El trabajo más antiguo: semblanza de la prostitución en la historia de Mendoza

El historiador Gustavo Capone trae al presente la historia de las trabajadoras sexuales: la tensión entre la explotación y la historia, hasta la agremiación en un sindicato.

Crónica histórica de una muerte anunciada

Durante el siglo XX se tomaron medidas para perseguir el proxenetismo y la "trata de blancas", pero una triste historia sigue cobrándose víctimas. Inacción y, en muchos casos, la complicidad de los poderes de turno.

"Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina / No se ve un alma está desierta to'a la avenida. / Cuando de pronto una mujer sale de un zaguán / Y Pedro Navaja aprieta un puño dentro 'el gabán". La conocida canción de Rubén Blades y Willie Colón podría graficar el tema de la prostitución. Y si bien la canción de salsa relata la acción de un hampón por "el viejo barrio" de Bowery Side (Queens - New York), perfectamente puede trasladarse a cualquier lugar del país. Obviamente, Mendoza, o un departamento como Rivadavia, u otros distritos provinciales.

"Mira pa' un lado mira pal' otro y no ve a nadie. / Y a la carrera, pero sin ruido cruza la calle. / Y mientras tanto en la otra acera va esa mujer. / Refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer". Podría ser también la historia de cualquier persona que al terminó del día no logró su sustento diario. O podría ser el argumento de una de las tantas canciones de Discepolo. 

Qué quilombo. "Pebetas", "casfishos" y "bacanes"

A fines del 1800 y principios del ‘900 en Buenos Aires, siete de cada diez personas eran hombres y gran parte, jóvenes inmigrantes solteros. Esto seguramente podría justificar que en ese momento en las urbes porteña y bonaerense había 239 escuelas, 16 Iglesias católicas y, nada más y nada menos que, 6.000 prostíbulos (en "blanco" solo 945 según registros de 1907). El censo nacional de 1914 determinó que el país tenía una población casi 8 millones de habitantes, el aglomerado de "gran Buenos Aires" un poco más de 2 millones, mientras el 42 % de la población era inmigrante. Mendoza en ese tiempo 277. 535 habitantes.

En el centro porteño también había una falsa sinagoga judía, atendida por "truchos" rabinos (La Varsovia) que lo único de religioso que tenía era la estrella de David en el portal, mientras en su interior las excluyentes alabanzas sagradas eran solamente para "ellas".

El momento aquel, según el antropólogo Pablo Ben en "La ciudad del pecado" ("Moralidades y comportamiento sexuales. Argentina, 1880 -2011" Valobra, Barrancos y Guy), propició una cultura sexual reprimida, heterosexual y conservadora, que lanzó a las calles a los varones y confinó a la mujer al ámbito doméstico, generando un amasijo de lascivia, lujuria y obscenidad". Todo ante la distraída mirada del poder y las costumbres.

La Policía prontaruaba a las trabajadoras sexuales y no sus proxenetas.

En la historia del país, los prostíbulos tuvieron una gran incidencia social. Por aquel tiempo la población podía encontrar entretenimiento en algún circo que llegaba por unos días al barrio o en el incipiente "balompié" que empezaba a rodar por nuestros potreros. Por ende, los prostíbulos se presentaban también como el lugar de reunión donde los hombres lograban vincularse con las mujeres, pero además era el ámbito para concretar transacciones comerciales o cerrar alguna candidatura electoral.

La división entre "francesas", "polacas" y "criollas" era una especificación de "nivel" y de "tarifa". Algunas estimaciones de época daban como ingreso diario las siguientes cifras de acuerdo con la categoría de prostituta: Cocotte: $100; cabaretera $30; prostituta clandestina $ 20; girante $15 y alcahueta menos de $5.

A su vez "las casa de tolerancia" generaban un extenso circuito económico que involucraba gran cantidad de "mano de obra": las chicas del oficio milenario, meretrices, cafishos, "matones" de seguridad, coristas, cantantes, locutores, cantineros, lícoreros, mucamas, cocineros, cocheros, rufianes comisionistas, parroquianos y seguro, la complicidad de policías, médicos, gobernantes y jueces, escondidos bajo una hipócrita pantalla de "hombres de bien", en el medio de una sociedad que casi siempre hacia "la vista gorda".

El negocio se multiplicaba cuando a la prostitución femenina se le agregaba "el garito" con su juego de naipes, los dados, la venta de bebidas blancas, el alambique clandestino, el comedor, el contrabando de cigarrillos, las orquestas típicas, los cantores populares y el baile.

Todo un "combo" al servicio de la "carabela" platea masculina. "Dados, timba y la poesía cruel", diría el tango. Un negocio completo para los más "avispados".

Durante años las autoridades "miraron al costado. Ese tiempo oscuro acabará en los años 30 (podríamos destacar la Ley Palacio y prohibición de trabajo de menores) cuando se logró desmantelar las sociedades mafiosas polacas de Ziw Migdal y Aschquenazu. Una tal Raquel Liberman, se animó a denunciar la organización. Liberman era una polaca de familia humilde que había viajado a la Argentina junto a sus hijos para encontrarse con su marido. Nunca lo encontró. Fue reclutada por la mafia. Pudo comprar su libertad al tiempo. Creyó erróneamente haber encontrado un camino con su nueva pareja. Fue perseguida, estafada y traicionada por su novio, quien la volvió a entregar al mafioso Migdal. Su prédica justiciera tuvo eco, pues con aplicación de la Ley de Residencia se logró detener y deportar a los proxenetas. Pero había un fondo político también, vinculado a dos intereses grises de la dictadura de Uriburu: la intención de mostrar a los anteriores gobiernos radicales como corruptos y el marcado antisemitismo de los "salvadores de la patria" que habían perpetrado el golpe de 1930.

