Nisman: Justicia, simplemente Justicia

Alberto Nisman murió hace 6 años de forma inesperada, pero no en un sentido existencial, sino en un sentido terrorífico: fue hallado muerto en dudosas circunstancias. Y lo aterrador es que su muerte difícilmente puede ser disociada del espectro político que en ese momento lo rodeaba.

María José Sanz

Probablemente lo más difícil que nos ronda a través de toda nuestra vida es la única certeza que tenemos: la muerte. Es un concepto que asimilamos desde la niñez, que en la flor de la vida pareciera desaparecer por la potencia de la vitalidad que portamos, pero que en la etapa madura retorna como una conciencia permanente que modifica incluso nuestra forma de transitar el mundo y la manera en la que percibimos la realidad que nos circunda.

Desconocemos cuándo llegará, y la imposibilidad de determinarla nos hace olvidar que está siempre esperando a la vuelta de la esquina dispuesta a mostrar sus consecuencias.

Alberto Nisman murió hace 6 años de forma inesperada, pero no en un sentido existencial, sino en un sentido terrorífico: fue hallado muerto en dudosas circunstancias. Y lo aterrador es que su muerte difícilmente puede ser disociada del espectro político que en ese momento lo rodeaba.

El miércoles 14 de enero del 2015 radicó una denuncia en los Tribunales de Comodoro Py (Juzgado Federal 4 a cargo del Juez Ariel Lijo), como fiscal de la causa AMIA, en la cual involucraba a la en aquel entonces Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Ese mismo día, por la noche, asistiría al programa de TN "A dos voces" para declarar sobre la denuncia y darle difusión. En diálogo con el periodista Edgardo Alfano declaró: "lo que ha ocurrido en este último tiempo con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, no es distinto al gobierno de Néstor: es totalmente opuesto, ha habido un cambio radical. Ha habido una alianza con los terroristas, se ha negociado con el Estado que ampara a los terroristas".

Nisman estaba convencido de que Cristina Fernández había firmado el Memorándum de Entendimiento con Irán como parte de una maniobra de encubrimiento de los autores del atentado a la AMIA en 1994. Para el lunes siguiente, es decir, el lunes 19 de enero, había pactado con Patricia Bullrich asistir al Congreso para explicar y ampliar detalles de la denuncia en la comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados. Pero como sabemos nunca llegó... El domingo 18 Nisman fue encontrado muerto en su departamento de Puerto Madero con un tiro en su cabeza.

La primera hipótesis del gobierno de aquel entonces, fue que el fiscal se había suicidado, luego con el tiempo y con la obscenidad de las circunstancias que atentaban contra cualquier sentido común, muchos modificaron esa primera postura de negación, entre ellos la Presidenta.

¿Quién podría creer que un fiscal que denuncia ni más ni menos que a la cumbre del poder se suicidó el día anterior a ir al Congreso de la Nación a buscar paraguas político? Solamente el kirchnerismo. Los demás, todos los que estamos atravesados por el sentido común y por una ambición ética de vivir en un Estado democrático con hondo contenido republicano, no pudimos menos que asociar la muerte de Nisman a la corrupción del poder.

¿Murió un hombre? Sí, pero también nació un símbolo, también se agregó un elemento más en la constelación de la historia de nuestro país que nos exige memoria. Nisman está muerto, pero su clamor de justicia sobrevive a condición de que no nos olvidemos que a la corrupción y al desquicio se los enfrenta con decisión, con valor, sin ambages ni concesiones.

Pero necesitamos entender también que la herida abierta que dejó su muerte no se resume en un aniversario anual: existe y persiste en todas las corrupciones que nos asolan como país, como cultura y como sociedad. Es un dolor permanente que grita silencioso en la ética pública que aún no logramos construir. Nisman es un proceso de lucha por la justicia que todos reclamamos.

Solía decir el filósofo estadounidense John Rawls, que "la virtud de las instituciones es la justicia". Y lo opuesto a esa virtud de las instituciones no es la corrupción sino el vicio: el vicio del poder, el vicio del dinero, el vicio del abuso, el vicio de la impunidad y el vicio del egoísmo. Vivimos en una sociedad donde una parte de la política defiende una versión viciada del poder y de las instituciones, pero que también en sus fanatismos endiosa a una persona como la solución de todo.

La justicia siempre es un problema público, un problema colectivo, una necesidad que nos interpela y nos involucra a todos, no es un problema de proyecto político propio sino de toda la sociedad, tiene que ver con la aspiración del todo y no con la parcialidad de la parte. Por eso, la pregunta a la que no podemos renunciar ahora y siempre, es: ¿quién mató a Nisman?

La respuesta no es sólo para su familia y para aquellos que lo quisieron en vida, es para toda la Argentina. Porque si bien la vida de cada uno sólo le pertenece a cada quien, algunas muertes nos pertenecen como sociedad. La dimensión de ciertas acciones excede lo común para reclamar lo extraordinario. La muerte de Nisman ya no es simplemente la desaparición física de un cuerpo, sino una tragedia nacional que está en el corazón de la ambición de justicia de un país. No dejemos de reclamar por él. Justicia, simplemente justicia...



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