de fondo?

No se discuten temas concretos ni se elaboran propuestas de solución. Impera un discurso pretendidamente ideológico y una defensa cerrada de un grupo, sector o alianza que involucra en esa condensación tantas diversas posturas que en realidad, no se sabe bien adónde se está parado. Aparecen distorsiones y errores de concepto que impiden avanzar hacia una discusión real.

No se trata de defender la educación pública sino de resolver los problemas de la educación pública, que los tenemos y muy graves.

Con respecto al sistema universitario, ya hemos afirmado en otros textos

- que tenemos una de las tasas más bajas del mundo de egreso[1];

- que solamente accede el 12% de los jóvenes entre 18 y 25 años (ver estadísticas oficiales)[2];

- que tenemos un volumen de oferta académica supernumeraria (poco más de 9.000 titulaciones de pre grado y grado en comparación con otros países que rondan las 2000/2500 ofertas académicas) que hay que ordenar y reformular para subsanar -entre otras cosas- las superposiciones en los campos de incumbencia, carreras demasiado largas, repetitivas, obsoletas, etc.[3];

- que debemos integrar las universidades a las regiones donde están radicadas y mirar a un horizonte de país[4];

- que la investigación y la formación de grado y posgrado deben ser parte de un mismo proyecto institucional;

- que las universidades existentes deben funcionar en red con un sistema de equivalencias y pasantías así como currículos flexibles que permita la movilidad estudiantil. No necesitamos más universidades, sino un sistema capilar dinámico y con estudiantes becados convenientemente para que puedan acceder a la formación deseada.

Lo expuesto resumidamente, es un conjunto de obstáculos intrínsecos al mismo sistema universitario que si abordamos y trabajamos mancomunadamente lograremos resolver sin lugar a dudas.

Recién ahí, podremos afirmar que estamos consolidando y fortaleciendo nuestra universidad pública.

Hoy, únicamente un 20% egresa aproximadamente (si sumamos las universidades privadas se eleva a un 27%) e ingresa un escaso 12% (que logra acceder) de la población juvenil argentina (sin contar a los estudiantes extranjeros).

Si establezco un número aproximado, ¿la proyección sobre ese margen tan reducido de ingreso arroja una tendencia de solamente el 2,4% del total de los jóvenes argentinos egresando de nuestras universidades? ¿Tan grave es la situación? Invito a que consulten las estadísticas oficiales[5], de allí obtuve estos porcentajes y aunque seguramente, podemos tener más de una mirada de los mismos datos, lo cierto es que llegan muy pocos y terminan menos.

¿Qué pasa con el resto de los jóvenes argentinos? Bien, gracias.

El punto, para mí, es que no estamos discutiendo lo importante: ¿Qué está pasando con el sistema educativo argentino que alberga en su nivel superior universitario a una élite social, aquélla que logró culminar el nivel secundario y que puede -a su vez- mantenerse dentro de su condición de estudiante unos ocho años más promedio?

Si silenciamos la discusión en base a afirmaciones doctrinarias: "la universidad pública es nuestra conquista y es parte de nuestra supremacía", más jóvenes seguirán quedando fuera de ese circuito formativo que profesionalice su accionar y que permita a los mismos acceder a mejores puestos de trabajo. Ya sabemos que un país con una población mejor formada es una país con más chances de progreso.

Si negamos nuestros problemas jamás los resolveremos. Ese es el peligro de la politización y el adoctrinamiento.

El voucher solo no alcanza[6]. Eso está claro. Tan claro como que el voucher se basa en el principio de subsidio a la demanda, o sea, proveer al estudiante de los medios financieros para que pueda ir a la universidad.

El voucher no es lo mismo que el arancel.

En el caso del voucher, el estudiante no deberá pagar sus estudios.

Pagar es otra cosa: eso sería arancelamiento y es otra discusión que habría que dar, si consideramos que dentro de la élite social que asiste a las universidades, la inmensa mayoría es de clase media-alta que a su vez llegó a la universidad pública y gratuita luego de haber transitado -en su mayoría- por escuelas privadas de nivel primario y secundario.

La clase obrera, trabajadora, humilde, no llega a las universidades excepto un porcentaje que no supera el 2% del estudiantado. No nos engañemos con la consigna pública y popular, los pobres no llegan a la universidad salvo casos excepcionales.

Por otro lado, debatir sobre las universidades barriales como alternativa "popular" que ofrecen cursos de mediadores comunitarios por ejemplo u ofrecen formación en oficios en vez de carreras de grado es otra discusión y en lo personal, me parece un engaño a la gente que busca en la acreditación institucional una convalidación de sus personas y una esperanza de progreso. Sigue, a mi entender, apareciendo una consigna doctrinaria que afianza las diferencias sociales aunque proclame lo contrario. ¿Qué tremenda paradoja es esa?

Retomando el concepto del voucher, éste representa una visión de los sistemas públicos que ponen el foco en la optimización, basada en la elección de la demanda (en este caso es el estudiante que decide o su familia). Esa visión no alcanza a cubrir todas las dimensiones en juego de un sistema que tiene que estar funcionando para que pueda ser objeto de la decisión de un estudiante; pero lo saludable de esta discusión es que rompe con el hermetismo de instituciones que necesitan ser interpeladas por la realidad social y dejar de desempeñarse como si todo estuviera bien aunque los resultados griten otra cosa.

Lo bueno del voucher es que instala una cuestión en la sociedad: ¿podremos elegir la educación que queremos? ¿O siempre elegirá el Estado? Y si cuando el Estado elige y lo hace mal, no se hace responsable y se perpetúan las dificultades ¿qué pasa?. Y finalmente, la pregunta más importante para mí: ¿podremos consolidar un proyecto de educación nacional para el desarrollo humano?

¿Sabremos afrontarla? ¿Podremos discutir constructivamente sin aplanarnos bajo consignas cerradas y lapidarias?

Lo que sucedió en la UBA, en cambio, parodiando con el voucher, la venta de órganos, la mercantilización de la educación tarifando cada acto educativo, está muy lejos de aportar soluciones a los problemas que tiene el sistema educativo argentino. Además de que instala errores en la discusión antes de empezar a darla.

Basta ya de cinismo y de pretendidas actitudes lúcidas, superadas, progresistas, nacionalistas, populares y democráticas que denigran todo lo que no sea parte de su relato.

Si queremos una educación universitaria pública de calidad y que llegue a la mayor cantidad posible de jóvenes argentinos, empecemos a discutir sinceramente lo que tenemos que hacer para que accedan más, permanezcan más y egresen más estudiantes en un conjunto de instituciones que se integran en un proyecto de país.



[1] https://www.memo.com.ar/opinion/fracaso-universidades/

[2] www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2020-2021_sistema_universitario_argentino.pdf

[3] https://www.memo.com.ar/opinion/titulos-universitarios/

[4] https://fce.unl.edu.ar/jornadasdeinvestigacion/trabajos/uploads/trabajos/130.pdf

[5] www.argentina.gob.ar/sites/default/files/sintesis_2020-2021_sistema_universitario_argentino.pdf

[6] https://www.memo.com.ar/opinion/el-voucher-solo-no-alcanza/

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