Mendoza y "la vista gorda"

"El mal necesario" seguía conviviendo con la hipocresía del caso. ¨Ma' sí. Hace la vista gorda".

Aquella proporción bonaerense relacionando instituciones y burdeles también se podría trasladar a un pueblo como Rivadavia, o una ciudad como Mendoza.

La Municipalidad de Mendoza estableció un Reglamento para las Casas de Tolerancia en 1885. Estaba firmado por Luis Lagomaggiore. "Los piringundines" debían estar registrados ante la Secretaría municipal. Era exigencia constatar el nombre de las "chicas" y la ubicación del local.

Mientras tanto Rivadavia, contaba en todo su territorio con más de 38 prostíbulos en 1906, de los cuales sólo 3 no se escondían bajo la fachada de bares, hoteles o casas particulares, figurando ante el fisco municipal con el falso título de "despacho de venta de bebidas, comidas y tabaco con patentes fiscales" con un canon de $30 anuales en 1905.

Legales e ilegales

Los prostíbulos matriculados en Rivadavia debían pagar $10 anuales, más las inspecciones semanales y la correspondiente adecuación y controles a las normas de higiene, lo que multiplicaba el impuesto, por lo que la mayoría optaba evadirlo.

Según el Reglamento Provincial sobre Habilitación de Prostíbulos o Casas de Tolerancia, los albergues debían tener habilitación oficial, como así también las damas involucradas, quienes necesitaban el apto sanitario esgrimido por un médico municipal. El Reglamento disponía que un médico visitará las casas, los miércoles y sábados, revisando las pupilas y anotando en un libro a tal efecto: "sana" o "enferma".

El problema fue que la Municipalidad delegó su responsabilidad en las meretrices de cada uno de los prostíbulos, dejando que contrataran a un médico de su elección, hecho que generó todo tipo de arbitrariedades, haciendo ineficiente el control.

Un solo médico

El único médico de Rivadavia a comienzos del '900 era Pascual Cantarella, quien se excusó de cumplir tal actividad sosteniendo, textualmente: "me desligo de la tarea por una cuestión moral, reñida con el pecado de la religión que profeso".

Al margen de tal situación en un informe solicitado al municipio por el gobierno provincial en 1904, el mismo Dr. Cantarella escuetamente informa: "He detectado muchos casos de tifo - abdominal, muchos casos de tos convulsa, muchos casos de escarlatina y difteria 'muchísimos' casos de enfermedades venéreas, como sífilis, blenorragia o gonorrea".

Absurdo también fue el reglamento porteño de 1875 que regía la zona central y el puerto de Buenos Aires. El reglamento mendocino copió normas de aquel. Sobre todo, la absurda norma que prohibía la prostitución de mujeres menores de 22 años, "siempre y cuando no hubieran perdido la virginidad antes de esa edad".

Es decir, estarían habilitadas reglamentariamente a ejercer la prostitución todas las mujeres desde el momento mismo de perder la virginidad, fuera la edad que fuese.

El Barrio Norte de Rivadavia

La "zona norte" rivadaviense (la más antigua del radio urbano) fue la sede de la mayoría de los establecimientos de citas, siendo los populosos Barrio Las Ranas y Villa Elvira, los lugares más frecuentes para éstas actividades. Lo cierto es que "el negocio" generó continuas protestas del vecindario "ante los actos de evidente promiscuidad", según consta en un reclamo comunitario ante el Presidente Municipal del 23 de agosto de 1905.

También hacemos notar que cada reclamo formal para ser considerado debía pagar un sellado municipal de $1 por folio redactado, bajo el título de "Protesta ante el Presidente Municipal", lo que en ocasiones aumentaba la bronca de los quejosos "moralistas".

La primera "casa de citas" del pueblo rivadaviense, y una de las más caracterizadas de la zona este, estuvo ubicado en Calle 25 de Mayo. La más reconocida de esas "casas" en la década del '30 fue el famoso "Che - Che", contando entre sus féminas con señoritas de distintas nacionalidades. Ya promediando el siglo XX entre los reconocidos rivadavienses estaba "El River" en la zona de "los chorros 'e leña", cerquita de la estación del ferrocarril. Y más acá en el tiempo El Grillito del "Gitano", era otro de los "tugurios" que cubrían la cuota de esparcimiento masculino. Ah, muchos de estos locales tenían además sucursales en La Libertad, Reducción, Medrano y La Central.

La errónea foto de ayer y de hoy

La imagen de ayer suele girar en las mujeres que se movían en los ambientes de cabarets lujosos y entre "bacanes". No reparaba tanto en las muchachas de los prostíbulos de mala muerte, eran la mayoría, con la hilera de clientes esperando en la calle, bajo la mirada de "la madama", que al final de la "jornada" reclamaría de cada pupila "la lata" que con la "guita" de tantos "servicios" prestados. La foto de hoy sigue siendo todavía aún más oscura. La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAT), constituye la única red de contención para las trabajadoras sexuales y los colectivos trans en el país. Ante la proliferación de abusos y femicidios, la deuda social, jurídica y política sigue siendo imperdonable.

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