Volcanes en la escuela
Es ribeteadme Jorge Fontana en esta nota: "Pretender que la escuela compita en atractivo con Instagram o Tik Tok, o en espectacularidad con el universo Marvel, es una descomunal insensatez".
Otra vez "falló" un "experimento" en una feria de ciencias escolar.
Cada vez que sucede algo así, la mayoría de los medios se solaza en detalles polémicos, pone énfasis en las responsabilidades de los docentes, las instituciones y las autoridades, se refieren a cuestiones legales o policiales... en esta nota intentaremos poner foco en lo pedagógico, y de paso también en lo social.
Desde el punto de vista pedagógico, en ninguna institución se deberían realizar "experimentos" que no tienen que ver con un contenido específico a enseñar. Repitan conmigo: la erupción de un volcán no tiene nada que ver con la combustión del alcohol, ni con la reacción violenta de la pólvora. Con ese experimento no se aprende sobre el funcionamiento de los volcanes, que es imposible de replicar en un laboratorio, y tampoco se aprende sobre química, ya que la combustión no se usa para estudiarla, sino como una mera intención ilustrativa.
Los chicos y chicas que presenciaron como un volcán de cartón emite fuego provocado por sustancias químicas no aprendieron nada de geología y nada de química.
"Entonces... ¿qué hacemos?" preguntarán los docentes, atribulados y presionados por hacer cosas "interesantes", ante una feria de ciencia. Hay miles de cosas que se pueden hacer. Por ejemplo, si lo que se quiere es enseñar por qué los volcanes emiten calor, sería mucho más eficaz como estrategia de enseñanza frotar dos objetos sólidos y mostrar cómo el frotamiento produce el calentamiento. Después, más adelante, se pueden aprender las fórmulas físicas que explican cómo el rozamiento se puede convertir en calor.
Si se quiere enseñar sobre combustión bastaría con encender un fósforo y mostrar cómo ciertas sustancias son combustibles y otras no. O tapar una llama para explicar que el fuego necesita el oxígeno, y enseñar que siempre un combustible necesita de un comburente. Después más adelante el estudiante podrá aprender sobre las fórmulas químicas de los compuestos implicados y sobre las reacciones químicas y su representación mediante ecuaciones.
También se pueden realizar modelos que involucren máquinas simples (palancas, poleas) para más adelante aprender las fórmulas matemáticas que las explican. Podemos realizar experimentos químicos sencillos, como por ejemplo agregar jugo de limón o vinagre a ciertas sustancias coloreadas y observar cómo cambian de color. Después más adelante podrán aprender los fundamentos químicos de los indicadores de PH. Se puede enseñar sobre ciclones y anticiclones simplemente soplando o aspirando por un tubo. Después más adelante podrán aprender los fundamentos y las implicaciones climatológicas de ese conocimiento.
Las posibilidades son infinitas. Pero claro, se me objetará que estas experiencias, aunque pedagógicamente correctas, no son lo suficientemente atractivas para incluirse en una Feria de Ciencias. Aquí llegamos entonces a lo que considero es el verdadero punto a considerar: la obligación implícita, no escrita pero muy poderosa, de hacer cosas llamativas, vistosas, espectaculares.
Durante años, conspicuos pedagogos estrella han vendido libros y cobrado por conferencias y cursos de capacitación en los que han repetido como un mantra las mismas obviedades, verdades a medias, diagnósticos definitivos aunque superficiales, propuestas brillantes pero irrealizables, o sesudos análisis con el diario del lunes. Estos rock stars de la pedagogía no se han cansado de repetir (en su jerga, claro está) que "la escuela es anticuada", que "los chicos están en otra", que "hay que adaptarse a los nuevos modos de consumo" de los niños y adolescentes. Se ha denostado a la enseñanza de siempre, descalificándola con el sambenito de "tradicional", o "enciclopedista", se ha cargado de culpa a los docentes por ser "aburridos", se ha hipertrofiado la necesidad de ser "divertidos", se ha dicho tanto acerca de las nuevas formas de percepción de los niños y adolescentes (formas de percepción con las cuales la Escuela se encontraría desfasada), se ha insistido tanto en consignas "modernizantes", en apariencia atinadas pero vacías de contenido, que el resultado ha sido que muchos docentes se sientan empujados a proponer proyectos que compitan en atractivo con el mundo de las pantallas en el que viven inmersos los niños y adolescentes.
Pues bien: pretender que la escuela compita en atractivo con Instagram o Tik Tok, o en espectacularidad con el universo Marvel, es una descomunal insensatez. Y las insensateces, ni hace falta decirlo, suelen terminar mal. Por ejemplo, en volcanes que no tienen nada que ver con un volcán, explotan y lesionan a los estudiantes.
El debate entonces no se debe centrar en la búsqueda de chivos expiatorios, en indagar acerca de la responsabilidad o irresponsabilidad de los docentes y directivos, en reclamar medidas de seguridad para los experimentos... Todo esto es importante, qué duda cabe. Pero es accesorio, secundario, casi anecdótico. La Escuela debe abandonar esa necesidad imperiosa de espectacularizar todo, renunciar a esa competencia estéril con las redes y los medios. Asumir sus límites, y al mismo tiempo, recuperar la autoestima. Recuperar la idea de que el aprendizaje requiere esfuerzo, método, concentración; que debe ser estimulante pero no necesariamente "entretenido". Las Ferias de Ciencia deben concentrarse el fundamento por el que fueron ideadas: el desarrollo de la curiosidad, el aprendizaje de métodos de investigación y de trabajo, el placer por el descubrimiento, la satisfacción de comprender.