La casa de los abuelos
La escritora Marcela Muñoz Pan presenta "La casa de los abuelos", todo es juegos, dulzura y memoria positiva.
Un día soleado de verano por la zona este de Mendoza, en Medrano-Junín, en una finca donde el agua corre y se escucha el murmullo de su cantar como queriendo refrescar tantos recuerdos de la infancia, seres imaginarios y reales donde el cielo y la tierra se amarran para dormir una siesta contando muchas historias de los abuelos, bisabuelos, tíos y tías que dieron sosiego a los sueños.
Los niños, nosotros los de ahora, queríamos saber siempre esas anécdotas, esos personajes que nos habitaron para entender la plenitud de los recuerdos como manojos de uvas que vamos disfrutando gajo por gajo mientras los ojos nos suceden como campanas que repican y repican a lo largo de la historia, una historia que pareciera nunca jamás iría a tener fin. Ya somos ahora, ya fuimos o seremos niños nuevamente, pero la casa de los abuelos no es un colorín colorado este cuento se ha terminado.
Corría el año 1954 en Mendoza y Cefira Gabrielli de Reina, su yerno Ciro Armando Yaciofano, Carmen Gabrielli de Furlotti y Francisco Gabrielli adquirían un terruño en Medrano, Junín, al que bautizaron Los Franciscos. Años más tarde esta finca de viñedos y olivos pasa a manos de Cefira, Armando y María Luisa. En 1967 se crea Cefimar, donde se incorporar los tres hijos de Amando y María Luisa (Porota): Midi, Armando y Oscar; es Midi (María Nidia) quien primero junto a su esposo Jorge Alvarez y ahora con sus hijos: Nidia, Jorge y Gastón y sus nietos continúan el legado que va guardando en sus hileras la historia de un laberinto que sigue vivo. En esta finca de la casa de los abuelos es como hacer turismo enológico todo el tiempo, correteando por los viñedos, imaginando una bodega, pintando con la abuela Midi un mundo de colores, de luz, luz que ampara y abriga. En Los Franciscos los niños fueron felices.
Cuando se recorre de nuevo esa casa de los abuelos que tantas veces fuimos es volver a ser, es no olvidar lo distinto que eran los juegos de mesa, las piedras para los partidos a la payana, el verde, las flores y abejas que revolotean aún en la memoria, en el perfume de una vida vivida con tanta intensidad. Recorrer los rincones y ver eso que no vimos cómo era, y lo que vimos como pensábamos que era, ya no es más así, es de otra manera. Dar un nuevo significado a las cosas importantes que vivimos en esa casa tan querida, volver una y otra vez a contar las mismas historias para que nunca jamás se olviden. Más bien, recordar (volver a pasar por el corazón). Mañana será distinto pero igual que ayer y ese ayer puede tener sombras y luces, pero tendrá un espacio y un lugar único e inolvidable.
Se corre, se trepa, se juega a las escondidas mientras en la mesa de luz de los abuelos se encuentra ese libro de tangos que no entendíamos mucho pero que hoy cuando lo leemos nos emocionamos y algunas lágrimas de ternura vuelven a recorrer esas luces de los mayores que nos provocan metamorfosis emocionales. Los libros gigantes de archivo, de diarios que se juntaban para tener una memoria periodística invaluable, también tiene un papel fundamental en nuestros juegos, porque estaba al alcance de las manos, ya se sabe que los libros deben estar al alcance de las manos de todas las infancias. Los cuadros pintados por la tía Nidia, qué orgullo, qué marco que marcó una honda mirada a esa eternidad de mujeres vendimiadoras en la habitación que da al oeste, develando la obra de arte con todo su esplendor.
Cuando en la infancia se tiene una armonía de arte, libros, trajes de época para disfrazarse y jugar a quién quisiéramos ser y no somos, o escondernos en el vestido de novia de la bisabuela y el frac del bisabuelo y simular que somos, estamos siendo sin darnos cuenta, tal vez, un eslabón de sucesos que marcarán la historia familiar. El reflejo de la conexión entre los árboles que nos hamacan, las viñas que nos circundan y los olivos, en el Valle de Medrano, va comunicando esos valores de identidad y sinergia de amor, de ternura. En la casa de los abuelos se escuchan los mejores cuentos de los ositos Tochos o las reversiones de la Caperucita Roja, como si fuera la única oportunidad que tenemos para crecer y ser felices para siempre, entre las hortalizas de la esperanza y los nogales de la paciencia, el esfuerzo con la sabiduría que ellos nada más que ellos, nos pueden regalar.