Cuando la vieja política era mejor que la nueva: ¿en qué?

Esta temporada electoral está dejando una enseñanza: debería ser el último coletazo de las mañas vendidas como "nuev política", y que no son nada novedosas.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

En los primeros de los 40 años de democracia transcurrida, para acceder a una candidatura ejecutiva municipal, o de legisladores provinciales y concejales, era necesario ser "alguien" dentro de un partido.

Se empezó reconociendo la trayectoria y se avanzó presentando "fichas de afiliación", una manía que tuvo un momento tan específicamente brutal a principio de los años '90, que se deslegitimó: personas y sectores, "núcleos internos", corrientes, "bandas", llenaban a lo loco afiliaciones, no siempre reales. El que más presentaba, ganaba un cargo. Mientras más, más alto o cercano a entrar en una lista.

Sin embargo, había cierta meritocracia latente: no había un mandamás que lo decidía todo, sino que ordenaba en orden jerárquico dentro de cada partido o sector, pero aquellos que acreditaban alguna ventaja por liderazgo de grupos, actividad social o comunitaria, empresaria, cultural o gremial, sabía que podía acceder a una banca en alguno de los niveles del Estado.

Nunca puede decirse que "todo tiempo pasado fue mejor", pero tampoco aceptarse por costumbre que el progreso es permanente.

Hoy hay indicios de "democracia hereditaria", en donde un dedazo indica quién sigue y quiénes acompañarán al que es "el elegido". Sucede en todos los partidos. En algunos con mayor o menor vehemencia y es una realidad que evidencia los retrocesos en los que se puede incurrir en nombre de la "nueva política".

Pero además, de aquellos primeros legisladores, de peso específico propio, territorial o intelectual, se pasó a "legisladores que responden a", representantes de un intermediario entre la ciudadanía y el acceso a las candidaturas, que pueden tener o no padrinos privados.

En ese marco, el otro elemento que resalta del actual momento, es la ausencia de convicciones. No se trata de un pragmatismo positivo, sino de un "viva la Pepa" denigratorio del sistema democrático, en el que da lo mismo con quien ir, el asunto es conseguir un puesto de alto rango en el Estado.

Podríamos escarbar más y descubrir que hay una contracorriente al espíritu democratizador de las PASO cuando se busca impedir la competencia o dirigir quiénes irán contra cuáles, de modo de que hay unos "ordenadores" que termina arrogándose el "democratómetro" y decide en qué dosis las permite.

Otro cantar es hablar de los protagonistas que deja lo llamado "nueva política": por lo general, clones de aquel doctor Borocotó siempre listos para cambiarse de fuerzas; o chantas, lisa y llanamente, que llegan impulsados por el hartazgo contra los mañosos, pero asumen sus cargos llenos de mañas, dispuestos a renovar el staff de inútiles y corruptos que ya habían colmado la paciencia del electorado.

No se trata de caras nuevas. Tampoco de picardías ganadoras. Ventajistas hubo siempre: no es nada nuevo en la política.

De allí que la profundidad del sistema democrático deberíamos pensar que todavía está por llegar, aunque 40 años ya deberían ser suficientes para demostrar una madurez que no se percibe.

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