La leyenda de la flor del ceibo
El mito de la Flor Nacional Argentina (y también uruguaya) trae consigo una historia de valentía y fortaleza encarnada en su protagonista, la indígena guaraní Anahí. Conocé la historia.
Una de las cosas que aprendemos en la primaria es que el ceibo es la Flor Nacional de la Argentina, a pesar de que no es una de las que más vemos en los coloridos parques, paseos o plazas. Esta flor originaria de América y predominante en la zona litoral argentina, en Uruguay, Brasil y Paraguay suele crecer a orillas del río Paraná y el Río de la Plata y adorna los árboles que llevan el mismo nombre.
Su nombre genérico en la botánica es Erythrina, de origen griego (de la voz erythros que significa rojo). Su denominación específica es crista-galli, que en latín alude a la cresta del gallo, también por la semejanza de ésta con el color de las flores. La altura del árbol oscila entre los 6 a 10 metros: de fuste tortuoso y poco desarrollado, su corteza es de color pardo grisáceo, muy gruesa y muy rugosa, con profundos surcos. Florece entre los meses de octubre hasta abril, en forma de inflorescencia arracimada.
Es considerada la Flor Nacional desde 1942, mediante el decreto 13.847 en donde se menciona indistintamente su nombre como ceibo o "seibo", ya caído en desuso. De esta manera desplazó a la magnolia, quien no pegaba con la intención de argentinizar todo de la época ya que se trataba de una especie foránea.
Hay una tradición oral transmitida de generación a generación y difundida en el Litoral argentino, que narra la historia de la indígena guaraní Anahí, contando el nacimiento de esta hermosa flor, la cual refleja la valentía y la fortaleza observada en el rojo intenso de sus pétalos. Conocela.
La leyenda
Cuenta la tradición oral que en las riberas del Paraná vivía una indígena llamada Anahí. En las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos atrevidos y aguerridos seres de piel blanca que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la joven logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería. Al rato, Anahí fue alcanzada por los conquistadores. Estos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que pareció no querer alargar sus llamas hacia ella. La doncella indígena, sin murmurar palabra, sufría en silencio con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al amanecer los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas en todo su esplendor, como símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.