Suicidio policial en Argentina: la batalla silenciosa detrás del uniforme
Mendoza se ve conmocionada por suicidios de sus policías. En esta nota, el criminólogo Eduardo Muñoz hace un análisis del contexto y de la situación en el país.
Cuando un policía muere en acto de servicio, el país se detiene. Hay sirenas, homenajes y discursos oficiales. Pero existe una batalla mucho más letal, silenciosa y, sobre todo, silenciada: la del suicidio policial.
Según datos oficiales y un estudio del sociólogo Santiago Galar (CONICET-UNLP), en 2018 la tasa de suicidios en las Fuerzas Federales fue de 0,18 cada 1.000 efectivos, el doble que en la población general ajustada por edad (0,09 cada 1.000 habitantes).
Trauma y precariedad: la olla a presión institucional
La vida policial no termina al final del turno. Cada operativo, cada escena violenta y cada víctima atendida se convierten en una carga invisible y acumulativa. Violencia doméstica, suicidios, abuso infantil: todo se cuece a fuego lento en la mente del agente, transformando el estrés laboral en trauma prolongado.
A ese desgaste crónico se suman las presiones económicas. Los bajos salarios obligan a realizar horas extras extenuantes, mientras que los tratamientos privados de salud mental resultan inalcanzables para la mayoría.
Una mujer policía se quitó la vida con el arma reglamentaria
Y lo más grave: quien busca ayuda suele pagar un alto precio. La pérdida de beneficios económicos y la reducción de sus posibilidades de ascenso actúan como un castigo institucional disfrazado. Ante ese dilema, la mayoría elige callar: la opción menos dañina para su carrera, aunque la más letal para su vida.
El arma reglamentaria y la cultura del silencio
En la cultura policial, el arma reglamentaria es identidad y autoridad. Si bien existen múltiples factores en el suicidio, el entorno laboral hostil actúa como el detonante final. El arma, que está destinada a proteger, se convierte, por su portación permanente y fácil acceso, en el principal factor de riesgo en los momentos de crisis.
El estigma institucional, nutrido por esta cultura del silencio, es quizá el obstáculo más grande. Hablar de salud mental sigue siendo sinónimo de "debilidad" o de riesgo para la carrera. Un joven gendarme lo resumió: "Vale más que no tengas problemas con el ascenso a que vayas al psicólogo".
Estas muertes resultan, en palabras de Galar, "difíciles de procesar institucionalmente" porque cuestionan las condiciones de trabajo y el propio sentido de la actividad policial.
Un cambio urgente y estructural
La crisis del suicidio policial no se resolverá con programas aislados. Lo que hace falta es un cambio profundo en la cultura institucional: invertir en salud mental al mismo nivel que en capacitación física o de tiro, y despenalizar la búsqueda de ayuda.
En España, la Guardia Civil implementa un plan integral de prevención con equipos psicológicos de guardia las 24 horas. En Argentina, las iniciativas aún son incipientes y chocan frontalmente con la cultura del silencio.
El verdadero acto de valentía no es solo enfrentar al delito, sino atreverse a pedir ayuda. Hasta que esa batalla deje de ser un tabú, el suicidio seguirá siendo la herida más silenciosa y letal en las fuerzas de seguridad argentinas.